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Tres siglos en un santiamén Opinión

Tres siglos en un santiamén

Marta Lagos
Por : Marta Lagos Encuestadora, directora de Latinobarómetro y de MORI Chile.
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En Chile en este momento se están dando las tres luchas simultáneamente. La lucha de las libertades cívicas, la lucha de los derechos políticos y la lucha de los derechos sociales. Las tres dimensiones de la democracia que están puestas en cuestión por estancamiento en su desarrollo. Porque se les dio demasiada importancia a los derechos sociales, donde finalmente los avances no fueron tan sustantivos, y casi se olvidaron los derechos civiles y políticos. No es como dice la agenda informativa, que se trata solo de los derechos sociales, las pensiones, etcétera. Se trata de la igualdad de trato, dignidad, la ausencia de discriminación (derecho civil ), el acceso a la información y a la participación política (derecho político) y el derecho a las garantías sociales (lo único que sale en la agenda informativa, las demandas sociales). Se trata de la demanda de “bienes políticos”, de la cual la agenda informativa chilena mantiene, consciente o inconscientemente, demasiado oscurantismo.


Cuando Dahrendorf describe los tres siglos de Marshall, que señalan que en el siglo XVIII se conquista la libertad de expresión, los derechos civiles, en el  XIX  se conquistan los derechos políticos, y en el siglo XX los derechos sociales, el nacimiento del Estado de bienestar, reconoce que Marshall fue demasiado optimista en creer que el problema de las conquistas de los derechos sociales se solucionaría en el siglo XX. La noción de la dimensión socioeconómica de los derechos, como complemento de los derechos civiles y políticos, enfrenta un mar de dificultades en el siglo XX.

Lo que vemos hoy es que las tres dimensiones de Marshall han estado bajo ataque, no solo la dimensión de los derechos sociales. En efecto, el aumento de las democracias en el mundo, que ha llegado hasta cerca de 100 democracias, y donde hoy un tercio son calificadas de híbridas por algunos rankings, con el nacimiento de las autocracias por doquier. Al mismo tiempo nunca la humanidad había tenido tantos países con tantas libertades como ahora. La expansión de las libertades ha sido exponencial y universal en el último siglo, lo que no quita que la libertad ha estado bajo ataque permanente y ha habido retrocesos importantes. Kennedy ya había fijado la lucha de la humanidad como una  contra la “tiranía, pobreza, enfermedad y guerra” en pleno siglo XX.

Nos movemos entre dos puntos: por una parte, el avance de la libertad con procesos que han destruido las sociedades en las que tienen lugar, los avances abruptos, y por el otro, la amenaza de la desaparición de la libertad que pone Orwell, los retrocesos totales. Hay quienes sostienen que independientemente de los retrocesos que serían pasajeros, no es posible que la humanidad, como tal, retroceda a momentos más primitivos con menos grados de libertad.

Hirschman identifica tres dimensiones reaccionarias contra los avances de la libertad. Primero, la oposición a los derechos civiles, a la declaración de los derechos “del hombre” (se decía entonces), DD.HH., que sucedió a la Revolución Francesa, que hoy es sustento del conservadurismo contemporáneo. Segundo, la reacción contra el sufragio universal del siglo XIX (primero solo para hombres, hasta el siglo XX) y el aumento de la participación popular, incrementando el poder de las cámaras de los “comunes” para simbolizarlo en un hecho (de ahí surge la idea de una segunda cámara para poner contrapeso: los senados; los senados no pensados para representar territorios sino para moderar a los “comunes”).

Muchas de las opiniones entregadas sobre el proceso constituyente y su composición, se refieren a esta ola reaccionaria (que se expresa en lo que es hoy el primer mundo al final del siglo XIX y principios del siglo XX), donde hoy en Chile se señala como amenaza la excesiva “democratización”. Hirschman sostiene que esta ola de reacción contra la expansión de la libertad política es la responsable del mayor retroceso, producido por la Segunda Guerra Mundial, Hitler en particular. Las dictaduras latinoamericanas del siglo XX son una expresión de esa reacción: limitar la expansión de la democratización. Pero el autoritarismo latinoamericano actual también levanta la bandera del peligro de la democratización, impedir el aumento del poder de los “comunes”. El pueblo “ignorante”. El Presidente Boric dijo, en su primera semana de Gobierno, en una entrevista, “tratan a los convencionales como interdictos”. Esa es la lucha contra la democratización. El miedo a la dispersión del poder.

