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Francisco Melo:  ¡Bienvenido sea si me pelan por “buenista”!

Francisco Melo: ¡Bienvenido sea si me pelan por “buenista”!

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Es el prototipo de actor exitoso, criado en colegio particular católico. Ha hecho trabajos de verano, voluntariado y no se niega cuando le piden colaborar. En tiempos de escepticismo, fue uno de los cuatro rostros de Yo Confío, campaña que recién termina, pero su vocación de ayudar no se agota.


Circula por la ciudad en una moto negra con la misma facha oscura de Keanu Reeves en “Matrix”, más dos placas de titanio en cada cadera. Parece un duro, pero los ojos reidores y la sonrisa franca, diluyen lo abacanado del look. 

Francisco Melo (59) es un hombre alto, flaco, fibroso, masivamente conocido. De alguna manera, por su empatía con toda clase de causas solidarias, encarna eso que algunos intelectuales hoy desdeñan como “buenismo”. Ex alumno del colegio San Ignacio El Bosque, hijo de una familia acomodada y numerosa, dejó la ingeniería por la actuación, donde ha hecho carrera. En el teatro, pero sobre todo en la televisión. Como galán joven y ahora otoñal en decenas de teleseries. 

-¿Percibes algo de ese desprecio a tu “buenismo” o es una idea mía?

-Entiendo perfectamente lo que dices. Creo que eso puede suceder: que cuando me voy, algunos en un grupo se queden pelándome por ser solidario o trasmitir buena onda. ¡Qué bueno!, digo yo. Que me pelen por eso y no por otra cosa. Ayudar, en todo sentido, dar, entregarse a un acto generoso es pura ganancia para uno. Ser agradecido y que te agradezcan, es muy pleno en el día a día. Hace bien. Cuando uno entrega, recibe siempre al menos lo mismo que entregó y, muchas veces, recibe harto más. Hablo de cuestiones simples, nada heroico, como dar la pasada al que se quiere meter cuando andas en auto. Esos pequeños gestos gratifican. Al hacerlos, inconscientemente, vas repitiendo una conducta, haciéndola tuya. Son puros gestos chicos que no es que te hagan más grande, pero te hacen mejor. 

Esta mirada es la que llevó a Pancho Melo a decir “Sí, yo confío”, y a participar en la campaña que Hogar de Cristo mantuvo durante un mes y medio en todas las pantallas, micrófonos y redes sociales de Megamedia. Junto a Paola Volpato, Magdalena Müller y Nicolás Oyarzún, fueron los rostros de un spot y varios reels donde explicaban todo lo que hace la fundación creada hace 81 años por Alberto Hurtado. Un poderoso personaje nacional al que el actor conoce bien. 

  Sello ignaciano

 -El Colegio San Ignacio tuvo una influencia súper importante en mí y el padre Hurtado es una figura que forma parte de mi memoria visual, de las imágenes de mi vida. Mi padre se vio muy involucrado con el Hogar de Cristo, siendo mayor. Yo era grande, cuando él, ya jubilado, se fue a vivir con mi madre a Las Rocas de Santo Domingo. Ahí se hizo cargo del Hogar de Cristo de San Antonio, donde llegó a ser director. 

-¿Tu papá es ignaciano como tú?

.No, él se educó en el Grange. Tampoco era muy religioso. Se bautizó cuando se casó con mi mamá, pero después se fue comprometiendo más y más con el mundo católico. Yo estuve varios años animando un evento anual con Felipe Camiroaga para recaudar fondos para el Hogar en San Antonio. En mi casa andan la camioneta verde y muchos símbolos hurtadianos dando vueltas…

-O sea, tú no sólo confías en el Hogar de Cristo, sino que tienes lazos más profundos. 

-Vivimos tiempos de desconfianza total. Hay un escepticismo flagrante, como que nadie cree en nadie. Hay una suerte de individualismo encarnado. La sensación de desconfianza uno podría decir que la exacerban los medios, las noticias, siempre mostrando crímenes, delitos, peligros, lo que contribuye a que la gente tienda a encerrarse y deje de ver al otro, de tener conciencia del otro. Eso hace mal. Cualquier campaña que diga hay que confiar y creer en los otros, que hay que ser generosos y tratar de repartir la torta justamente o intentar al menos que no esté tan mal pelado el chancho, a mí me interesa. Me parece interesante e importante, por eso me sumé a Yo Confío. Cada vez tengo más clara la visión de que es necesario ayudar, sobre todo a los más pobres y desvalidos, a los niños, a los necesitados, a los más débiles. 

Tal como su compañero de trabajo, el joven galán Nicolás Oyarzún, se sorprendió con la diversidad del trabajo social que hace hoy el Hogar de Cristo. Le impresionó lo especializado que se ha vuelto el quehacer de la fundación. Aunque la conoce desde su etapa escolar, ahora ve la adaptación a los tiempos y a las nuevas pobrezas. 

