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Salvador Sansón

No es posible, pasada cierta edad, andar impunemente de volteretas en el aire y pasar de gato a perro o de elefante a rinoceronte en menos de lo que se derrumba un muro de Berlín.


Una mañana Gregorio Samsa (cuyo nombre significa Salvador y su apellido Sansón), vendedor viajero, no pudo levantarse porque se había transformado en un horroroso insecto. No era un sueño, ni una metáfora: era un verdadero cambio de naturaleza.



A Samsa, su trabajo de vendedor viajero nunca le gustó, pero le había posibilitado pagar la deuda de sus padres que estaban arruinados. Era una deuda de la que se sentía culpable y que le faltaban muchos años para extirparla de su mente.



Muchos Gregorios Samsa han aparecido en nuestros países, después del llamado «derrumbe de las ideologías». Todos han apelado a que ha habido un cambio de naturaleza en el «mundo» y, para estar con el futuro, creen haber pispado la epifanía del cambio. Sin embargo, al parecer, nadie, hasta ahora, ha logrado dilucidar cuál es la verdadera naturaleza de ese cambio. ¿Cuánto les falta a nuestros Samsas criollos para pagar o siquiera reconocer su deuda histórica?



Lo curioso es que la deuda culpable la llevan tan adentro que la han convertido en Haber y no se dan por aludidos cuando alguien se las menciona como parte de su Deber. Son los herederos de setenta años de Ideas Puras, de variados signos ideológicos, que llevaron al continente al mayor desastre colectivo de su historia, con las dictaduras de los años setenta-noventa, y que hoy intentan, oblicuamente, justificar con un homo economicus intransable. Se les podría exigir alguna explicación: no es posible, pasada cierta edad, andar impunemente de volteretas en el aire y pasar de gato a perro o de elefante a rinoceronte en menos de lo que se derrumba un muro de Berlín.



Gregorio Samsa sintió que, a pesar de que su naturaleza había cambiado, ésta se negaba a los cambios de contexto y decidió salir de la habitación en que estaba confinado y subirse al techo para horrorizar a su madre y a su hermana para que lo dejaran ser como era.



Para Freud, la pulsión es la energía básica del inconsciente. Es el Deseo o su materia prima. Elaboradas, cuando es posible, se convertirán en Sentido.



La Metamorfosis de Franz Kafka expresa magistralmente la dialéctica entre el Deseo y el Desengaño, el Narcisismo y la Culpa. Da para un buen análisis para intentar abordar la cultura política de América Latina.



La cultura, antes que arte, difusión o recreo, es una manera de hacer las cosas ya sea en el arte, en la política o en la economía. Y, por supuesto, en la vida cotidiana.



Gregorio huye del sí mismo anterior, perseguido por el orden establecido. Su única posibilidad de escape está en transgredir ese orden y pasarse derechamente al campo de la imaginación, y lo hace una mañana cualquiera, impulsado por su narcisismo. Gregorio no sabe hacer culturalmente las cosas de otra manera y no se ha propuesto aprender una nueva forma y eso lo paraliza. Es similar a lo que le sucede en estos pagos. Si bien hay buenas iniciativas a niveles puntuales, no se ha trabajado en una manera de hacer las cosas de otra manera. De cambiar de mentalidad de una vez por todas.



El error de Salvador Gregorio no ha sido fenomenológico, sino una simple ignorancia sobre el comportamiento cultural de las familias y de las naciones.



Lo mismo puede decirse de tantas especies supuestamente renovadas, de todos los colores, que creen vivir un cambio de naturaleza sin conocer la naturaleza de su cambio. Hablan de modernización del Estado, de democracia participativa, como una etapa superior a la representativa, de la interconexión global, de la planetización, de la descentralización del poder; pero, en el fondo siguen repitiendo estos nuevos temas, de la misma manera como antes repitieron las viejas consignas: sin conocimiento ni voluntad de causa.



La naturaleza del Estado y de lo privado, digan lo que digan los cientistas sociales, son imaginarias, por más real que pueda ser una cárcel, una empresa, un Ministerio, una familia, o un Palacio Presidencial. Podríamos decir que vivimos en una gran mansión imaginaria, donde el hombre real, siempre subjetivo en cuanto a sus percepciones y a su física, enmarca y desarrolla sus acciones privadas y públicas que pueden tener o no que ver con la objetividad que su propio marco, el estado individual y el social, incluido el legal, le exigen. Es el hombre el que tiene que darle sentido.



Reimaginar el mundo es un desafío gigante para todos los estamentos de todos los países de todos los continentes. Pero las nuevas miradas tendrán que venir de análisis que no pueden partir de las viejas premisas de siempre: yo tengo poder, yo mando aunque no tenga imaginación. Imaginación y poder tendrán que estar muy ligados. No podrá ocurrir la vieja historia de Salvador Sansón. La política, la economía y la cultura como forma de hacer las cosas tendrán que cambiar su naturaleza o la humanidad podría quedar aplastada bajo su inconsistencia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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