Debilidad política da paso a las finanzas climáticas con la economía del cocodrilo
¡Hola! Chile, como el resto de América Latina, entra al fin de año en medio de señales cada vez más intensas de la crisis climática, la subestimación política, pero también –por fortuna– de posibles salidas. El calor extremo, los huracanes catastróficos y las nuevas economías verdes marcan el pulso de una región que tiene mucho por decir, hacer y pensar.
- En esta edición de Juego Limpio, he querido recorrer ese mapa: desde el alarmante Informe Lancet Countdown 2025, que muestra que la mortalidad por calor en América Latina aumentó un 103%, hasta los análisis científicos más recientes sobre el huracán Melissa, cuya violencia fue amplificada cuatro veces por el calentamiento global. En ambos casos, la ciencia confirma lo que ya intuimos: el clima es el principal factor de riesgo económico, social y humano de nuestra era, aunque existan candidatos presidenciales en Chile que no solo tienen un desconocimiento brutal del tema sino que también anticipan que, de ganar, retirarían a nuestro país de la acción climática multilateral. Siguiendo el juego de palabras, una brutalidad.
- Sin embargo, hay ideas que abren caminos. Una de ellas es la “economía del cocodrilo”, el nuevo concepto que está reconfigurando la conversación económica mundial: la posibilidad real de crecer mientras se reducen las emisiones. Países y empresas comienzan a mostrar ese “desacoplamiento” entre PIB y carbono, una imagen que –como advierten los autores del informe– podría definir el éxito o el fracaso de la transición global.
- Entretanto, la ciencia sigue empujando fronteras. En los océanos, el Proyecto CETI intenta descifrar el lenguaje de los cachalotes con inteligencia artificial, en una apuesta inédita por escuchar antes que dominar. Y en el extremo sur del planeta, estudiantes de todo Chile participan en la Feria Antártica Escolar 2025, sembrando vocaciones científicas en torno al Continente Blanco.
A la vez, desde el Estado y el sector privado surgen señales de acción: la Dirección General de Aguas del MOP lanzó su consulta final para construir una estrategia nacional de adaptación hídrica, mientras la Sonami propuso modernizar las guías ambientales del SEA para compatibilizar inversión y sustentabilidad.
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La “economía del cocodrilo”: la audaz propuesta que une crecimiento y reducción de emisiones
En la antesala de la COP30 en Belém, Brasil, un nuevo concepto está captando la atención de economistas y científicos climáticos: la “economía del cocodrilo”. Su nombre, tan visual como provocador, alude al gráfico en el que las curvas del crecimiento económico y las emisiones de carbono comienzan a separarse, como si fueran las mandíbulas abiertas de un cocodrilo.
Muy en síntesis, significa que, mientras el PIB sube, las emisiones bajan. ¿El resultado? Un cambio estructural –hasta ahora sin precedentes– en la forma en que las economías del mundo generan riqueza.
Según el informe Crocodile Economics: Decoupling Emissions from Growth, elaborado por la Exponential Roadmap Initiative y destacado por World Economic Forum, este fenómeno marca “una transformación profunda de la economía global”. Países como Reino Unido, Suecia o Alemania ya muestran un desacoplamiento absoluto entre crecimiento y emisiones.
En el caso de la Unión Europea, las emisiones cayeron un 37% desde 1990, mientras el PIB creció un 70%. “La transición energética está funcionando”, señalan los autores. Pero la pregunta que flota en el aire, y que en buen chileno diríamos que “cae de cajón”, es la siguiente ¿puede este modelo escalar al resto del planeta antes de que el cambio climático se acelere aún más?
La metáfora del cocodrilo no se limita a los países. Según el estudio, cada vez más empresas están mostrando el mismo patrón: crecen sus ingresos, pero sus emisiones se reducen. Desde industrias pesadas hasta la moda o la alimentación, algunas corporaciones ya presentan datos de “desacoplamiento absoluto”, aunque los expertos advierten que los avances son aún frágiles y desiguales. En palabras del estudio, “los cocodrilos corporativos están emergiendo, pero nadan en aguas turbulentas”.
