Publicidad
Infodemia: Modelo para desarmar Opinión

Infodemia: Modelo para desarmar

Gilberto Aranda y Tania Meneses
Por : Gilberto Aranda y Tania Meneses Universidad de Chile y Universidad Nacional Abierta y a Distancia, Colombia
Ver Más

El director general de la OMS, Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, durante la Conferencia de Seguridad de Múnich de febrero, ya advertía que la evolución del brote del Coronavirus dependía del acceso y uso de la información correcta para la gente que la necesitara. Enseguida, incentivó a empresas de telecomunicaciones y a los principales motores de búsqueda, redes sociales y aplicaciones como Facebook, Google, Pinterest, Tencent, Twitter, TikTok, YouTube, entre otras, a cuidar la responsabilidad de gestionar el conocimiento veraz y verosímil en medio de la creciente difusión de rumores e informaciones engañosas.


Después de la impactante cifra de contagiados y fallecidos a causa de la propagación del COVID-19, otra víctima en tratamiento intensivo es el sistema multilateral edificado desde mediados del siglo pasado. Es tan larga la lista de los acrónimos en desuso o, simplemente incapaces de atinar alguna respuesta a la amenaza de la actual pandemia, que más bien podemos mencionar aquellos con algún perfil en la coyuntura: La Unión Europea, acusada por los países más afectados de lentitud para reaccionar; el G-20, referente que emergió con la crisis subprime de 2008 y que a instancia de Arabia Saudita organizó una videoconferencia el 26 de marzo pasado y, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que con casi una veintena de organizaciones latinoamericanas aletargadas, ha sido una de las más activas.

En momentos de esta “estampida” de la humanidad hacia sus Estados, como últimos refugios para la amenazada seguridad humana, un organismo del sistema de Naciones Unidas se ha levantado como referente: la Organización Mundial de la Salud (OMS) y sus esfuerzos por una gobernanza colectiva de la sanidad.

A pesar de diversas críticas a la gestión de la OMS y la acusación formal del presidente, Donald Trump, acerca de un supuesto encubrimiento en la expansión del Coronavirus –una operación con doble objetivo: exculparse de responsabilidades y contrarrestar mediáticamente la creciente influencia china- que devino en la suspensión del financiamiento de Washington a dicha entidad, conviene tener presente otro aporte del organismo responsable de la coordinación de las políticas sanitarias globales: el neologismo de infodemia.

[cita tipo=»destaque»]Tampoco se pueden obviar la lista de teorías conspiracionistas. Comenzando por la supuesta arma biológica desarrollada por China en laboratorios para hegemonizar el mundo o, la selectiva epidemia de factura capitalista para reducir el número de viejos improductivos económicamente o sencillamente vender medicina por los laboratorios. También el experimento social para explotar fobias y dominar el globo, incluso el cuento de una simple “gripe común”, que producto de malintencionados periodistas se transforma en psicosis colectiva. Casi no valdría la pena mencionarlas, si no fuera porque autoridades de Estados tan relevantes como Brasil, China o Estados Unidos han esgrimidos dichas hipótesis al enzarzarse en disputas. Ante dichas especulaciones, la propia OMS prescribió su tratamiento: no se puede politizar al virus, aunque lo que pase con las sociedades a partir de su manejo es eminentemente político.[/cita]

Al respecto cabe mencionar que hace 2 años, la OMS y el Banco Mundial fundaron una Junta de Vigilancia Mundial de la Preparación, con el propósito de evaluar las capacidades mundiales para enfrentar una eventual pandemia. En un informe de septiembre de 2019, se detectó como riesgo asociado a la anterior, una infodemia, identificando como tal a una epidemia de mala información, vía datos falsos, errados o maliciosos que se propagan principalmente en redes sociales, abonada por la creciente desconfianza a autoridades públicas.

El director general de la OMS, Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, durante la Conferencia de Seguridad de Múnich de febrero, ya advertía que la evolución del brote del Coronavirus dependía del acceso y uso de la información correcta para la gente que la necesitara. Enseguida, incentivó a empresas de telecomunicaciones y a los principales motores de búsqueda, redes sociales y aplicaciones como Facebook, Google, Pinterest, Tencent, Twitter, TikTok, YouTube, entre otras, a cuidar la responsabilidad de gestionar el conocimiento veraz y verosímil en medio de la creciente difusión de rumores e informaciones engañosas, a los que se puede agregar el “filtro burbuja” que mediante la identificación del registro de búsquedas del usuario, permite predeterminar su ciber navegación, haciéndolo insensible a nuevas materias, ideas o perspectivas: una verdadera cuarentena ideológica.

Ciertas redes sociales no han sido insensibles a las orientaciones de la OMS, como facebook y twitter, que han trabajado en la coyuntura pandémica para controlar la distribución de bulos y falsas noticias sobre el COVID-19, invitando a sus usuarios a seguir páginas más confiables para mantenerse informados. Otras aplicaciones, como Whats app (de la misma propiedad que Facebook) en cambio, todavía permite la difusión informativa poco fidedigna en un mínimo de tiempo, por medio de capturas de imágenes o audios de origen indeterminado, que solo contribuyen a las arquitecturas del pánico.

