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Recuerdo: un equitador recibe el premio más importante entregado a un deportista chileno

Recuerdo: un equitador recibe el premio más importante entregado a un deportista chileno

Julio Salviat
Por : Julio Salviat Profesor de Redacción Periodística de la U. Andrés Bello y Premio Nacional de Periodismo deportivo.
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El 2 de octubre de 1981, Eduardo Yáñez fue designado por el Comité Olímpico Internacional como “el mejor jinete del mundo”. Le pusieron así, pero quisieron decir “el mejor de la historia”, porque se había retirado casi medio siglo antes y nadie había superado sus proezas.


En 1912, alentado por el triunfo obtenido por el capitán Bartolomé Blanche en las fiestas deportivas del centenario argentino dos años antes, la equitación chilena envió un equipo a los Juegos Olímpicos de Estocolmo. Lo formaban Galvarino Zúñiga (gran formador de equitadores), Carlos Ibáñez del Campo (después Presidente de la República) Amaro Pérez y Luis Larenas. El conjunto dejó buena impresión, aunque no ganó medalla.

Cuarenta años transcurrieron, hasta 1952, sin que un equipo ecuestre nacional participara en la fiesta olímpica. Cuando lo hizo, regresó con la medalla de plata de Oscar Cristi y otra -también de plata- lograda por un equipo que integraban el propio Cristi con el teniente César Mendoza -ambos de Carabineros- y el capitán de Ejército Ricardo Echeverría.

En ese prolongado lapso, sin embargo, la equitación chilena tuvo épocas doradas. Primero, con Benjamín Rodríguez, ganador del Gran Premio de Polonia en Niza (1929-1930). Después con las hazañas de Eduardo Yáñez en Estados Unidos y Canadá (finales de los años 30 y buena parte de los 40). Finalmente con los triunfos en los Juegos Panamericanos y las giras preolímpicas de los que destacarían en Helsinki. Compitiendo con los más descollantes valores de 14 países, y participando en distintas ciudades, nuestros equitadores se adjudicaron 15 grandes premios, fueron segundos en 35 y resultaron terceros en 40. En todo ese lapso, y por muchos años más, se notó la mano de Eduardo Yáñez, que por su prestigio y capacidad fue el jefe de los equipos ecuestres nacionales durante décadas.

Hijo de militar, se hizo jinete bajo la tutela de Elías, su hermano mayor. Comenzó a llamar la atención en el picadero de la Escuela de Caballería cuando era un Joven teniente. Siendo capitán inició el ciclo más brillante de la equitación nacional. Discípulo fervoroso de la Escuela Alemana, impuesta en el país por Nicolás Larraín Prieto a su regreso de Hannover, Yáñez la adaptó para convertirla en una singular y prestigiada Escuela Chilena.
Los norteamericanos lo apodaron “El Maestro” después de admirarlo en los concursos del Madison Square Garden.
“Yáñez les pone alas a los caballos que monta”, tituló a lo ancho de página el New York Times. La foto de un salto suyo fue exhibida en una revista estadounidense como modelo de maestría conductiva.

En los anales de la historia ecuestre norteamericana quedó un episodio imborrable para quienes tuvieron la posibilidad de verlo: su duelo con el inglés Ponsonby en el Madison.

“Kineton”, el caballo del británico, era un animal de imponente alzada. “Toqui”, la monta de Yáñez, era un caballo pequeño, muy ágil.

El periodista Antonino Vera lo relató muy bien en ‘Las Ultimas Noticias’:
“Debieron definir un empate en una vuelta, pero pasaba “Kineton” con cero falta y pasaba “Toqui” con cero falta. Subían los obstáculos y seguían los cero falta de ambos, hasta que “Toqui” no pudo más y terminó su recorrido con una ‘gracia’ que fue festejada con la ovación más impresionante de esa noche: pasó por debajo de la vara, que tenía su altura. Habían perdido la definición, pero los héroes de la prueba fueron el jinete y el caballito chilenos”.

Fue reconocido en todo el mundo como gran deportista, respetado juez internacional y ejemplar dirigente. Se desempeñó como maestro en la Escuela de Caballería de Quillota. Fue instructor del Instituto Ecuestre de Adiestramiento de Alemania. Presidió las Federaciones Ecuestre y de Pentatlón. En uno de los tantos homenajes recibidos fue condecorado por el rey de Suecia.

A todos esos galardones se agregó, en 1981, el más importante: reunido en la ciudad alemana de Baden-Baden, el Comité Olímpico Internacional lo distinguió como “El Mejor Jinete del Mundo”, equivalente a “El mejor de la historia de la equitación”, el premio más importante recibido hasta entonces por un deportista chileno.
Casi cincuenta años después de su proezas, Eduardo Yáñez recibía el reconocimiento internacional. Un galardón que se hacía más inmenso porque los premiados de otros ámbitos en esa ocasión fueron el Papa Juan Pablo II, el rey de Noruega y el director general de la Unesco.

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