Sin embargo, no todos los países han logrado abrir esas mandíbulas. Mientras 49 naciones han desacoplado sus emisiones de su crecimiento, otras 115 aún no lo consiguen, especialmente en África, Asia y América Latina.
- ¿Qué explica esta brecha? La respuesta –según los analistas– tiene tanto que ver con la historia como con la justicia climática. Los países ricos construyeron su prosperidad quemando carbón y petróleo; los países en desarrollo, con menor responsabilidad histórica, enfrentan el dilema de crecer sin repetir ese modelo.
El caso de China podría marcar un punto de inflexión. En 2025, sus emisiones de CO₂ comenzaron a caer un 1% anual gracias a la expansión masiva de la energía solar, eólica y nuclear. “Un nuevo cocodrilo podría estar emergiendo”, advierte el informe, aunque también subraya los riesgos del retroceso político, como el que se ha visto recientemente en Suecia tras el debilitamiento de sus políticas climáticas.
La “economía del cocodrilo” plantea, en última instancia, una pregunta más grande: ¿es posible un crecimiento ilimitado en un planeta finito? Si las mandíbulas del cocodrilo siguen abriéndose –si el crecimiento se separa de las emisiones–, la humanidad podría estar presenciando la primera evidencia real de que prosperar sin destruir es posible. Pero, como advierte el informe con una metáfora afilada, ignorar esta tendencia podría ser peligroso: el cocodrilo podría volver a morder.
El calor extremo en América Latina vuelve al ataque: mortalidad aumentó un 103%
Ya entramos en tierra derecha para que el calor incesante comience a abrazar con fuerza esta parte del planeta. En el hemisferio norte, el verano recién pasado dejó más muertes que las inundaciones, causando además profundos problemas económicos. ¿Cómo se viene la situación para América Latina y el Caribe? Nada distinto a lo que ha ocurrido en el resto del mundo.
Según el informe Lancet Countdown Latinoamérica 2025, la mortalidad relacionada con el calor aumentó un 103% en las últimas tres décadas, con un salto especialmente pronunciado a partir de 2008. El dato es demoledor: la región pierde en promedio 855 millones de dólares al año por impactos del calor entre 2015 y 2024, un 229% más que en la década anterior.
El informe, elaborado por un consorcio de universidades y centros de investigación liderado por The Lancet, pone cifras concretas a una realidad cotidiana: los cuerpos no resisten temperaturas que hace apenas veinte años eran excepcionales. Las pérdidas laborales por exposición al calor llegaron a 52 mil millones de dólares en 2024, el 0,81% del PIB regional, afectando sobre todo a agricultores y trabajadores de la construcción, los primeros en la línea del impacto.
- No solo se trata de un problema de salud pública, sino también de una crisis económica y social que amenaza la productividad y la estabilidad de millones de familias.
La crisis climática no viene sola. A la ola de calor se suma una serie de efectos encadenados: más incendios, más enfermedades y menos espacios verdes. En los últimos años, los que vivimos en Latinoamérica hemos experimentado un aumento del 26,4% en los días con peligro extremo de incendios forestales, mientras que el potencial de transmisión del dengue creció un 66% desde la década de 1950. En paralelo, 109 ciudades de más de medio millón de habitantes fueron clasificadas en 2024 como urbes con niveles de verdor bajos o muy bajos.
- ¿Qué significa esto? Que el calor urbano se multiplica, los ecosistemas colapsan y la desigualdad ambiental se profundiza.
Pero afortunadamente no todo son malas noticias. El informe revela un dato esperanzador: los países con sistemas de alerta temprana en salud (HEWS) lograron reducir en un 92,5% la mortalidad asociada a inundaciones y tormentas, frente al 43,4% de los países sin estos sistemas.
En otras palabras, la prevención salva vidas. La evidencia muestra que la inversión en ciencia, datos y gobernanza climática no es un lujo, sino una urgencia. ¿Por qué entonces sigue siendo marginal en las agendas políticas y en la designación de presupuestos? En Chile sabemos bien de esto. La acción climática desde la política no existe, salvo para que ciertos candidatos amenacen con sacar a Chile del Acuerdo de París. Y lo que es peor, que algunos aplaudan.
