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Bolsonaro no puede menospreciar ciencia brasileña

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Mac Margolis
Por : Mac Margolis Columnista de Bloomberg
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Brasil es conocido –tal vez con razón– por su fuerte huella ambiental, empezando por la devastación del mayor bosque pluvial tropical del mundo. Lo que no es tan visible y casi nadie menciona es la destreza del país para seguir la destrucción del bosque y convertir los datos en herramientas de política vitales para la conservación y la preservación jurídica del medio ambiente.


Mujeres, homosexuales, noroccidentales, y ahora científicos: la lista de electores despreciados por el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, sigue creciendo.

Su último objetivo: el Instituto nacional de investigación espacial, conocido como INPE, el cual advirtió hace poco que la destrucción de la selva en la cuenca del Amazonas se ha disparado. Bolsonaro planteó dudas sobre las imágenes satelitales que muestran un incremento de 68% en la tala de bosque pluvial durante las dos primeras semanas de julio en comparación con el mismo periodo hace un año, desestimando los datos como ciencia falsa y sugiriendo que el director del INPE, Ricardo Galvao, se había puesto de acuerdo con organizaciones no gubernamentales.

Galvao respondió atacando a Bolsonaro por mancillar la ciencia brasileña y comparando sus declaraciones con «una broma de un presidente inadecuado de 14 años». No sorprende del ofensor en jefe de Brasil, cuyos compinches partidistas apoyan en todas sus ocurrencias fuera de tono y sus asaltos de honor. No obstante, al hablar mal del INPE, Bolsonaro sin saberlo puso al principal instituto de investigación geográfica del país bajo escrutinio y, por extensión, a toda la comunidad científica brasileña que trabaja duro para rescatar el Amazonas.

Brasil es conocido –tal vez con razón– por su fuerte huella ambiental, empezando por la devastación del mayor bosque pluvial tropical del mundo. Lo que no es tan visible y casi nadie menciona es la destreza del país para seguir la destrucción del bosque y convertir los datos en herramientas de política vitales para la conservación y la preservación jurídica del medio ambiente.

En las últimas tres décadas, Brasil se ha convertido en un referente del monitoreo del cambio de uso del suelo. Imágenes capturadas por equipos de satélites internacionales, equipos de analistas y el INPE producen diariamente alertas de puntos clave (que muestran la agricultura de tala y quema en tiempo real, por ejemplo) en el bosque pluvial. Otro programa traza el cambio en la cubierta del suelo del bosque comparando imágenes cada 15 a 20 días, el tiempo que le toma al satélite en órbita regresar a la misma posición.

Los datos se cargan en Internet y se envían a las autoridades ambientales federales y locales, quienes verifican con los mapas de propiedad rural. De este modo, los funcionarios pueden ver quién está talando el bosque, determinar si la tala es ilegal y despachar inspectores o policía ambiental hacia los puntos problemáticos. Cualquiera puede acceder a la base de datos, a fin de responsabilizar a las autoridades. Aproximadamente 95% de las alertas tempranas del sistema señalan destrucción real del bosque, me dijo el exdirector del servicio nacional de bosques, Tasso Azevedo.

Las herramientas de monitoreo del INPE generan los primeros mapas amplios de la deforestación en los trópicos. Su flujo de imágenes y mapas de cubierta del bosque alimenta bases de datos geográficas y ha inspirado por lo menos otras 10 iniciativas de investigación climática en todo el mundo, desde el Sistema de alerta temprana de los bosques tropicales en Japón, hasta el laboratorio de Análisis y descubrimiento de suelo global de la Universidad de Maryland.

«Otros países han adoptado partes del programa brasileño, pero ninguno tiene un sistema tan completo», asegura Azevedo, quien dirige el centro de estudios para el cambio climático Mapbiomas. «Eso ha convertido a Brasil en uno de los ecosistemas más monitoreados en el mundo».

Una de las ironías del embrollo de Bolsonaro es que el INPE ayudó a arrancar una nueva generación de herramientas de monitoreo terrestre, fortalecida por satélites más baratos y más poderosos, mediante los cuales los científicos y los ciudadanos pueden verificar fácilmente sus hallazgos y eliminar los falsos positivos. «En la era de los sistemas de monitoreo múltiples y remotos, la conclusión del INPE puede ser confirmada fácilmente por fuentes independientes», según el académico del Amazonas de larga data, Tom Lovejoy, investigador sénior de la Fundación de las Naciones Unidas.