La tercera lucha, la de los derechos sociales, por tanto, viene después del triunfo de los derechos políticos, asunto que aún está en disputa en tantos lugares en el mundo, de parte de quienes (los que “saben”) intentan recuperar el mando para limitar la democratización.

No hay que pensar que, porque la libertad ha aumentado, no se lucha en su contra. Marshall se equivocó en pensar que los procesos eran definitivos después de los triunfos en los avances de la libertad. Las reacciones son permanentes, continuas. La libertad hay que defenderla de manera permanente. No es un derecho adquirido sobre el cual se pueden sentar los pueblos. Es un error político creer, como creyó Europa después de la Segunda Guerra Mundial, que no habría un retroceso en el futuro. En EE.UU., en los años 90 del pasado siglo, era imposible encontrar a un solo miembro de la elite política o económica que considerara que era necesario medir la democracia, el apoyo a la democracia en ese país, “para qué, si tenemos democracia”. La arrogancia de ese primer mundo donde creyeron que la posguerra había instalado las democracias para siempre.

El surgimiento de los partidos de ultraderecha es evidencia suficiente de ello, es la reacción frente al avance de las libertades. Cuando en Chile surge el partido de extrema derecha no se identifica como la expresión de lo que es, sino como una consecuencia de la polarización interna de la política, cuando no es otra cosa que la expresión de la reacción al aumento de las libertades que intenta detener.

En Chile, en este momento, se están dando las tres luchas simultáneamente. La lucha de las libertades cívicas, la lucha de los derechos políticos y la lucha de los derechos sociales. Las tres dimensiones de la democracia que están puestas en cuestión por estancamiento en su desarrollo. Porque se les dio demasiada importancia a los derechos sociales, donde finalmente los avances no fueron tan sustantivos, y casi se olvidaron los derechos civiles y políticos. No es como dice la agenda informativa, que se trata solo de los derechos sociales, las pensiones, etcétera. Se trata de la igualdad de trato, dignidad, la ausencia de discriminación (derecho civil ), el acceso a la información y a la participación política (derecho político) y el derecho a las garantías sociales (lo único que sale en la agenda informativa, las demandas sociales). Se trata de la demanda de “bienes políticos”, de la cual la agenda informativa chilena mantiene, consciente o inconscientemente, demasiado oscurantismo.

Cuando una parte sustantiva el 31% de la ciudadanía señala que “no dice lo que piensa” porque si no hay “represalias”, estamos en un dilema de derechos básicos, el derecho a la libre expresión que no está garantizado. Cuando el 52% de la población dice que las desigualdades son completamente inaceptables…. ¿qué se concluye? Noam Chomsky lo dice en una entrevista en 2001, la democracia “papier-mâché” en Chile, donde falta libertad de expresión. No que no exista, pero no todos se atreven a ejercerla, por represalias, lo que es inaceptable en una democracia. A ello se le agrega el retroceso que se produce con la pandemia. La pérdida de garantías civiles y políticas debido a la pandemia es el mayor retroceso de América Latina, de Chile, que es más profundo y grave que el problema socioeconómico del aumento de la pobreza.

En Chile, el 89% de los chilenos dice que no hay igualdad ante la ley (aumenta de 72% prepandemia, en 2018, a 89% en 2020, plena pandemia). Eso es una restricción irrefutable de los derechos políticos y civiles. Aumenta la desigualdad de “todos” ante la ley con la pandemia. En esa pequeña palabra “todos”, está el problema mapuche subsumido en la teoría, en la historia, en nuestra comprensión del mundo. ¿Qué es todo? ¿Quiénes son todos?

Cuando la mitad de la población no vota, hay una deficiencia mayor del ejercicio de los derechos políticos, que comienza con la carencia de garantías de los derechos civiles. No es una broma recuperar la participación mayoritaria, esa termina siendo una amenaza reaccionaria a la expansión de las libertades. El declive de la participación electoral se comienza a agudizar a partir del periodo presidencial 2000-2006. Y lo que realizó Chile es hacer el voto voluntario en 2012, con lo cual agudizó el problema en vez de solucionarlo. Cuando llega Michelle Bachelet al Gobierno en 2006, estaba completamente instalado el abstencionismo, que tiene su punto más bajo en 2009 (60%) con régimen obligatorio. ¿Tiene que haber una nueva Constitución para que se restituya el voto obligatorio? Todavía hay quienes no dimensionan, en ese contexto, el hecho sustantivo de que Gabriel Boric haya sido el único que ha revertido el abstencionismo, llegando al 55% de participación en la elección presidencial de segunda vuelta del 19 de diciembre de 2021. Más allá de la política, no se identifica el liderazgo, la magnitud de la demanda, de la protesta contra el establishment que implica haber revertido el abstencionismo por primera vez, como un fenómeno político de envergadura.