Sigamos. El deterioro ambiental también tiene un precio económico colosal. La contaminación del aire costó a América Latina 160 mil millones de dólares en 2022, el 2,8% del PIB regional, equivalente a los ingresos anuales de 15,8 millones de personas. Y la pérdida de cobertura arbórea –por deforestación, incendios y agricultura itinerante– aumentó entre un 12% y un 31% en las últimas dos décadas. Cada hectárea perdida no solo representa biodiversidad destruida, sino también menor capacidad de absorber carbono y mitigar el calentamiento.
El informe Lancet Countdown Latinoamérica 2025 lanza un mensaje inequívoco: el cambio climático es una emergencia presente. Los gobiernos deberán decidir si siguen gestionando la crisis a golpe de catástrofe o si apuestan por una transición justa, verde y saludable. El costo de la inacción, advierte el informe, ya no se mide solo en dinero, sino también vidas humanas. Y en América Latina, lo mismo que en el resto del mundo, el tiempo –como el termómetro– ya se agotó.
Huracán Melissa: la tormenta que el cambio climático multiplicó por cuatro
Debo confesar que las imágenes del huracán Melissa pasando por Jamaica, Cuba y una buena parte del Caribe me dejaron –como a muchos de ustedes, supongo– muy consternado. Pero las imágenes satelitales del ojo del Huracán, esas me perturbaron.
A días del paso de la tormenta y cuando ya se contabilizan en más de 6 millones de personas las víctimas del huracán, he querido compartir las conclusiones de los principales estudios científicos que se conocieron hace pocos días.
Aunque parezca algo elemental, el huracán Melissa no fue solo un desastre natural, fue además una advertencia científica. Un estudio del Instituto Grantham de Imperial College London, bajo el programa Change Impact Attribution, concluye que el cambio climático hizo cuatro veces más probable un evento de esta magnitud. Las emisiones humanas, además, aumentaron su velocidad del viento en un 7% (18 km/h), transformando una tormenta intensa en una máquina de destrucción categoría 5 que arrasó Jamaica el 28 de octubre de 2025.
- Si el planeta no se hubiera calentado, los daños habrían sido un 12% menores, un margen suficiente para salvar miles de hogares y vidas.
Los números hablan con crudeza: US$ 22 mil millones en pérdidas totales, el equivalente al 37% del PIB de Jamaica. Casi 400 mil personas resultaron afectadas en un país donde el 70% de la población vive a menos de cinco kilómetros del mar. ¿Cómo puede un Estado insular, con recursos limitados, resistir el impacto económico y humano de una tormenta amplificada por el calentamiento global? Según el profesor Ralf Toumi, director del Instituto Grantham, “estas tormentas serán aún más devastadoras en el futuro si seguimos sobrecalentando el planeta con la quema de combustibles fósiles. La adaptación es vital, pero no suficiente: hay que detener las emisiones”.
La Dra. Emily Theokritoff, también del Instituto Grantham, fue más allá: “El caso de Melissa muestra cómo se manifiesta la injusticia climática. Los pequeños Estados insulares, con mínima responsabilidad en la crisis climática, sufren algunos de sus peores efectos”. Su reflexión toca un punto sensible en el debate global: los países más vulnerables pagan la factura de una crisis que no provocaron. Esta dramática experiencia, de seguro, será tema central en la COP30, donde la discusión no se hará en función de unos papers, sino ante la evidencia inequívoca de la fuerza inaudita de la tormenta y que todos pudimos apreciar en directo.
No se trata del único informe. En Juego Limpio les comparto los hallazgos de estos estudios que están en la misma sintonía. ClimaMeter confirmó que el cambio climático aumentó entre un 5% y un 10% la intensidad de los vientos y lluvias de Melissa, mientras que Climate Central determinó que las temperaturas oceánicas en la zona (1,4 °C por encima del promedio) constituyeron el principal factor de su rápida intensificación, un fenómeno 500 a 900 veces más probable debido al calentamiento global. En otras palabras: sin el calentamiento global, Melissa posiblemente no habría existido tal como lo vimos.
