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El brillante porvenir de la piratería


Daniel Defoe, el célebre autor de Robinson Crusoe, escribió además una Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas, que luego de aparecer en 1724, se convirtió en una de las fuentes más documentadas para el estudio histórico de la piratería, y para los novelistas de aventuras en el mar.



La piratería aparece casi junto con el comercio marítimo. En el mundo antiguo, los piratas llegaron a dominar el Mediterráneo. Plutarco cuenta que erigieron fortalezas y faros a lo largo de la costa siciliana y armaron una flota tan poderosa que mientras Roma era dueña del mundo debía soportar que sus galeras fueran apresadas y sus ciudades saqueadas por estos aventureros que se enriquecían, arrasando con las ofrendas depositadas en los templos de los dioses. Fue necesario equipar una flota de quinientas naves y armar un ejército de cien mil hombres para exterminar en mar y tierra a los piratas.



En el mismo Mediterráneo, el pirata Barbarroja llegó a coronarse rey de Argel. Más tarde, la piratería se trasladó al Atlántico, y especialmente al mar Caribe.



En el siglo XIX, por obra y gracia de la novela, y en el XX, por el comic y el cine, el pirata se transfigura en un héroe romántico, proscrito, valeroso, que vive libremente, en su propio barco y en el océano. Algunos piratas, especialmente los de Salgari, como Sandokán y los tigres de la Malasia, son elevados a la categoría de héroes del tercer mundo que luchan contra el poder del colonialismo europeo.



Si bien con la aviación y con los modernos medios electrónicos de control del planeta, se ha conseguido erradicar casi completamente a la piratería de los mares, ésta resurge con tremenda energía en otros espacios. Es así como hoy hay bucaneros virtuales que recorren los océanos de internet, descifrando claves, succionando información, y saqueando sitios y cuentas.



Se piratean las marcas y hay enormes mercados en los que se venden ropas, perfumes y otros productos de marcas conocidas, sin pagarle un centavo al propietario.



Y qué decir del pirateo de la música y de los libros. En Santiago, aún cuando se han hecho confiscaciones masivas, a vista y paciencia de todo el mundo se ofrecen en la calle los best seller hechos en imprentas clandestinas, y de cassettes y discos compactos reproducidos «a la mala» . Tanto es así que hay libros que han empezado a venderse en Chile antes en la edición pirata que en el mercado formal.



Los modernos Morgan y Barbarrojas se instalan tranquilamente en los paseos peatonales, sin pata de palo, ni parche en el ojo, ni loro en el hombro, vendiendo los Harry Potter, y los libros de la Marcela Serrano, de Brian Weiss o de Maradona.



Ya que hay tanta tolerancia con estos filibusteros de la cultura, la piratería debiera enseñarse en centros de formación técnica e institutos de capacitación. Tal vez en esa ancestral actividad se encuentre el futuro del país. Porque cuando hayamos agotado todos nuestros recursos naturales exportables, cuando el último pez sea convertido en harina y el último coigüe en astillas, no nos quedará más que piratear los diseños, las fórmulas, la música, el arte y las producciones intelectuales de los otros países. Y también secuestrar a los artistas para traerlos a la fuerza al Festival de Viña.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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