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Opinión: Reforma tributaria, ¿Diseño Socio-Económico o Wicked Problem?


El cambio climático, la pobreza, el terrorismo, el narcotráfico, los desastres naturales. Todos muy duros, son algunos de los llamados "wicked problems", que podríamos traducir como problemas impios, retorcidos o perversos. Se trata de asuntos generalmente vinculados a la planificación social, difíciles de resolver, cambiantes, inasibles, que parecen resistirse a ser resueltos, en permanente contradicción y que, cuando parecemos avanzar sobre ellos, gatillan el surgimiento de nuevos obstáculos, en una suerte de espiral infinita.

La discusión en torno a la reforma tributaria calza perfectamente dentro de esta categoría. El gobierno, el oficialismo, la oposición, el empresariado, las organizaciones sociales, todos los sectores muestran posiciones tajantes que auguran una larga discusión sobre una iniciativa fuertemente disruptiva del statu quo, inspirada por la expectativa de incrementar la equidad social, ícono de los wicked problems de la historia universal.

Según esta definición, son al menos 10 las características de este tipo de problemas, que perfectamente podemos aplicar a lo que se discute en Chile hoy. Tomaremos sólo algunas.

Primeramente, a diferencia de los problemas comunes, a estos otros no es posible describirlos a carta cabal. Tampoco tienen criterio de término: la búsqueda de soluciones jamás se detiene. ¿Podemos dar un salto cuántico para acelerar nuestro ingreso a la "liga de las naciones desarrolladas en las que dan ganas de vivir"? ¿Es la reforma tributaria una respuesta? Probablemente, pero una incompleta y con efectos colaterales que aún no hemos calculado, como el dilema de reinvertir los recursos que resulten de su puesta en marcha o los obstáculos que termine imponiendo a los emprendedores que recién comienzan.  

En los wicked problems se enfrentan muchos stakeholders con distintos valores y prioridades, con posiciones extremas que parecen no tener punto de acercamiento.

Aquí, cada solución es como una única bala de plata, cuyas consecuencias difícilmente podemos revertir. La que tenemos hoy ha ido sufriendo sucesivas enmiendas y transformaciones, que están lejos de terminar, lo que aterra a los inversionistas al no saber qué tipo de proyectil los está apuntando.

Pero no todo es malo ni parece sin destino en los wicked problems. Prácticamente todas las partes coinciden en la necesidad de cambios en la tributación para generar una también necesaria reforma educacional –con los matices que cabría esperar–. Por eso, vale la pena revisar las oportunidades que abre este tipo de problemas, al menos en teoría.

Involucrar tempranamente a los stakeholders sin exclusiones ni descalificaciones, documentar sus opiniones para evitar una espiral de trascendidos contradictorios y comunicar exhaustivamente y con transparencia a la comunidad. Para estos efectos hace falta un espacio contenedor y un convocante que dé garantías a todas las partes. ¿Tenemos a un líder que efectivamente cumpla ese rol aglutinador o cada quien, por ahora, cuida su parcela?

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