Ante semejante devastación, Jamaica activó su bono catastrófico de US$ 150 millones, emitido en 2024 con apoyo del Banco Mundial. El instrumento, diseñado para proporcionar alivio financiero inmediato ante desastres extremos, será desembolsado en su totalidad, según confirmó el portal especializado Artemis, debido a que Melissa alcanzó una presión central de 892 milibares, uno de los valores más bajos jamás registrados –esta presión baja es un indicador de la intensidad del fenómeno–. Aun así, la ayuda representa una fracción mínima de las pérdidas totales, lo que plantea una pregunta inquietante: ¿puede el financiamiento climático actual responder a la escala del nuevo riesgo climático global?
El caso de Jamaica es un espejo de lo que puede venir para América Latina y el Caribe, donde los huracanes, incendios y sequías son cada vez más feroces. Como dijimos, en la antesala de la COP30 en Belém, Melissa se convierte en símbolo y advertencia. La tormenta no solo destruyó infraestructuras y vidas: expuso la urgente necesidad de fortalecer los mecanismos de adaptación, financiamiento y compensación por pérdidas y daños. Como advirtió el profesor Toumi, “los límites de la adaptación ya están a la vista”. Lo que sigue depende de una decisión colectiva: ¿seguiremos alimentando el huracán o detendremos su origen?
Los traductores del océano: el ambicioso proyecto que busca descifrar el lenguaje de las ballenas
Durante siglos, los humanos hemos creído que somos los únicos capaces de comunicarnos mediante lenguaje complejo. Pero esa convicción podría comenzar a replantearse bajo el peso de la inteligencia artificial (IA). Hoy, un grupo de investigadores –liderados por el biólogo marino David Gruber– está intentando algo que hasta hace poco parecía ciencia ficción: traducir las conversaciones de los cachalotes, los gigantes matrilineales del océano, en busca de una comprensión profunda entre especies.
- Gruber fundó en 2020 la Iniciativa de Traducción de Cetáceos (CETI, por sus siglas en inglés), una organización sin fines de lucro que utiliza IA, robótica, drones e hidrófonos para registrar las complejas vocalizaciones de los cachalotes, conocidas como codas, y analizarlas mediante modelos de procesamiento del lenguaje natural –similares a ChatGPT, pero diseñados para ballenas–. Su objetivo es ambicioso: entablar una conversación real con otro tipo de inteligencia.
Pero lo que distingue al proyecto CETI no es solo su despliegue tecnológico, sino también su filosofía de respeto y empatía. Gruber rechaza la jerarquía que sitúa al ser humano en la cima del mundo natural y propone una ciencia que escuche, no que invada. “CETI es un experimento de escucha profunda”, afirma, “una invitación a entender el planeta desde las voces que lo habitan”. Su enfoque recuerda que la comunicación no siempre requiere dominar al otro, sino estar dispuesto a escuchar.

David Gruber, Marine Biologist and National Geographic Explorer.
- En la práctica, esto significa observar sin alterar. Gruber ha llegado a construir cámaras inspiradas en los ojos de tiburones para ver el mundo como ellos lo ven, y atribuye sus mayores descubrimientos –como el de una tortuga marina biofluorescente en el Pacífico Sur– no al azar, sino a la paciencia y presencia respetuosa frente a otras formas de vida.
El impacto de CETI podría ir mucho más allá de la ciencia. En un artículo reciente publicado en Ecology Law Quarterly, Gruber y sus coautores sostienen que descifrar el lenguaje de los cetáceos podría transformar el derecho ambiental, fortaleciendo la idea de que las especies no humanas merecen reconocimiento legal y protección. En países como Ecuador, Colombia, Panamá o Nueva Zelanda, este movimiento de “derechos de la naturaleza”, inspirado en cosmovisiones indígenas, ya está dejando huella.
En la actualidad, más de 50 especialistas en biología marina, IA, lingüística y acústica submarina trabajan en CETI. Sus grabaciones, obtenidas con drones y sensores instalados en las ballenas, ya están ayudando a identificar patrones en las codas de los cachalotes. Lo que hace una década era una utopía empieza a sonar real: una nueva era en la que los humanos podrían, por primera vez, escuchar —y responder— al lenguaje del océano.
