Publicidad
Personalismos, «cultura gremial» y captura política: las razones detrás del ocaso de la FECH y la Confech PAÍS

Personalismos, «cultura gremial» y captura política: las razones detrás del ocaso de la FECH y la Confech

Roberto Bruna
Por : Roberto Bruna Periodista de El Mostrador
Ver Más

Ausentes del debate constitucional, irrelevantes en el estallido social y en la pandemia, los estudiantes de las universidades chilenas parecen enteramente desconectados de los grandes problemas que aquejan a la población. La misma Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH) –motor de la Confech y del movimiento universitario en los años dorados de la década pasada– ostenta un cuadro de crisis que obligó a convocar a un congreso integrado por 40 estudiantes, a efectos de «refundar» la organización. Esto, debido al desinterés de la comunidad universitaria por participar en ese espacio de discusión. Mientras se intenta redactar otro estatuto para tener una nueva directiva en el futuro, tanto dirigentes estudiantiles como conocedores del movimiento universitario y analistas, hacen referencia a dos fenómenos que explican el marcado declive del poder del movimiento que alguna vez puso de rodillas al primer Gobierno de Sebastián Piñera y que fue capaz de catapultar a sus líderes a la cumbre del poder político: la institucionalización de sus cuadros y esa cultura propia de un grupo de interés que se marginó del debate político apenas consiguió su objetivo, como fue la gratuidad universitaria.


De todos los actores políticos que han emergido en los últimos 32 años de democracia, hay uno que ha terminado desapareciendo de escena con la misma celeridad con la que pudo conquistar el poder, al punto que parece sumido en la más absoluta irrelevancia: el movimiento estudiantil universitario.

Esta crisis alcanza su punto más emblemático con la paralización que afecta a la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH), cuya pervivencia pasa por un congreso convocado por sus centros de estudiantes para redactar los nuevos estatutos de la entidad, un claro acto refundacional que, cual respirador mecánico, parece diseñado para extender sus latidos con la esperanza de que, ahora sí, pueda salir del coma en que se encuentra desde hace un par de años.

Así lo reconoce Camila Requena, nueva presidenta del Centro de Estudiantes de Derecho, quien cree que la crisis de la FECH, y del movimiento en su conjunto, obedece al “desdibujamiento de un horizonte común” en parte del estudiantado, a la “pérdida de esa capacidad de construir en colectivo y de mirar hacia afuera, a preocuparse de los problemas que afectan a otros y hacer los esfuerzos para mejorar la vida de otros que no son parte de nuestras comunidades”, lo que se manifiesta –a su juicio– “en una baja participación interna que impide cumplir los quórums mínimos. Hay mucho personalismo”.

“Para salir del problema debemos reflexionar entonces en que efectivamente tenemos un problema grave. Y cabe una autocrítica que es necesaria, pues hemos olvidado cuáles son los genuinos motores de por qué uno entra en política, de que necesitamos construir en conjunto, y para eso es necesario el diálogo y sumar personas más allá del movimiento que yo integro”, sostiene la dirigenta estudiantil, quien aporta una de las claves más señaladas por los analistas a efectos de explicar la crisis del otrora poderoso movimiento universitario, hoy desplazado por los secundarios.

¿Un grupo de interés?

Muchos los echaron de menos durante el estallido social. Muchos los echaron en falta en las ollas comunes que proliferaban por doquier con motivo de la pandemia. Nadie tampoco los recuerda asumiendo un rol protagónico ante el segundo Gobierno de Sebastián Piñera. Del proceso constituyente, ni hablar. Se ha instalado la convicción de que los estudiantes asumieron una conducta que ellos tanto acusan en las organizaciones gremiales que velan por sus propios intereses, que es actuar como un simple grupo de interés que se retira una vez conseguida su demanda específica, que en su minuto fue la gratuidad universitaria. Con este logro pareció agotar su razón de existir.