A propósito, reflexiona: “Hace poco estuve en el San Ignacio El Bosque, donde yo estudié, dando una pequeña charla vocacional-inspiracional. Éramos tres ex alumnos: un ingeniero, un abogado y yo, un actor. Ahí traje al presente todo lo que significó haber sido y seguir siendo ignaciano. Yo estuve ahí desde kínder a cuarto medio. Hay una marca que queda y está directamente relacionada con lo que uno siente que es el Hogar de Cristo: la conciencia de que uno es más con otros, que se es mejor persona cuando tienes conciencia de que hay otros. Más que el tema religioso lo que llevo como ignaciano es una marca social”.  

-¿Te refieres a la preocupación por el otro o por el pobre, el desvalido? 

-Sí. Algo que yo he descubierto es que la actuación tiene mucho que ver con eso también. La conciencia del otro en pos de una mejor actuación es fundamental. No sirve sólo la conciencia de uno; hay que poner la atención en el otro. Esa formación ignaciana me ha ayudado mucho en ese sentido. Es una marca que se fue creando, estableciendo, macerando durante esos años de formación. En el colegio, yendo a los trabajos en fábricas, a los de verano y de invierno. Todo eso tenía que ver con el Hogar de Cristo. Ese espíritu ignaciano que adopté, me ha ayudado a vivir, a darme cuenta, a desarrollar esa conciencia del otro, tanto para mi profesión como para la vida. 

Caridad o justicia

El periodista Rodrigo Sepúlveda, el popular “Sepu”, de Mega, editorializó duramente por la eliminación del equipo Sub-20 de Chile, al ser derrotado por México, a comienzos de octubre pasado. En esta ocasión, dijo: “Yo a Córdova le tengo cariño, pero no me puedo quedar con los afectos; esto no es el Hogar de Cristo”. 

La frase, que es ya parte del acervo de metáforas chilenas, iba contra el director técnico, Nicolás Sepúlveda. Pero da cuenta de lo arraigada que está la misión de la obra de Alberto Hurtado en nuestra sociedad. Decir: “Yo no soy el Hogar de Cristo” es sinónimo de a mí no me vengan con cachos. Yo no estoy para ayudar a cualquiera. Por favor, a mí no me pidan nada. 

A Pancho Melo le parece “una expresión deshonrosa”.

-¿Por qué?

-Porque es reconocer que no estoy dispuesto a hacer algo por otro que lo necesita. Y eso es penca. Es una frase popular que en Chile comprendemos todo, pero ojalá no la practiquemos todos.  Es una frase penca para el que la dice. Pero es súper buena para el Hogar de Cristo porque indica que todos sabemos dónde hay ayuda desinteresada e incondicional en Chile. Demuestra que está instalada la idea de que lo que hace el Hogar de Cristo es ayudar. Que todos tienen conciencia de lo valioso de su rol. 

-El padre Hurtado se preguntó por allá a mediados de los años 40: ¿Es Chile un país católico? Ahora quizás se preguntaría: ¿Es Chile un país solidario? ¿Qué crees tú?

-Creo que los chilenos lo somos. Nuestra solidaridad se prueba en las tragedias, en los desastres naturales, en los eventos conjuntos cuando se persigue una meta, como es el caso de la Teletón. Ahí son 27 horas de trabajo mediático intenso. Son teletransmisiones que van presentando casos y activando la solidaridad por empatía y sensibilización con lo que vamos viendo. 

Considera que estas acciones son claves para que las fundaciones de beneficencia logren que la gente se dé cuenta de lo que hacen. “Si uno no sabe de verdad a dónde va su aporte, uno se distancia, más si vivimos en un clima de desconfianza feroz”. Y concluye: “Pese a todo, campañas solidarias potentes como Chile Ayuda a Chile y la Teletón funcionan”. 

Informado, Pancho Melo alude al impacto generado por el escándalo de las fundaciones. “El daño que hicieron es enorme. Si uno averigua un poco, se da cuenta que el porcentaje de las fundaciones que están cuestionadas es mínimo frente a las que, como el Hogar de Cristo, hacen bien y seriamente su trabajo. Lo peor de todo es que las personas se quedan con la sensación de que todas son corruptas, de que todas roban y ese sentimiento es muy negativo, porque te ciega frente a las necesidades enormes de quienes se ven beneficiados con el trabajo social de las organizaciones que hacen bien las cosas”.

Cuenta que hace unas semanas conoció “a la señora María en un campamento en Renca, el que visité invitado por Techo. Ahí uno ve que esas personas necesitan de todo el apoyo y asistencia que se les pueda dar, porque no viven ahí por gusto. Ellos se esfuerzan cada día, ponen tanto empeño y les cuesta tanto.  Frente a ese nivel de necesidad, el aporte que uno hace es mínimo, pero para la señora María puede representar un cambio radical”. 

Cerrarse frente a la realidad de los más pobres es aislarse. Es convertirse en el gigante egoísta del cuento. Tampoco sirve la caridad como aspirina contra la culpa. 

-De todas las grandes frases del padre Hurtado, mi preferida es: “La caridad empieza donde termina la justicia”. Me imagino que la conoces…

-No, epa, no la conocía. Cómo es: La caridad empieza donde termina la justicia -repite, masticando cada sílaba. Y exclama: -Oye, me dejas con cortocircuito. Qué tremenda profundidad en tan pocas palabras. Es como esos textos que te marcan en una obra de teatro. Breve, pero gigantesco.  

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