Breves medioambientales que sí importan
- Jóvenes de todo Chile llegan a Punta Arenas para participar en la Feria Antártica Escolar 2025
La Feria Antártica Escolar 2025 comenzó esta semana en Punta Arenas, reuniendo a 39 estudiantes y docentes de siete regiones del país en el principal encuentro de ciencia escolar dedicado al Continente Blanco, organizado por el Instituto Antártico Chileno (INACH). Durante cinco días, los jóvenes presentarán investigaciones sobre biotecnología, cambio climático, ciencias de la Tierra y humanidades, seleccionadas de entre más de 300 propuestas nacionales. Las actividades abiertas al público se realizarán el 6 y el 7 de noviembre en la Sala de Exposiciones de Zona Austral, donde los asistentes podrán votar por su equipo favorito como parte del jurado ciudadano.
Según el director del INACH, Gino Casassa, esta iniciativa busca “entusiasmar a las nuevas generaciones con la ciencia y formar a los futuros embajadores antárticos de Chile”. Los proyectos ganadores integrarán la Expedición Antártica Escolar 2026, que llevará a los jóvenes investigadores a vivir la experiencia científica en el continente más austral del planeta.
- Último día: DGA del MOP convoca al sector privado a sumarse a la estrategia hídrica de adaptación al cambio climático
Este lunes 4 de noviembre vence el plazo para que empresas y gremios participen en la Encuesta de percepción del sector privado sobre adaptación al cambio climático en el ámbito hídrico, impulsada por la Dirección General de Aguas (DGA) del Ministerio de Obras Públicas, con apoyo de la FAO y financiamiento del Fondo Verde para el Clima. La iniciativa busca recoger experiencias, prácticas y desafíos de los sectores productivos frente a la sequía estructural que vive Chile y construir una hoja de ruta conjunta hacia la seguridad hídrica. El instrumento –disponible AQUÍ– está dirigido a rubros como agricultura, minería, energía, industria, turismo, acuicultura y agua potable, con el fin de fortalecer medidas concretas de adaptación y gestión sostenible del recurso.
“El sector privado tiene un rol estratégico en la protección de nuestros recursos hídricos”, subrayó el director general de Aguas del MOP, Rodrigo Sanhueza, destacando que la estrategia busca ser “una hoja de ruta construida con quienes invierten, producen y dependen del agua para su desarrollo”. Desde la FAO, la coordinadora del plan en Chile, Irene Bernaus, enfatizó que “no se trata solo de políticas públicas, sino de construir juntos resiliencia para el futuro”.
La consulta –que será complementada con talleres participativos– busca articular compromisos reales entre el Estado y los sectores productivos, en un país donde el 73% del agua se destina a la agricultura y los efectos del cambio climático ya se sienten con fuerza en todo el territorio.
- Sonami propone modernizar el SEIA y advierte acerca de sobrecostos por aplicación rígida de guías del SEA
La Sociedad Nacional de Minería (Sonami) presentó el estudio “Propuestas para la aplicación de guías y criterios del SEA en minería”, que evidencia cómo estos instrumentos, originalmente orientativos, se han convertido en exigencias de facto, generando sobrecostos de hasta 10 mil UF y demoras de hasta un año en la tramitación de proyectos mineros.
Elaborado junto al Centro de Estudios y Documentación Minera (CEMS) y el estudio jurídico Puga Ortiz, el informe propone modernizar el Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental (SEIA) a través de cinco ejes: certeza y flexibilidad, proporcionalidad, coordinación interinstitucional, control de legalidad y transparencia. Según Reinaldo Salazar, gerente de Estudios de Sonami, el objetivo es “recuperar el equilibrio entre rigurosidad técnica y eficiencia regulatoria”, sin debilitar los estándares ambientales. La presentación se realizó en el contexto del debate legislativo sobre la reforma “Evaluación Ambiental 2.0”, actualmente en discusión en el Congreso.
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