En medio de demandas sociales sobre los nuevos imperios de tecnologías de la información y la comunicación, en orden a exigirles un compromiso de respeto por los datos privados de los usuarios y mejores estrategias de alfabetización digital que permitan propiciar ciudadanías colaborativas desde la red, se fortalecen las reivindicaciones por la programación de aplicaciones capaces de filtrar y dirigir las búsquedas digitales hacia “sitios” veraces. En dicha tarea, las recomendaciones de la OMS en la actual tesitura han sido enormes, al integrar su perspectiva de los derechos a la salud en el empleo de tecnología de seguimiento y rastreo de información.

Y aún así, después de meses de exponerse por primera vez -en generaciones- a una pandemia de esta magnitud, una parte de la humanidad ha internalizado las medidas de aislamiento preventivo, de distanciamiento social y hábitos de higiene como medicina preventiva en relación con el cuerpo, pero no ha ocurrido lo mismo con la avalancha de información disponible que no pocas veces termina desinformando. Sin olvidar que la brecha digital desconecta a una cantidad importante de personas que, por su condición de edad, ubicación geográfica o socioeconómica -entre otras- no puede acceder al uso de dispositivos electrónicos conectados a internet, dichas tecnologías sí permean a los medios de comunicación masiva con mayores audiencias.

Así es como los algoritmos terminan definiendo directa o indirectamente lo que es cierto o no frente a un tema, amplificando a gran escala y velocidad la generación de oportunidades para mejorar la calidad de vida, o por el contrario, deteriorando la capacidad de recuperación de la salud física, mental y emocional a nivel planetario. Después de todo, si como decía Thomas Hobbes en su Leviathan “el conocimiento es poder”, hoy la información fiable puede ser la diferencia entre la vida y la muerte para muchos.

La analista, Natalia Aruguete, apuntó a la necesidad de diferenciar lo que conocemos como «fake news», de clara finalidad política, es decir con intención premeditada -lo que nos lleva a los derroteros de la posverdad, así como a la construcción social de la realidad-, mientras que las noticias falsas o «false news» nacen de la necesidad de una comunidad de alimentar su sistema de creencias resolviendo vacíos de información incompleta, sin importar si se hace mediante mentiras y prejuicios. Es decir que necesitamos crear y creer engaños como respuesta a una situación que no entendemos y que por tanto tememos.

Se trata de una tóxica versión de la disonancia cognitiva de Festinger (1957), graficada en la fábula de Esopo del zorro y las uvas. Si el canido no alcanza el fruto de la parra, se convence a sí mismo que “en realidad” no las quieres. Entonces, no es raro ver la proliferación de conductas farisaicas que apuntan a otros de toda culpa, purgando las responsabilidades propias o compartidas de las tragedias colectivas.

Tampoco se pueden obviar la lista de teorías conspiracionistas. Comenzando por la supuesta arma biológica desarrollada por China en laboratorios para hegemonizar el mundo o, la selectiva epidemia de factura capitalista para reducir el número de viejos improductivos económicamente o sencillamente vender medicina por los laboratorios. También el experimento social para explotar fobias y dominar el globo, incluso el cuento de una simple “gripe común”, que producto de malintencionados periodistas se transforma en psicosis colectiva. Casi no valdría la pena mencionarlas, si no fuera porque autoridades de Estados tan relevantes como Brasil, China o Estados Unidos han esgrimidos dichas hipótesis al enzarzarse en disputas. Ante dichas especulaciones, la propia OMS prescribió su tratamiento: no se puede politizar al virus, aunque lo que pase con las sociedades a partir de su manejo es eminentemente político.

Así lo entendió el vario pinto Grupo de los 77- del cual Chile es miembro fundador- más China, al respaldar el fin de semana pasado al organismo de salud ante el inoportuno recorte de un 10 a 12% de su presupuesto, enfatizando su papel insustituible al proporcionar “información, orientación técnica, capacitación y asistencia a países en desarrollo para ayudarlos a prepararse y responder eficientemente a la pandemia». Por eso, llama la atención que en medio de una tragedia viral -que no reconoce fronteras-, el Estado que rompió 2 veces su aislacionismo en el siglo XX para responder a los desafíos planetarios de las Guerras Mundiales, en el actual reto a la salud global opte por el camino contrario: la unilateralidad.

Y respecto de la sociedad que habitamos, una cultura que desconfía de exégetas y hermeneutas, en que podemos optar libremente enfrentarnos con el mar de información temática acumulada, conviene usar el salvavidas de una lectura crítica, que no se quede en la pregunta de ¿qué ocurre?, sino que se inquiera acerca del lugar desde donde un fenómeno es narrado, así cómo y por quienes es reproducido a la misma escala de contagios que el Coronavirus.
De lo contrario, corremos el riesgo de quedarnos en la simple explicación del quiróptero como origen viral. Más bien convendría recordar que el mamífero volante no choca en su vuelo casi ciego, debido a su sistema de radar que le permite distinguir las estructuras que conforman su medio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias