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Sonia Montecino: “En Chile habita una camanchaca mental, que al despejarse revela tierra fértil”

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Héctor Cossio López
Por : Héctor Cossio López Editor General de El Mostrador
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La antropóloga y Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales reflexiona sobre el vaciamiento cultural, el retroceso de los discursos emancipadores y la necesidad de despejar la niebla que cubre la identidad chilena.


En tiempos de niebla densa, la antropóloga y Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2013, Sonia Montecino, propone una metáfora tan certera como inquietante: Chile atraviesa una “camanchaca mental”, una bruma que envuelve el pensamiento crítico, disuelve las certezas y vuelve opaco el horizonte cultural. Pero tras despejarse la niebla, puede encontrarse tierra fértil. En su interior germinan nuevas voces, nuevas formas de mirar el país: académicas que desde la filosofía y jóvenes que desde la ecocrítica están abriendo grietas en el sentido común.

Mientras tanto, lo que Montecino observa con preocupación es el vaciamiento de la singularidad chilena –esa identidad que alguna vez combinó empanadas, vino tinto y revoluciones– y el avance de un modelo global que borra matices, desplaza memorias y rompe las tramas sociales más íntimas, como el comensalismo o la reciprocidad cotidiana.

Desde su mirada de largo plazo, tejida con los hilos del mestizaje y las herencias coloniales, Montecino advierte además un fenómeno reactivo: tras la breve expansión de los discursos feministas, indígenas o ecologistas, aparece el revanchismo. Se corrió el cerco cultural y el poder tradicional, herido, intenta volver a ponerlo.

Ese retroceso, alimentado por la falta de reflexión y la confusión conceptual, ha activado mecanismos de resistencia que buscan reinstalar jerarquías, restituir lo conocido, tapar con niebla lo que incomoda. Pero, para Montecino, pensar Chile es justamente lo contrario: despejar esa camanchaca, recuperar la capacidad de mirar lo propio sin nostalgia ni idealización.

A continuación, una extracto escrito de nuestra conversación.

-Si la invitación es a pensar Chile, ¿cuál es la primera idea que te nace?
-Se me vienen muchas cosas a la cabeza, porque me he dedicado todo mi día a pensar este país, a pensarlo desde distintos lugares y sobre todo desde este lugar antropológico. Pienso que los chilenos en algún minuto fuimos ya muy singulares en América Latina, singulares en términos de revoluciones con empanadas y vino tinto, muchos planteamientos y visiones, que eran bien especiales, pero creo que la globalización, la mundialización ha chocado con esta singularidad y también con esta noción de insularidad. Como de sentirse una isla.

Y, claro, todas las islas tienen muchas peculiaridades. Y como el efecto de la globalización es muy fuerte,  empezamos a perder esas singularidades. Un ejemplo concreto es la entrada del narcotráfico, cómo esta cultura del narcotráfico ha modificado la antigua cultura del ladrón, la antigua cultura del hampa chilena.

-Cuando se conversa con un historiador sobre Chile, este suele anclar su relato en grandes procesos históricos, ¿cuál es el ancla de una antropóloga?
-Antropología te lleva a pensar también en tiempos muy largos de ciertas estructuras. Todo lo que tiene que ver con lo precolonial y con este encuentro violento y a veces amoroso con el mundo hispano. ¿Qué pasa con ese mundo que lo hemos negado? ¿Con el mestizaje? A mí me ha interesado mucho el concepto de mestizaje, sobre cómo se ha ido también elaborando, releyendo en nuestra sociedad a lo largo de los siglos.

Son lecturas muy conservadoras a veces, el propio término despierta sospechas. Yo pienso que justamente toda esa ambivalencia, toda esa ilegitimidad que hay en lo mestizo, es lo que a mí me ha interesado mucho trabajar y colocar en valor.

-Siguiendo la línea de la singularidad, ¿cómo ha cambiado la familia chilena con la inmigración? ¿Cómo observas ese proceso de transformación de Chile?
-Las oleadas migratorias, que siempre han estado en Chile, eran migraciones “blancas” y no generaban problema. A lo largo de los siglos coloniales, la discriminación esta por el lado de lo indígena, la discriminación a lo afro, a lo negro. A fines del siglo XIX aparecen estas migraciones alemanas, francesas, suizas, y se produce este blanqueamiento, este gusto por blanquearnos.

Ahora, respecto a los nuevos migrantes, a las oleadas migratorias que vienen de América Latina, ponen en cuestión muchas cosas. Primero el idioma, aunque sea español, este castellano lo hablamos distinto. Y las cosas que comemos. Yo creo que ahí hay una cuestión interesante donde uno puede pesquisar. Puedes ver la aceptación o el rechazo, dónde aparece la discriminación y dónde no, porque cuando comemos estamos comiendo al otro, estamos comiendo lo que es el otro, y si lo aceptamos en nuestro cuerpo, entonces, claro, la gran pregunta por esa discriminación hacia estas nuevas migraciones también aparece.

