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Una entrevista con el deslenguado abogado de André Esteves

Una entrevista con el deslenguado abogado de André Esteves

Se llama Antonio Carlos Almeida de Castro. Defiende a los ricos y poderosos de Brasil, entre ellos al fundador y ex CEO de BTG Pactual. A Bloomberg le dice que no es un «genio legal», sino que simplemente «un abogado de la p… madre”.


A Antonio Carlos de Almeida Castro le encanta hablar. A los 58 años, es abogado defensor penal de los ricos y poderosos de Brasil y quiere que todos lo sepan.

Casi nada en su carrera de tres décadas, desde el escándalo más grande hasta el acuerdo de trastienda más pequeño, es zona vedada durante una entrevista inconexa desarrollada en dos días y dos ciudades. Uno de los relatos se refiere a cómo contribuyó a derrocar a un presidente, otro a la reunión que arregló para indicar a un colega un lugar en la Corte Suprema; y quién podría olvidar la noche en que se presentó achispado en una comida estatal oficial y cambió las tarjetas de comensal para ubicarse en una mesa más prominente.

La única vez que Castro –o Kakay, como todos le dicen aquí- hace una pausa para medir cuidadosamente sus palabras es cuando la conversación gira hacia su cliente más famoso del momento, el banquero multimillonario Andre Esteves. No da ninguna explicación sobre los detalles del plan de defensa, ni un cómo ni un por qué, pero dice lo siguiente: la causa ni siquiera llegará a juicio. No sólo porque los cargos contra Esteves son débiles sino porque lo representa un abogado que cree enormemente en sus propias capacidades.

“No soy un genio legal”, dice Kakay durante el almuerzo en Piantella, un restaurante caro y de moda de su propiedad en Brasilia “pero soy un abogado de la p… madre”.

La comida vespertina es una práctica habitual para Kakay. Durante tres horas, es el centro de atención mientras bebe una copa tras otra de vino tinto portugués. Tiene una reserva enorme de historias. Y si su interlocutor parece no prestar demasiada atención mientras las despliega, se estira desde el otro lado de la mesa para palmearle la muñeca. En todos los nombres y escándalos que recita hay una historia de Brasil, empezando con el juicio político a Fernando Collor de Mello en 1992, en cuya elaboración Kakay desempeñó un pequeño papel.

“Yo fui parte de la evolución de este país”, dice. “La gente me para en la calle para pedirme un autógrafo o se ofrece a pagarme la cuenta del bar. No me gusta decir cosas de este tipo porque parece que estoy haciendo ostentación. Pero todo es parte del espectáculo de las causas criminales”.

Kakay es en sí mismo una suerte de espectáculo. Con una barba tupida y una cabellera ondeada por la que suele deslizar los dedos, parecería un montañés de su estado natal del sudeste de Brasil si no fuera por su gusto para vestir. Sentado para una sesión de fotos en su oficina en un piso 11 en Brasilia, lleva puestas zapatillas altas, una remera negra con salpicaduras plateadas y anteojos con montura de carey de forma alargada.

En Pintella, y luego compartiendo copas de Champagne al día siguiente en el Emiliano Hotel de Sao Paulo, Kakay habla de todo, desde sus atuendos (“Un juez me dijo una vez que tenía un aspecto extraño; está bien, podré vestirme extraño, pero gané el caso”) hasta su salud (contraer dengue fue una bendición; lo ayudó a adelgazar) y menciona al psiquiatra que consulta seis veces al año –en París. Allí tiene un departamento y otro en Río y vive en una mansión en Brasilia con su tercera esposa y su hijo de 10 años. Cuando se aloja en el Emiliano, el personal hace la cama con sábanas que llevan bordado su nombre, dice.

‘300 llamadas’

Fue en la mansión, poco después de la madrugada del 25 de noviembre, donde Kakay se enteró de que Esteves había sido detenido, acusado de tratar de impedir que un ex funcionario de la compañía de petróleo estatal implicara supuestamente a Grupo BTG Pactual –del que Esteves era entonces presidente y máximo responsable ejecutivo- en una estrategia de coimas. Kakay acababa de subir a la cinta cuando entró la primera llamada telefónica. Siguió corriendo. La noche anterior había comido bien, charlando y bebiendo con liberalidad. Es una rutina prácticamente de todas las noches y la manera de compensar los excesos consiste en dos horas diarias de ejercicio. Pero el teléfono volvió a sonar. Y otra vez. Y otra vez. “Recibí 300 llamadas”, dice Kakay. “Era imposible seguir”.

Tal fue el impacto de que el banquero predilecto de Brasil hubiera quedado atrapado en la amplia investigación por coimas, llamada ‘Operación Lavado de Autos’, que ayudó a sumergir al país en una brutal recesión. Esteves ya era cliente suyo –Kakay no dice exactamente cuándo fue contratado- y el abogado partió enseguida rumbo a la Suprema Corte. Quería leer cada línea de la orden de detención. Cuanto más ahondaba más lagunas encontraba, dijo. “Los muchachos de ‘Lavado de Autos’ se sienten semidioses”, dice, y a los brasileños les interesa muchísimo la “criminalización de los ricos”.

‘Lavado de Autos’ ha derivado hasta ahora en más de 100 arrestos, convirtiendo a los fiscales de los que Kakay se burla en héroes por la causa en un país donde no están acostumbrados a que los delincuentes de guante blanco vayan a la cárcel. ‘Lavado de Autos’ también trajo 10 nuevos clientes a Kakay. “Un abogado penalista que no se conmueva con este tipo de injusticia debería hacer otra cosa”, dice.

Destrozar acusaciones

La semana anterior a Navidad, Kakay volvió a la Suprema Corte, esta vez para pelear por la liberación de Esteves de la famosa cárcel Bangu de Río de Janeiro, donde el ejecutivo de 47 años dormía en una cucheta de cemento y usaba una letrina colectiva. Fue acusado de tratar de negociar un soborno para el ejecutivo petrolero en una reunión secreta el 19 de febrero.

Kakay y su equipo Esteves –que dirige con Sonia Rao, otra conocida abogada defensora- dijeron a la justicia que el banquero no estaba ni siquiera cerca del lugar del supuesto encuentro aquel día. Un juez federal ordenó liberarlo de Bangu y mantenerlo en cambio bajo arresto domiciliario.

El equipo proyecta presentar pronto documentos solicitando que la causa sea desechada. “Destrozamos las razones de su arresto”, dice Kakay. “Ahora destrozaremos las acusaciones para que no se sostengan los cargos”.

Cuando se le pregunta cuáles son los secretos de su éxito, Kakay se autodefine como un as de los procesos y los tecnicismos legales. Pero verlo en acción esos dos días ofrece una explicación alternativa. Algo más simple, un poco más primitivo. Posee una capacidad para hacerse notar y para entretener.

Su entrada en Piantella evoca imágenes de la escena del clásico de Hollywood “Goodfellas” (‘Buenos muchachos’) donde Henry Hill avanza por el club nocturno Copacabana de Manhattan con su nueva novia de ojos grandes. A todos, desde el vendedor de lotería en la vereda hasta el personal de atención, desde el senador hasta el ejecutivo de televisión que están sentados en las mesas cercanas, Kakay dedica una gran sonrisa y una pequeña charla rápida. Se iluminan sonrisas hacia él. Todos aman a Kakay. Y también Kakay.

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