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Convención constituyente y tecnología: el debate profundo Opinión

Convención constituyente y tecnología: el debate profundo

Samuel Toro
Por : Samuel Toro Licenciado en Arte. Doctor en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, UV.
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El debate profundo, necesaria, e inevitablemente, debiese pasar por la filosofía, específicamente, la filosofía de la tecnololgía. Stiegler se refería a ella como el “pharmakon”, vinculado a la farmacología (que ya se reflexionaba desde la antigua Grecia, particularmente Platón), donde, básicamente, se le atribuyen las cualidades de la enfermedad y la cura al mismo tiempo. El mismo filósofo nos hacía referencia al concepto de exomatización, el cual es la inevitable raíz, en tanto principio, de lo que somos como especie; no nos “conoceríamos” como lo que somos hoy sin el principio técnico que deriva en tecnología. Esta es la “primera herida” como paradoja de nuestro principio, la cual, a la vez, es lo que nos constituye. No es un accesorio, un artefacto utilitario, sino que es lo que nos hace ser lo que somos. Hui intenta llevarla a la multiplicidad de bases técnicas en las distintas culturas, es lo que he mencionado en otras columnas (en este mismo medio) como la “tecnodiversidad”.


La importante, relevante y compleja comisión sobre conocimientos, ciencia, tecnología, cultura, arte y patrimonio se ha ido inundando de multiplicidad de actores nacionales e internacionales en la importante discusión que debe precederle. Diversas organizaciones han convocado reuniones con las y los constituyentes y, también, se han elaborado seminarios y conversatorios al interior de las mismas. El interés y la participación al “exterior” de quienes deben redactar la nueva constitución a conllevado un importante interés “ciudadano”, debido a las expectativas que se esperan sobre temas tan amplios.

En esta columna me referiré, específicamente al tema de la tecnología, la cual, al parecer, hasta ahora, ha sido la menos abarcada en los diálogos. Generalmente esto ocurre con temas que se dan por supuestos en las sociedades. En un principio, el concepto de arte también corría ese riesgo, pues se le otorgan, por defecto, cosas ya determinadas, e implícitas, aceptadas apriorísticamente. Lo importante con respecto al tema del arte y a su enorme abarcabilidad, cuando se conjuga con “Cultura”, es que han existido variedad de visiones y problematizaciones positivas en los debates; lo mismo con Ciencia. El concepto sobre “los conocimientos” sigue (y pienso que seguirá) siendo algo más abstracto, independiente de los acuerdos sobre él. Por el momento la tecnología está siendo un campo menos discutido. El filósofo Wittgenstein mencionaba que usualmente ocupamos conceptos, en la cotidianidad, los cuales no sabemos que significan, pero se encuentran tan incorporados en los acuerdos del lenguaje que los damos por hecho. Pareciera que lo que refiere a la tecnología, hoy, le ocurre algo parecido. La gran mayoría las ocupamos como usuarios de múltiples maneras, las y los expertos se refieren a ella dentro de los alcances y la gran velocidad de cambios que va teniendo; los agentes políticos, por lo general, la miran como algo que debe potenciarse en su avance para lograr abarcar una cultura informatizada; liberales la ven como una oportunidad de emprendimientos, etc., etc. No ha habido demasiado debate en torno a qué es ella (más acá de los usos y posibilidades, positivas o negativas). Debido a esto, por ejemplo, se cae en proyectos de ley sui géneris como el de neuroderechos. A quién le interese una crítica a este proyecto puede revisar una reflexión aquí.

El debate profundo, necesaria, e inevitablemente, debiese pasar por la filosofía, específicamente, la filosofía de la tecnololgía. Stiegler se refería a ella como el “pharmakon”, vinculado a la farmacología (que ya se reflexionaba desde la antigua Grecia, particularmente Platón), donde, básicamente, se le atribuyen las cualidades de la enfermedad y la cura al mismo tiempo. El mismo filósofo nos hacía referencia al concepto de exomatización, el cual es la inevitable raíz, en tanto principio, de lo que somos como especie; no nos “conoceríamos” como lo que somos hoy sin el principio técnico que deriva en tecnología. Esta es la “primera herida” como paradoja de nuestro principio, la cual, a la vez, es lo que nos constituye. No es un accesorio, un artefacto utilitario, sino que es lo que nos hace ser lo que somos. Hui intenta llevarla a la multiplicidad de bases técnicas en las distintas culturas, es lo que he mencionado en otras columnas (en este mismo medio) como la “tecnodiversidad”.