El llamado “estallido social”, no es otra cosa que el conflicto concentrado de la expresión de esas tres luchas. Esas luchas por esas tres libertades básicas que se están dando simultáneamente en Chile. Es porque Chile (su elite) no supo responder a tiempo la demanda de la expansión de esas tres dimensiones después de la exitosa transición. Después de 1994, al comenzar el segundo Gobierno democrático (Eduardo Frei Ruiz-Tagle), los chilenos esperaban una expansión de las libertades. Ahí cae la confianza, en 1996, de las instituciones de la democracia, y comienza a forjarse la crisis de la política que aún no somos capaces de solucionar. Esa crisis política que el 18 de marzo de 2022 se expresó en el rechazo del Pleno de la Convención Constitucional a las normas sobre el sistema político preparadas por la Comisión de Sistema Político de la Convención. No es casualidad que haya fracasado la propuesta, es la expresión del fondo de la crisis de esas tres dimensiones de la expansión de las libertades que describe Marshall. No somos una isla, somos parte de la humanidad que tiene, en distintas etapas, distintas intensidades, las mismas luchas. ¿Tiene que haber una nueva Constitución para que el Senado se dé cuenta de que está siendo puesto en cuestión (y la Cámara también)?

La crítica de los 30 años es imprecisa: de parte de la ciudadanía (en el registro de la opinión pública) la crítica comienza en el Gobierno de Frei Ruiz-Tagle con la caída de la confianza en instituciones. El Congreso solamente, baja de 60% en 1990 a 20% de confianza en 1996 y nunca se ha podido recuperar. Sorprendente es que los actuales senadores se alarmen de que los quieran eliminar. Acaso hay convencionales que siguen las directrices de Whitehead, que dijo que los mayores avances se dan cuando las sociedades destruyen la anterior. Pero acaso aún no sabemos si esa es la voluntad mayoritaria; al parecer, por las votaciones del 18 de marzo, no lo es. Los Idus de marzo llegaron a la Convención Constitucional. (No menos hicieron los jacobinos en la Revolución Francesa). Pensar que un proceso como este pude suceder sin excesos es ignorar la historia.

Siguiendo con Hirschman, él dice que hay tres maneras de manifestar lo reaccionario. La primera es la tesis de la perversidad, donde todo intento de reforma solo aumenta el problema que se trata de solucionar. La segunda es la tesis de la futilidad, donde cualquier intento de cambiar resulta inútil, sin lograr avances. La tercera es la tesis del peligro, donde el costo de los cambios es demasiado alto y pone en peligro lo alcanzado.

¿Es necesario explicitar cómo la derecha chilena usa esos tres instrumentos de la reacción, la “perversidad”, la “futilidad” y el “peligro” para intentar parar la nueva Constitución?

Benjamin Constant sostuvo que se podía criticar los excesos de los jacobinos y seguir apoyando las ideas fundamentales de la Revolución. En la Revolución Francesa llamaron “reaccionarios” a los que querían retroceder. En Chile la lucha por el avance de las libertades se expresa en los reaccionarios que quieren impedir el avance y los progresistas que quieren avanzar. No ha cambiado mucho desde entonces en la forma de luchar por las libertades.

Hay que leer un poco de historia y nos encontramos con que lo que estamos viviendo no es para nada extraordinario, solo que Marshall dijo que había sucedido en tres siglos, y nosotros los enfrentamos todos simultáneamente en un órgano llamado Convención Constitucional, en un proceso de protestas que dura apenas una década, en un período de declive que comienza hace apenas 28 años. ¿Tres siglos comprimidos en menos de tres décadas? (Dejo fuera el Gobierno de Patricio Aylwin, de instalación de la democracia, donde se sientan las bases para reclamar los derechos que hoy día se están reclamando, sin el cual todo esto no existiría; ciertamente que la recuperación de la democracia, entre 1990-1994, instala las libertades cívicas y políticas, un salto discreto sin precedentes, que no tuvo seguimiento demandado de parte de los gobiernos siguientes para continuar expandiéndolas). Con esto no se quiere decir que el intento de cambio es inútil, sino más bien dimensionar lo que enfrenta Chile, ponerlo en el contexto de las luchas que han tenido lugar en los últimos tres siglos, así entendemos mejor su magnitud y lo que sucede a diario.

