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Regiones unidas chilenas Opinión

Regiones unidas chilenas

¿Será obligatorio que nuestro presidente viva o resida en Santiago? ¿No hay una residencia presidencial disponible y con escaso uso en cerro Castillo de Viña del Mar? Si eligiera aquella nada pagaría, usaría una magnifica instalación, estaría más cerca del Congreso y daría indiciarias muestras de descentralismo. O bien, ¿Por qué no mantener su domicilio en la ciudad de la cual proviene? Allí donde se subía al árbol.  Allí donde votó, donde lanzó su campaña.  Fue desde allí, con ojos regionalistas, que vio a Chile y se decidió a conducir sus destinos como primera autoridad del Estado.


Para algunos comentaristas nacionales, la propuesta de nuestros convencionales de considerar a Chile como Estado Regional tendría indicios semejantes a las fallidas leyes federales de 1826 y, por mera coincidencia, a aquello que condujo a que México se denominará “Estados Unidos Mexicanos”.

Lo cierto es que la justa consideración y reconocimiento de nuestras regiones y provincias a través de una verdadera descentralización y desconcentración es sin duda alguna un asunto necesario de atender más allá de la mera prosa discursiva o de la fría letra de una norma jurídica imperativa. El papel aguanta mucho y pareciera ser que la burocracia pública de un Estado históricamente centralista se opone constantemente a que tal sueño se haga realidad. Tentativamente los motivos de aquello pueden ser muchos: egoísmos, ambiciones, aprovechamientos, falta de empatía, clasismo, amenazas ante la posible generación de autonomías, miedo de los poderosos a perder el control o privilegios político-económicos.

¿Por qué falló el ensayo de 1826? Inestabilidades sociales, caudillismos, inicios de construcción republicana de un Estado naciente; falta de financiamiento, pobreza, carencia de educación del pueblo, temores, especialmente de los terratenientes y aristócratas —que dieron inicio a nuestra censitaria “clase política criolla”—, a perder cuotas de poder e influencia. Pudieron ser aquellas u otras, pero que no resultó o se renunció a su aplicación es un hecho conocido y reconocido por la historia.

En estos días los ojos de algunos están dirigidos a saber cuál será el domicilio o “la casa” de nuestro presidente electo en Santiago. Especulan con un determinado barrio de ciertas características, precio y cantidad de habitaciones del eventual inmueble, etc.

No sería éste un interesante momento para que el próximo primer mandatario se declare o reafirme su posición como “presidente de Chile” y no como “presidente de Santiago”.

¿Será obligatorio que nuestro presidente viva o resida en Santiago? ¿No hay una residencia presidencial disponible y con escaso uso en cerro Castillo de Viña del Mar? Si eligiera aquella nada pagaría, usaría una magnifica instalación, estaría más cerca del Congreso y daría indiciarias muestras de descentralismo.

O bien, ¿Por qué no mantener su domicilio en la ciudad de la cual proviene? Allí donde se subía al árbol.  Allí donde votó, donde lanzó su campaña.  Fue desde allí, con ojos regionalistas, que vio a Chile y se decidió a conducir sus destinos como primera autoridad del Estado.

Lo dicho, podría constituirse en un interesante ejemplo de coherencia y comprensión nacional.  Un acto real y concreto con mirada, sentir y vivir regionalista. Incluso, tal vez los costos serían menores a los que algunos han ventilado como posible canon o precio de la propiedad que ocuparía en un barrio patrimonial Santiaguino.

Luego, siguiendo con los actos de reconocimiento y apertura a un Estado Regional ¿Por qué no se remplazan las banderas chilenas de la Plaza de la Constitución por emblemas oficiales y representativos de cada una de las regiones de nuestro país?

¿No sería una demostración, al menos material de la presencia y participación de todas ellas en la Capital Política de Chile? ¿No sería aquello un gesto de nobleza, tal vez tardío, pero de suyo necesario y justo? ¿Se podría incluir los emblemas o símbolos de nuestras etnias originarias reconocidas y participantes en la Convención Constitucional?

A lo mejor para algunos lo planteado se trataría de adecuaciones meramente ornamentales, cosméticas o, en el mejor de los casos, de gestos simplemente formales; pero no olvidemos que por algo hay que comenzar. De una u otra manera, las formas suelen ser la representación del fondo.

Al terminar, la pandemia nos ha demostrado que el teletrabajo, el trabajo a distancia y la firma electrónica son de suyo legítimas; fáctica, técnica y normativamente posibles. Considerando aquello ¿Debe estar necesariamente el presidente en Santiago? Sería interesante evaluar la ventaja geopolítica, e incluso desde el punto de vista de su seguridad, que pueda, por ejemplo, mantener su domicilio en su Región de “Magallanes y de la Antártica Chilena”, u otra.

Comenzamos estas palabras con una referencia histórica; pues bien sellémoslas recordando aquellas últimas pronunciadas en los estertores de su vida por nuestro padre de la patria, quizás uno de los primeros regionalistas de nuestra historia: “Magallanes, Magallanes”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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