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El pituto, un tema de renta anormal


El pituto no es más que el reflejo de rentas económicas anormales en aquel que lo entrega. Alguien es capaz de colocar a una persona en un cargo para el que no está preparado o calificado, simplemente porque puede darse el gusto de hacerlo. Lo anterior es reflejo de que el empleador estaría dispuesto a sacrificar parte de su rentabilidad incorporando un recurso humano que entrega menos que su productividad en valor esperado al menos. Sin rentas de algún tipo, el “darse el lujo” de colocar alguien que no tiene las habilidades o la productividad necesaria en el cargo es sustancialmente más difícil.

En un extremo, si usted está en un mercado donde la competencia es fuerte, y su rentabilidad ajustada por riesgo es muy competitiva, ciertamente le costará mucho más abrir la puerta al correligionario político, al amigo de colegio de infancia con el que se reúne los fines de semana o se lo encuentra en misa, entre otras formas difusas en que se plasma el apitutamiento. Lo hará ciertamente, pero solo si las habilidades multidimensionales de esa persona se ajustan al cargo y, más aún, si lo superan con creces para asegurar con ello la respectiva ventaja competitiva respecto a su competencia (al menos transitoria).

El pituto en Chile tiene muchas formas. También lo denominamos “clientelismo”, y tiene mayor fuerza en el aparato público. La razón: es ahí donde las menores rentas de tener trabajando a alguien sin la habilidad o productividad necesaria se diluyen. El costo de la ineficiencia se esconde en la masa. Pero abramos los ojos, también está presente en el sector privado, particularmente donde existen rentas anormales, si sigo mi rationale anterior.

Cuando alguien muy hablador, acotada performance previa y experiencia, y solo por el hecho de tener una amistad (política o religiosa) cercana con alguna autoridad, ocupa un cargo que a todas luces no merece, estamos frente a un pituto. El problema del pituto es la dificultad de detenerlo, dependiendo de dónde se ubique. Para el sector privado, versa en hacerlo más competitivo. Si se hacen las modificaciones adecuadas, usualmente regulatorias y normativas, de manera de acercarnos lo más posible a la competencia perfecta, el clientelismo tenderá a desaparecer. De hecho, casuísticamente, los períodos de desaceleración son momentos en los cuales el pituto tiende a desaparecer en el sector privado.

En el sector público la situación es más difícil porque los mecanismos de medición de productividad y rentabilidad son más opacos ¿Cómo saber si tenemos pitutos en un organismo público o autónomo? Usualmente es el mismo sector privado el que apunta con el dedo al apitutado, de manera muy tímida para no tener represalias ni perder la necesaria fluidez relacional con el estamento en cuestión.

El problema del pituto es aún más grave. Un apitutado político, religioso o fraternal, solo por el hecho de permanecer en un cargo que no merece (económicamente hablando, porque lo tiene muy merecido gracias a su pituto), gana experiencia y habilidades que le permiten pasar a una nueva elite. Entonces, nos encontramos con apitutados que tienen enorme experiencia, currículos sobresalientes y han dado el paso ansiado por cualquier individuo más productivo, más inteligente y, consecuentemente, endógenamente, menos ansioso de haber generado pitutos. Qué círculo menos virtuoso, ¿no?

El apitutado también entrega valor, podrían afirmar algunos. Eso es cierto. El apitutado tiene redes, contactos políticos muchas veces o simplemente cercanía con grupos de poder. Tenerlo cerca puede ser buen negocio para alguien en el sector privado, y también en el aparto público. Lo anterior nuevamente es endógeno al clientelismo. Dado que existen rentas, se generó un mundillo de potenciales apitutados que se retroalimentan temporalmente, en un círculo virtuoso para ellos.

A veces el pituto se mezcla con la confianza. Te tengo aquí sabiendo que eres menos productivo, pero lo hago porque me das confianza. Eres de mi club político o religioso, y no me harás ninguna treta como sí podría ser el caso de un individuo muy productivo, pero a quien no le tengo confianza. No lo veo los fines de semana o en reuniones de partido, no puedo confiar mis recursos, mi poder, mi administración a alguien así. Muy válido argumento, que nuevamente se sostiene en una pirámide de clientelismo.

¿Cómo detener el pituto? Eliminando las rentas. ¿Cómo eliminarlas? No está en tus manos, y en las de quienes sí está, parecen trabajar muy lento en eliminarlas. En consecuencia, no lo detengas por ahora, más aún, intenta unirte a él. Inscribe a tu hijo(a) en un colegio adecuado, incorpórate o hazte afín al partido político donde creas que surgen más apitutados y medita sobre la opción religiosa pertinente. Serán tantos los apitutados entonces, que el valor inherente de serlo se diluiría. Aquellos que opten por no seguir esos pasos, tendrán que trabajar más duro, superar ampliamente su productividad esperada para cualquier cargo al que aspiren y, muchas veces, ser vistos como lejanos “al club”.

La reforma educacional, más allá de que uno pueda disentir abismalmente en algunos de sus postulados, en principio podría mitigar el clientelismo. Veremos si se converge a algo en esa dirección, porque por ahora, lo que conocemos no apunta al norte adecuado.

Jorge Selaive, Economista PhD en Economía, NYU.

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