El cambio de elite que se ha producido en este Gobierno no es sino expresión de la intención del pueblo chileno por avanzar, ganar las tres luchas, alcanzar más y mejores garantías civiles, políticas y sociales. ¿Necesitaremos un siglo para ello? Desde luego que no un solo Gobierno, este Gobierno podrá concretar el inicio: el reconocimiento de la existencia de las demandas de las tres dimensiones, es el punto de partida. Así como el Gobierno de Aylwin instaló la democracia, a este le toca instalar el reconocimiento de estas tres luchas. No se pueden comparar los dos gobiernos porque esta lucha de este Gobierno depende de que la democracia haya sido instalada, pero son dos puntos de partida. Dos hitos históricos. Está claro que no volveremos a vivir un salto a las libertades cívicas y políticas como las de 1990.

Al mismo tiempo, no solo la pandemia sino también la ola de protestas desde 2010, desnudan la dignidad de muchas nostalgias que se quieren defender en contra de un futuro mejor. No reconocer las deficiencias de las garantías es la principal reacción contra la libertad. En palabras dichas durante los gobiernos de Sebastián Piñera: “¿Qué más quieren?”.

La lucha por la igualdad de género que se enmarca en la dimensión de los derechos políticos y comienza con el sufragio universal de las mujeres en el siglo XX, no es abordada por muchos teóricos de la democracia, entonces, porque no era una demanda todavía expresada como tal. No se reconoció inmediatamente a las sufragistas como las primeras feministas en la literatura de la democracia. Solo recientemente, a finales del siglo XX y comienzos de este, se ha agregado esa dimensión al análisis de las democracias. Pippa Norris es una de las primeras que presenta evidencia comparada donde muestra que las sociedades que tienen mayores niveles de igualdad de género tienen mejores democracias. Para tener mejor democracia se requieren niveles superiores de igualdad de género. Ello, para los que argumentan en contra del feminismo porque son simplemente machistas, sin saber que se autocalifican como menos demócratas con eso.

Como pueden ver en toda esta argumentación, es aquí donde nos encontramos en el contexto de las luchas por las libertades, la dimensión socioeconómica queda en el último lugar, porque ella recién comienza, mientras que las otras ya han tenido retrocesos. ¿Cómo balancear las recuperación de las libertades perdidas, la concreción de las garantías políticas plenas, a la vez que el avance de las garantías sociales?

La libertad es peligrosa, como dice Dostoievski. La gente quiere libertad pero a la vez quiere autoridad, subordinación, misterio, es la crítica a los zares y la Iglesia y su “fabricación” de consensos. El más entrenado, adoctrinado, es el que reacciona espontáneamente sin necesidad de indicación, de manera auténtica y sentida, el que no ve la pluralidad. Incapaz de ver fuera de su ethos. Uno puede identificar ahí ministros de Sebastián Piñera que tuvieron que salir porque no entendieron lo que habían dicho. Auténticamente sentidas sus expresiones como dice Dostoievski. El adoctrinamiento, la fabricación de la agenda informativa hacia “ seudoconsensos” no compartidos por quienes viven su vida diaria y no pertenecen al establishment, pueden crear realidades artificiales. Es auténtico cuando dicen “no sabíamos”. El rol de los medios de comunicación en la formación de las agendas, la formación de la opinión pública, no es trivial ni irrelevante y solo se puede tratar en el marco de la expansión de las libertades, no de su restricción. Pero no se puede ignorar el problema.

Hay que tener cuidado porque los monstruos de Gramsci, que se instalan en estos momentos donde la vieja época no termina de acabar y la nueva no termina de instalarse, surgen disfrazados llenos de autenticidad y sentimiento.

La nueva época que vive Chile es nueva, no es un eufemismo, ni dos palabras vacías. Hay una elite a la que jubilaron, que se demorará tiempo en dejar de quejarse por ello. Como dice Durkheim, los fenómenos sociales se demoran mucho tiempo. Hay una elite nueva que se demorara tiempo en instalarse. Hay una dispersión del poder que incomoda a muchos miembros del viejo establishment, que no dejarán de reclamar, protestar. Claro, ellos no protestan marchando porque tienen instrumentos de poder para hacerlo, pero es protesta al fin, interrumpen, o intentan interrumpir, al igual que una protesta callejera interrumpe el tránsito.