Este último concepto de Hui es muy relevante si se quiere no separar de los conceptos de conocimientos, cultura y arte, pues su principio filosófico es ecológico, es decir, la búsqueda de la diversidad técnica en la multiplicidad de culturas, independiente de que, comparadamente, algunas se registren como más “avanzadas” que otras. Esto último no sería relevante si se interroga la tecnodiversidad de forma cualitativa, es decir, partiendo de la pregunta de si, independiente de las culturas y sus propios procesos técnicos, la pregunta y/o búsqueda de ella tendría dos posibilidades generales: 1. la primera es que a pesar de las diferencias culturales cabría la posibilidad de que la tecnología hubiera abarcado, tarde o temprano, los mismo procesos de “desarrollo”, y 2. Que, por el contrario, la diversidad cultural, no globalizada, podría darnos pistas de las posibilidades y potencialidades de diversidad de tecnologías diferentes a las que tenemos estandarizadas hasta el momento como usuarios pasivos.

Simondon nos invita a pensar la tecnología, particularmente los objetos técnicos, desde sus principios de existencia. Son pensamientos complejos, pero relevantes si se pretende teorizar y abarcar estos temas. Este filósofo nos plantea que no solo los objetos técnicos, sino todos los objetos del mundo tienen su propia individuación, es decir, su propia existencia replicable y cambiante. En este sentido, una de las cosas potentes de esto último es que los objetos técnicos tendrían las cualidades de evolución propias a ellos mismos y vivirían con nosotros no para servirnos (al menos no solamente), sino como modos de existencia.

Estos modos de existencia, hoy en día -más bien, con fuerza, desde los principios cibernéticos- comenzarían a autoreplicarse independiente de nosotros. Esto conllevaría una mínima reflexión, no tan a largo plazo, para preguntarnos, y quizá adelantarnos, a ver de qué manera seguiremos conviviendo con una “creación” individual que llegará a interrogarnos e interrogarse a sí misma. En este sentido el concepto de humanidad, o humano, podría fragilizarse, o derechamente desaparecer, y tener que inventarnos como especie dentro de lo que también Simondon menciona como ontogénesis, donde el proceso de desarrollo nunca será el mismo en la diversidad y velocidad de procesos complejos de sofisticación algorítmica.

El tema es demasiado amplio para una breve columna. Por ejemplo, también, existe la reflexión en torno a la interfaz, o las interfaces, donde las extensiones reflexivas de ellas llevan a Manovich a mencionar que las culturas completas son interfaces. Imaginemos si la mirada o posición técnica y tecnológica de los pensamientos y decisiones políticas se posa en parte de estos principios reflexivos: la riqueza del presente y el futuro, en estos temas, nos ayudaría a “convertirnos” en otro mundo posible, y no la réplica de la réplica que constituye el saber como un hecho ya dado.

Imagino que para muchas personas no interiorizadas con los cuatro filósofos que he mencionado, podrían pensar estos temas como ciencia ficción y no prestarle mayor relevancia a lo que estamos enfrentándonos y a lo que nos enfrentaremos cada vez más. Ese es el principio del problema que menciono al comienzo de la columna con respecto a las discusiones en torno a la tecnología en la nueva constitución. A pesar de la innegable importancia de los avances (sin cuestionamiento filosófico) de la tecnología en lo que concierne a los resguardos de desacelerar nuestra extinción como especie y lograr utilizarla como Pharmakón de la cura, el concepto no puede reducirse a los usos, pues sus alcances de individuación la llevan a un estatus ontológico de vitalidad en tanto existencia.

No se trata de que las y los constituyentes se vuelvan expertos informáticos (pues de cualquier manera, estos expertos, en general, están ocupados de los avances y del concepto de progreso, no abarcando los principios de raíz que menciono), sino de comenzar a considerar el tema con las alturas de miras que le corresponde y no caer en la reflexión dualista cartesiana, la cual, posteriormente Heidegger mostraría como la separación utilitaria entre naturaleza y cultura. En este caso sería la analogía de la separación ontológica entre tecnología y cultura, entendiéndola, como mencionaba más arriba, como medios o usos y no inteligencias que debemos comenzar a aprender a convivir activamente, y en el proceso, posiblemente pasar a un nuevo concepto de humano, o ir más allá de él, es decir convertirnos en algo más allá de lo que los supuestos nos hacen pensar lo que ya creemos que somos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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