
Siempre más medios, nunca menos
¿Qué ocurre cuando los medios se debilitan? Si bien este fenómeno no es exclusivo de Chile, el mencionado índice de confianza ubica al país por debajo del promedio mundial del 40%, lejos de referentes habituales de economías desarrolladas y cerca de democracias en crisis.
La carrera presidencial ha puesto nuevamente en debate la forma de financiamiento de TVN, una discusión intermitente que, esta vez, se da en un momento particularmente desafiante para los medios de comunicación.
Pasó inadvertido en la agenda, pero hace poco más de una semana se publicó el Digital News Report 2025 del Reuters Institute. Aunque un par de medios relevó su positiva posición en el estudio —incluyendo el Departamento de Prensa de TVN—, el reporte arrojó datos inquietantes: solo el 36 % de los chilenos confía en las noticias que consume. Si bien hay una mejora de cuatro puntos porcentuales en relación al sondeo del año pasado, la cifra se ubica muy por debajo del 47% de 2017, año en que empezó a incluirse a Chile en el análisis.
En menos de una década se aprecian diferencias significativas. Chile pasó de un ecosistema mixto de medios tradicionales y redes sociales a uno en el que estas últimas han adquirido un rol predominante en el consumo de información. La prensa, como fuente de noticias, cayó desde el 46% hasta el 14%; en tanto que la TV, del 80% al 53%. Todo ello, mientras el pago de suscripciones a medios se mantiene cercano al 10%, por debajo del promedio internacional de 15%.
Esta transformación no ha sido inocua. Hace ocho años el panorama mediático aún giraba en torno a medios tradicionales. Se imprimían más diarios, había más medios y ejercían una influencia que hoy se ha diluido frente a una fragmentación informativa creciente, canalizada a través de nuevas plataformas sociales, formatos y emisores (o influencers) que responden a la afinidad ideológica de quien las consume, o a emprendimientos con lógicas comerciales que no cumplen estándares periodísticos. Así es como el algoritmo ha reemplazado el criterio editorial y lo viral al contenido verificado.
Una democracia necesita, como condición indispensable, un ecosistema de medios robusto, diverso, creíble. Pero en Chile —y en buena parte del mundo— ambos pilares atraviesan un proceso simultáneo de erosión.
¿Qué ocurre cuando los medios se debilitan? Si bien este fenómeno no es exclusivo de Chile, el mencionado índice de confianza ubica al país por debajo del promedio mundial del 40%, lejos de referentes habituales de economías desarrolladas (países nórdicos, especialmente) y cerca de democracias en crisis.

La pérdida de influencia de los medios tiene cierto correlato en el deterioro de nuestra propia percepción de la democracia como sistema político. El índice de satisfacción con la democracia —desarrollado periódicamente por Latinobarómetro— pasó del 42% en 2018 al 28% en 2023, una caída de 20 puntos porcentuales, que tocó piso en 2020 al llegar al 18% y que recién el año pasado pareció revertirse para cerrar en un 39%.
Lo anterior, en un contexto latinoamericano en que los liderazgos autoritarios generan cada vez menos rechazo en una población “preocupantemente relajada” ante ese fenómeno, como destacó hace unos meses The Economist, y en donde Chile no es la excepción, según los resultados de la última encuesta CEP.

En ese sentido, surgen algunas paradojas, porque vale la pena preguntarse en qué medida la pérdida de confianza en las instituciones ha sido resultado de pesquisas periodísticas. En plena crisis, el periodismo no ha cesado en destapar y darle seguimiento a casos de interés público.
En este sentido, es importante relevar otros aspectos que parecen olvidarse. Además de la fiscalización a las autoridades de turno, los medios de comunicación son un necesario espacio de encuentro para el disenso, donde las ideas se contrastan y se argumentan, un acto de civilidad humana a preservar. Y como toda actividad humana, no exenta de errores ni críticas, los medios cuentan con una estructura de profesionales de la información (directores, editores, reporteros, fact checkers, infografistas, entre otros), la cual, si bien no es visible para el lector ni tampoco garantiza infalibilidad, resguarda el trabajo de buena fe.
Más allá del imperativo de entender a las nuevas audiencias, la pérdida de confianza en el trabajo periodístico abre un espacio complejo, donde todo se relativiza y el dato se convierte en simple opinión, erosionando la conversación pública. Es ahí cuando no hacen falta autoritarismos para vaciar una democracia, sino una sociedad convencida de que los medios mienten y no importa desahuciarlos.
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