Yo creo que hay que pensarlo también nuevamente en larga duración, no solamente ahora, porque tendemos siempre a mirar las cosas como en este momento. Uno tiene que pensar cómo van a discurrir, cómo se van a entronizar, internalizar determinados tipos de conductas que tienen que ver con esas otras sociedades latinoamericanas que penetran en nuestro mundo.

-Es frecuente que el migrante centroamericano haga parte de su vida en la vía pública y que invite a su vecino chileno a compartir comida en la calle, pero el chileno se resiste, porque somos de puertas adentro. ¿Cómo analizas esta situación?
-Yo creo que si hay un déficit, a propósito de lo que uno ve en Chile, es de sociabilidad. Un déficit justamente de lo que tú estás mencionando, que puede ser un concepto antropológico, muy importante, que es el comensalismo. El comensalismo en antropología tiene que ver justamente con cómo se organizan las sociedades humanas. Y se organizan en torno precisamente a compartir una mesa. Y compartir una mesa implica una serie de deberes, pero sobre todo implica reciprocidad.

Yo creo que en Chile hemos perdido muy fuertemente ese sentido de reciprocidad. En mi infancia todos comíamos en las casas de todos, entrábamos, salíamos, tomábamos once. Había una sociabilidad de comensalismo. Y empiezan a pasar estos otros procesos de ruptura de tejidos sociales que se expresan a través de este comensalismo.

Esta invitación que tú me cuentas, que estas personas hacen, tiene que ver con esa cosa tan profunda de identidad de los sujetos, que es una identidad que tiene que ver con una experiencia de compartir y de darnos, porque en el fondo tiene que ver con la cadena de los dones: yo te doy, pero yo también necesito que tú me des. Y tengo la impresión de que esa cadena de los dones en muchos sectores está muy rota.

-Hace poco tiempo hubo una observación cultural tuya, en la que sostenías que estábamos viviendo una especie de oscurantismo intelectual, ¿sigues viéndolo así?
-Sí, pero quizás hoy día cambiaría la palabra oscurantismo por camanchaca, una camanchaca mental. Creo que también en esta búsqueda de cómo entendernos desde nuestras propias metáforas. Creo que la metáfora de la camanchaca es muy importante, porque la camanchaca es una niebla, una niebla que está, que entra al desierto que –en apariencias– no tiene este rasgo de fertilidad. Es una camanchaca en el sentido de que en estas nebulosas, en estos grises, que cubren la visión y que se despejan, también puede verse terreno muy fértil.

Mira, lo que yo me he dado cuenta en este último tiempo es que ciertas disciplinas, ciertos discursos, ciertas narrativas, que comenzaron sin tener mucha fuerza, comienzan a ser replicadas por otras, por ejemplo, la filosofía. Si tú piensas, las preguntas interesantes desde el último tiempo han venido de la filosofía. Hay filósofos, mujeres por lo demás, como Lucy Oporto, muy notables que comienzan a tener fuerza narrativa, una mirada más allá, una profundidad. Entonces, yo dentro de esa camanchaca empiezo a ver cómo se despejan estas neblinas de interpretación sobre nuestra vida, sobre nuestro destino.

Además, están todos los jóvenes que están haciendo ecocrítica, con Cristian Foerster y los vínculos interespecie, o Gabriel Marín, con la muerte y la relación entre perros y humanos. Es toda una generación nueva que está pensando este país, están tratando de pensar las cosas de una manera distinta.

-Sin entrar al concepto de péndulo, lo cierto es que hasta la pandemia había narrativas políticas que estaban pegando muy fuerte, entre ellas, el feminismo, la diversidad, lo indígena, el cambio climático, y hoy en muchos sectores son blancos de ataques. ¿Cómo observas esta tensión?
-Veámoslo por partes. El tema del feminismo es imparable, en el sentido de que ya hay una transformación cultural profunda. Si bien políticamente, me refiero al poder institucional, no están estos idearios, sí uno los encuentra de manera transversal en la sociedad chilena. Lo que ocurrió acá es que se corrió el cerco, como le llaman en el campo. Cuando el campesino corría el cerco, el patrón tomaba represalias.

Yo creo que vivimos un momento en que hubo esta corrida de cerco. Entonces ahí empieza nuevamente la no reflexión, de camanchaca,  la costumbre de la nebulosa, donde se dice género, pero nadie entiende. Y eso genera un revanchismo. Estamos viviendo un minuto de revanchismo. El poder androcéntrico quiere poner el cerco cultural.

 

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