Dice Claudio Salinas, coordinador del Magíster en Comunicación Política de la Facultad de Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile, un conocedor de la cultura estudiantil de la Casa de Bello: “El declive lo veo muy marcado desde el 2012 en adelante. Ciertamente que la FECH siempre expresa voluntades políticas diversas encabezada por el PC y los autonomistas, pero este declive obedece a que el movimiento estudiantil no congrega al resto de la sociedad chilena”.

Las palabras del académico guardan estrecha relación con las de Camila Requena, pero sumando una crítica a nivel discursivo: el abuso de la consigna abstracta que no hace sentido alguno a las personas comunes y corrientes, menos a aquellas que no han tenido la suerte de pisar un campus universitario. En ese sentido, Salinas refiere a un abuso de los “significantes vacíos” (concepto acuñado por Ernesto Laclau, el filósofo argentino que aludía a esas frases que socorren la discursividad de los líderes populistas del mundo para construir mayorías vertebrando minorías), esos discursos, proclamas y eslóganes que destacan más por su lirismo estético que por un significado claro y concreto.

“Todas esas ideas abstractas sirven en un contexto acotado. Me refiero a frases como ‘educación de calidad’, por ejemplo. ¿Qué significa eso? Significa todo y nada al mismo tiempo. Cualquier cosa puede caber ahí. A la larga, el movimiento se volvió incapaz de captar otras sensibilidades y de congregar a otros grupos, y eso también se vio en la campaña del Apruebo, cuyos discursos nunca lograron conectarse con las grandes mayorías, con el movimiento de masas. Esos significados vacíos no empatan con la realidad chilena y movilizan solo por un tiempo”, indica el académico.

Como sea, la crítica de los investigadores y académicos que conocen del tema apunta a un detalle nada irrelevante: los estudiantes de hoy serán los encargados de –se supone– tomar las riendas del país en un futuro no muy lejano, por lo que no hay excusas para alejarse de discusiones clave en asuntos como la reforma tributaria, la reforma previsional, la crisis habitacional, las listas de espera en salud, etc.

El sociólogo y académico de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, Octavio Avendaño, sostiene que “a partir del año 2014 hay un debilitamiento de las organizaciones estudiantiles, coincidiendo con el fenómeno de la gratuidad propuesto en el segundo Gobierno de Bachelet, y coincidiendo también con la participación de organizaciones estudiantiles en el Gobierno, siempre más cercanas a partidos del Frente Amplio, como Revolución Democrática”.

Si la crisis de representación de los partidos políticos era preocupante, el declive de otras formas de participación agrava el problema. “Es un fenómeno sintomático de la desafección con aquellas formas de participación que se creían alternativas a las formas más convencionales de participación política. Hay una crisis que está muy relacionada con la escasa capacidad de movilización de los partidos tradicionales, pues dejan de tener incidencia en el segmento juvenil, pero con los partidos del Frente Amplio se ve un segundo declive. Esto se ve en la FECH, pero también se ve en la Federación de Estudiantes de la Universidad de Santiago, la Feusach; se ve en la Federación de Estudiantes de la Universidad de Concepción, la FEC; y así en todas partes”, apunta el académico, quien cree que la digitalización de la vida le ha hecho un daño tremendo a la política, toda vez que –a su juicio– “las redes sociales han debilitado los mecanismos de mediación (…). Las redes sociales generan un efecto muy nocivo para las organizaciones estudiantiles”, recalca.

Ser parte del juego político

A veces vale la pena preguntarse si existe verdaderamente un movimiento estudiantil, pues cabe la posibilidad de que su protagonismo en los primeros años de la década anterior solo fuera un milagro y, por ende, ocasional. “El movimiento antes era débil y siguió siendo débil después”, plantea el académico y sociólogo Alberto Mayol, en referencia al relumbrón que tuvo su cénit con una “Marcha de los Paraguas” rebosante de mística y épica. Su apogeo quizás se deba a que era la única válvula de escape a la mano, pues “el proceso de malestar social tenía que salir por un lado”. En 2019, en cambio, «simplemente no aparecieron», puntualiza Mayol.