Hay un Presidente, no es el primero, al que le costará usar el poder presidencial, solitario, y único. Siempre recordar el presidente uruguayo que, en la primera manifestación frente al palacio de gobierno, declaró que tenía ganas de bajar a protestar con ellos. No es fácil ejercer el poder del Estado, siempre tan arbitrario y discrecional en América Latina, un Estado que tiene el poder y la potestad del uso legítimo de la fuerza. Esa que hay que usar, pero que todos repudian por el rol que tuvo en dictadura.

Hay una generación que está a punto de conocer en profundidad cómo el Estado impide que tantas cosas se puedan hacer. Un Estado que “estorba” tantas veces para avanzar y lleva a la corrupción, un Estado sin el cual no hay democracia posible, un Estado fallido que no es capaz de imponer la ley a todos por igual. Eso es el piso de la nueva época, su punto de partida. Pero no se asusten, Chile tiene uno de los mejores Estados de América Latina, funciona aún sin ministros ni presidentes, dicen algunos.

¿La nueva Constitución puede/ debe/ está perentoriamente obligada a contener la respuesta a la demanda de estas tres dimensiones: las cívicas, las políticas, las socioeconómicas para perfeccionar la democracia chilena?

Como le grité de vuelta a una mujer muy joven cubierta de negro, encapuchada, que me increpó en una manifestación por discrepar de ella: “Chiquilla de miéchica”, le dije, “estás gritando sobre la libertad que nosotros recuperamos para que pudieras gritar. Ubícate, ándate a tu casa y piensa primero qué es lo que quieres, porque destruir no es un avance de las libertades, es un retroceso” (estaban quemando en la calle unos escritorios que habían tirado por la ventana de un establecimiento). Pobre chiquilla, no se soñó nunca que una vieja cuica (como me llamó), vestida de oficina, la podía increpar, bajó sus brazos llenos de armas amenazantes y se fue caminando. (Estábamos rodeados de unos 50 policías que estaban “esperando” refuerzos para enfrentar a los vándalos. Esto fue en 2021. El incidente comenzó cuando me acerqué a los carabineros a preguntar por qué no actuaban).

Esa mujer no está representada en el sistema político, no sabe lo que quiere, y tiene una rabia sin precedentes contra todo lo que no es ella. A ella no solo le falta cariño, comprensión, inclusión, sino también liderazgo al cual seguir y un marco valórico que le dé un lugar en el mundo. Ella creía que estaba ejerciendo un derecho al quemar esos escritorios, en ningún caso lo veía como un acto penado por la ley. Nuestra discusión no fue corta. Reconozco que perdí los estribos cuando me dijo que era un derecho quemar los escritorios. ¿Qué se ha hecho tan mal como para que llegue a pensar eso? Mea culpa. Esta historia de la joven encapuchada solo complementa la lucha de las tres dimensiones y le da cara humana al cambio de época que estamos viviendo. ¿Está perdida esa generación que solo entenderá con la privación de libertad después de una condena? ¿Qué estamos haciendo como sociedad para remediarlo, aparte de los que gritan desaforadamente “¡cárcel, cárcel, cárcel!”? ¿Escribir una nueva Constitución?

¿No será que es más fácil para muchos pensar que la nueva Constitución hará la tarea por sí sola? ¿O será que tenemos que arremangarnos las mangas y comenzar a formar sociedad civil, capital social, sentido de lo colectivo, pertenencia, producir las ligaduras que unen a los seres humanos para actuar en conjunto, no individualmente? Esto es como el medio ambiente, no es un asunto que pueda hacer un Gobierno, es un asunto que depende de cada cual, del comportamiento individual. Sin sociedad civil no hay avance civilizatorio. No es casualidad que la Convención Constitucional tenga 154 voceros, es reflejo de esa sociedad anómica, sin ligaduras, desconfiada de sí misma. Quizá el mayor error de los legisladores que pusieron las reglas de este proceso, es no haber considerado la fractura y la anomia societal que embarga a la sociedad que redacta la nueva Constitución. ¿Cómo se redacta algo que produzca ligaduras entre todos, desde la fractura?

Lo más perverso e incomprensible es reducir todo lo anterior a la lucha ideológica en un puñado de personalismos, y creer que la CC puede solucionar los problemas de fractura de la sociedad chilena. Eso solo lo podría hacer la misma sociedad.

Por eso, al prender la TV abierta y ver la ansiedad de las cuatro manzanas de Santiago por “evaluar” el “desempeño” del nuevo Gobierno después de siete días, me pregunto si acaso no es bueno salir del bosque para no quedar totalmente perdidos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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