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Opinión: El crecimiento no es desarrollo

Opinión: El crecimiento no es desarrollo

«Teóricamente se podría argumentar que, superado cierto umbral de desarrollo, el aporte que tiene el incremento del ingreso en el bienestar es cada vez menor. Para los pobres tener un salario mínimo digno es importante, mientras que para un millonario, aumentar su riqueza en dicho monto es totalmente irrelevante. Desde la práctica, está la problemática de si el PIB mide realmente el bienestar de las personas. Ciertamente un indicador de la producción no considera elementos tales como felicidad, satisfacción personal, entre muchos otros aspectos que sin duda son relevantes en un país».


Es indudable que la desaceleración económica ha marcado la pauta del debate nacional durante este año. El recorte de las proyecciones de expansión de la economía –desde un 3,6% a un 2,5% para el 2015, según el Ministerio de Hacienda– plantea en la discusión política que el principal problema a resolver en este “segundo tiempo” del gobierno sea cómo reactivar el crecimiento, desplazando del centro de la discusión aquellas propuestas de carácter más distributivo sobre las cuales se erigió el actual programa de gobierno.

Resulta particularmente llamativa la amplia legitimidad que ha ido ganando la idea de que es imprescindible retornar a una senda de expansión económica, no solo a nivel de técnicos y políticos sino también en la esfera ciudadana.

De acuerdo a datos de la Encuesta CEP del pasado mes de agosto, un 42% de los encuestados estima que la situación económica es mala o muy mala, y un 77% cree que hoy nuestro país está estancado o en decadencia, las cifras más altas desde el año 2000. En ese sentido, hoy la tasa de crecimiento del PIB pareciera estar convirtiéndose en una carta decisiva en el contexto electoral y todo apunta a que ciertos grupos de interés pretenden instalar la idea de que este indicador es la panacea del desarrollo social y económico.

Partamos por definiciones. El Producto Interno Bruto (PIB) corresponde a la producción total de bienes y servicios valorada a precios de mercado en un período. Usualmente, para aislar los efectos de la inflación, se utilizan los precios de un año base determinado. De esta manera, el crecimiento económico es entendido regularmente como la tasa de crecimiento del PIB entre un período y otro. Es posible distinguir al menos dos canales simultáneos mediante los cuales se materializa el crecimiento económico –o de la producción–: por un lado, factores asociados a la demanda, ya sea consumo o gasto a nivel de hogares, empresas o del gobierno, que se traduce en una mayor producción; la contraparte concierne a factores asociados a la oferta o la capacidad productiva, tales como la inversión y la productividad –tecnología, innovación, I+D, entre otros–.

Que el crecimiento de la producción es fundamental en el desarrollo de una economía no supone mayores cuestionamientos. En los países de ingresos bajos, un mayor PIB –es decir, mayor producción– es una condición imprescindible para plantearse objetivos tales como la superación de la pobreza. Al mismo tiempo, se ha argumentado que un rápido crecimiento tiene impactos positivos en la generación de empleos, una mejora en los servicios públicos, entre otros. Es en este punto donde surge una pregunta de importancia trascendental: ¿Qué tan relacionados están el crecimiento económico con el desarrollo económico?

Teóricamente se podría argumentar que, superado cierto umbral de desarrollo, el aporte que tiene el incremento del ingreso en el bienestar es cada vez menor. Para los pobres tener un salario mínimo digno es importante, mientras que para un millonario, aumentar su riqueza en dicho monto es totalmente irrelevante. Desde la práctica, está la problemática de si el PIB mide realmente el bienestar de las personas. Ciertamente un indicador de la producción no considera elementos tales como felicidad, satisfacción personal, entre muchos otros aspectos que sin duda son relevantes en un país. Al mismo tiempo, muchos economistas han comenzado a poner énfasis en los aspectos negativos que podría acarrear la expansión de la producción: las externalidades –efectos colaterales– negativas del crecimiento tales como el calentamiento global o el agotamiento de recursos naturales son muestra de ello.

Atendiendo a estas consideraciones, en el año 2008 el presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, formó una comisión liderada por los premios Nobel Joseph Stiglitz y Amartya Sen, teniendo por objetivo identificar los límites de la medición del PIB como indicador del desempeño económico, junto con proponer una batería de elementos que permitieran realizar de mejor manera dicha labor. Entre las conclusiones entregadas por el Reporte Sarkozy, destacan aspectos tales como el carácter multidimensional del bienestar –no solo se debe considerar el gasto, sino también los ingresos disponibles, salud, educación, relaciones interpersonales, medio ambiente–, la relevancia de la distribución del ingreso, la importancia de incluir mediciones de actividades que no poseen un valor de mercado, entre otros.

Una aproximación empírica de lo anterior puede observarse al comparar la evolución del Producto Interno Bruto y el Ingreso Nacional Neto disponible de los hogares –que corresponde al Ingreso Nacional Bruto descontando el consumo de capital fijo y el agotamiento de recursos naturales– para el período 1970-2012 en Chile.

Si bien en el inicio del período ambos indicadores se movían a un ritmo similar, desde el comienzo de la dictadura militar el ingreso del que dispone la población ha crecido a una velocidad mucho menor que la velocidad a la que crece la producción de bienes y servicios. Incluso se evidencian períodos donde a pesar de que el PIB ha crecido el ingreso disponible se estanca e incluso cae, como durante la crisis asiática (1997-1998) o en el año 2005.

Cuando los países se plantean el objetivo de alcanzar el desarrollo económico, el tema del crecimiento es esencial; sin embargo, este está lejos de constituir una receta mágica. La discusión se hace todavía más delicada cuando existen sectores demasiado influyentes –como la derecha empresarial– que podrían hacer mal uso de ciertas señales que entrega el ritmo del crecimiento con el único fin de mantener sus privilegios históricos. Hoy, siendo el crecimiento económico un elemento central de la discusión política y, eventualmente, un arma electoral potente, se hace indispensable poner sobre la mesa todas las consideraciones y alcances que puedan hacerse sobre este indicador.

grafico

Pablo Sánchez
Estudios Nueva Economía

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