Curiosamente, su vinculación con el Frente Amplio rima con la suerte que vivió otro conglomerado en otro lugar del tiempo. “Le pasó un poco lo que le pasó a la Concertación, que no se llamaba así en los 80, pero que tenía fuerza en esa década a nivel estudiantil, pero que se pierde en los 90”, indica, en relación con otra causa con que el analista político Axel Callís bien puede ayudar a explicar la irrelevancia política de la FECH y, por añadidura, la Confech: la “institucionalización”. O cómo el movimiento es capturado por los nuevos partidos que pasan a integrar el orden establecido, primero impugnando sus prácticas y lógicas de representación o de vinculación con el medio, pero que al cabo terminan reproduciéndolas por la inercia que ejerce el sistema en su conjunto.

“En los últimos años lo vi de cerca con Izquierda Socialista en Derecho de la Universidad de Chile y todos se fueron a partidos como Comunes, Revolución Democrática… Pero, ojo, esto ha ocurrido siempre. Es cosa de recordar a Alejandro Rojas, dirigente de la FECH, durante la Unidad Popular”, recuerda el analista político, en referencia a quien fuera por tres periodos consecutivos presidente de la FECH, quien luego acabó siendo diputado por el Partido Comunista. Hoy, que ya han llegado al Gobierno, poco queda de la rebeldía y vitalidad de aquellos dirigentes que lideraban las marchas, cuyo brillo fue tan intenso que obliteró el surgimiento de nuevos liderazgos. Es más: los dirigentes que surgieron después de Gabriel Boric, Camila Vallejo, Giorgio Jackson y Karol Cariola se sumieron en el más absoluto anonimato.

“Las generaciones que les suceden están cooptadas por los partidos. Hasta que esos partidos nuevos envejezcan y, entonces, veremos la emergencia de otro movimiento universitario fuerte para presentar nuevas alternativas”, añade Callís. El cientista político y académico de la Universidad Diego Portales, Claudio Fuentes, cree que ninguna de las dos hipótesis anula a la otra: “Efectivamente la agenda de gratuidad, al establecerse, agotó la agenda estudiantil. Otra cosa es que los nuevos movimientos (como Convergencia Social, Revolución Democrática, etc.) dejaron de ser relevantes a nivel universitario y concentraron sus esfuerzos en otros espacios”.

El problema se agrava considerando esta identificación del movimiento estudiantil con el Gobierno, uno que muestra bajos niveles de popularidad, nada extraño si se atiende a la profundidad de la crisis social, política y económica que se vive. La decadencia se acelera “en la medida que el Frente Amplio empieza a crecer en la política institucional, concentrando en su seno a los distintos grupúsculos que se iban configurando en las distintas universidades”, de modo tal que el silencio y la quietud del mundo universitario bien pueden ser interpretados como un gesto hacia La Moneda, lo que supone que ha asumido “un rol de contención, que es un rol que no le queda bien. Tampoco tiene un proyecto. Hay una carencia ahí”, sostiene Mayol.

El Mostrador realizó todos los esfuerzos por contactarse con exdirigentes estudiantiles que hoy ocupan cargos de representación o de responsabilidad política, como las diputadas Camila Rojas y Emilia Schneider, expresidentas de la FECH, pero al final no respondieron a nuestras consultas.

El diagnóstico, sin embargo, parece claro: la FECH, la Confech y el movimiento estudiantil en su conjunto constituyen un fantasma, un recuerdo más cargado de nostalgia que de preocupaciones por la acuciante realidad que afecta a los adultos mayores, al mundo del trabajo, a quienes no logran acceder a una vivienda digna, a los pueblos indígenas, a las regiones. “Y yo hago clases en tres universidades”, señala Axel Callís, para luego aclarar que en ninguna de ellas “veo brotes de mucha rebeldía frente a eso”.

Camila Requena ensaya una explicación anexa que permita, al menos en parte, suavizar este juicio tan lapidario: “La pandemia también nos desconectó de este sentido humano. El hecho de no vernos las caras dificultó las interacciones personales y todo cuanto se puede construir a partir de ahí, como la articulación política del estudiantado”.

Publicidad

Tendencias