Centros de estudios como Mapbiomas y el Instituto Amazónico para las Personas y el Medio Ambiente (Imazon) aprovechan y refinan los datos del INPE para analizar puntos problemáticos del Amazonas y luego emitir boletines periódicos para gobiernos locales y grupos cívicos. Azevedo llevará las herramientas de monitoreo de bosques a Indonesia, Argentina y Paraguay.

Contrario a la palabrería partidista en Brasilia, esta configuración no es obra de amantes de la naturaleza ni académicos. En cambio, data de los días del gobierno militar, cuando los generales gobernantes vieron la ocupación de la cuenca amazónica y su tesoro escondido de oro, mineral de hierro, madera y suelos arables como piedra angular del destino manifiesto de Brasil. Entonces, a medida que agricultores, rancheros, mineros y constructores de caminos se adentraron en la frontera tropical sudamericana, los científicos les siguieron los talones de cerca y rastrearon su progreso mediante imágenes capturadas por los satélites en órbita.

Otra ironía para un gobierno con una debilidad por las cosas militares: el entusiasmo de las fuerzas armadas por la frontera amazónica dio paso al propio programa de monitoreo satelital del Ministerio de Defensa, el cual ha confirmado consistentemente los hallazgos del INPE respecto al aumento de la deforestación.

La vigilancia del bosque se volvió más urgente a finales de la década de 1980 y principios de la de 1990, cuando el afán hacia la frontera amazónica trajo caos y anarquía y chocó con la agenda verde global en ascenso. Incluso mientras los brasileños abusaban del bosque, los científicos refinaban su vigilancia. Las cifras del INPE permiten a las autoridades de vigilancia del bosque pluvial localizar la destrucción en parches de una extensión menor a medio campo de fútbol.

Tal precisión ha ayudado a las autoridades a identificar y atrapar a trasgresores. Además, las políticas mejoradas, junto a la protección de los territorios indígenas, la expansión de las reservas naturales y el compromiso de los agricultores de no talar el bosque para sembrar, contribuyeron a la marcada reducción de la deforestación entre 2004 y 2012.

El declive histórico permitió a Brasil deshacerse brevemente de su reputación de villano ambiental, alcanzando su compromiso internacional de reducir sus emisiones de carbono para 2020. Sin embargo, de repente, esas ganancias están en juego bajo Bolsonaro, para quien las salvaguardas y la ciencia son obstáculos en el progreso.

El problema no es solo el oscurantismo, sino el daño autoinflingido de la negación de la ciencia para Brasil y para el mundo. «Estudios demuestran que el bosque amazónico almacena más carbón de lo que hay reservas de combustibles fósiles en el mundo», de acuerdo con el investigador sénior de Imazon Adalberto Verissimo. «Si bajamos la guardia y permitimos que el carbón del bosque pluvial sea liberado a la atmósfera, todo el planeta pagará el precio, incluido Brasil».

Aún hay tiempo para que Brasil se desvíe del peligro. Profesionales en Brasilia convencieron a Bolsonaro de abandonar su palabrería contra China, preservando así la relaciones con el mayor socio comercial del país, y disuadieron a los ideólogos de la política exterior de abandonar los compromisos de Brasil con la gobernanza global. Los reformadores en el Congreso rescataron la reforma pensional de los titubeos del gobierno. Entonces, las cabezas frías aún podrían prevalecer respecto al Amazonas, promoviendo una buena administración ambiental.

«Brasil ha demostrado que puede producir granos de soja, mineral de hierro y caña de azúcar para el etanol y aun así controlar la deforestación y mantener bajas las emisiones de carbono», asegura Verissimo. «Los mercados quieren bienes que no contaminen el medio ambiente». Basta con ver el recientemente firmado acuerdo entre el mercado común sudamericano Mercosur y la Unión Europea, el cual compromete a Brasil a contener la deforestación.

Brasil necesita ciencia que le muestre cómo conservar el medio ambiente, no hacerse el de la vista gorda.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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