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El SIES da «prueba de aptitud»

Nadie parece haber reparado —sobre todo no los más inteligentes contradictores del SIES— que la PAA reduce la cultura, la vida y el futuro de los jóvenes a unas pocas alternativas respecto de preguntas por lo general banales y mecanizadas, sin relación alguna con los aprendizajes de la enseñanza media.


A pesar de lo dispareja que resulta la discusión en torno del SIES debido al rápido abanderamiento de actores importantes con una de las varias tesis en discusión —en este caso, la tesis contraria al examen— lo cierto es que los argumentos esgrimidos para descalificarlo son pobres.



Por lo pronto, la acusación que el nuevo tipo de pruebas podría amenazar la libertad de enseñanza no ha recogido apoyo más allá de quienes aún viven atrincherados tras los muros de la guerra fría ideológica. Ni la FIDE, ni la Pontificia Universidad Católica, ni el Colegio de Profesores, ni las iglesias, ni el Consejo de Rectores, ni los representantes de los sostenedores privados, ni las facultades y escuelas pedagógicas del país, ni los parlamentarios de la oposición ni los partidarios de la reforma educacional han validado tal amenaza.



Por lo tanto, se ha agitado un fantasma incluso recurriendo al fantoche de la ENU, sin mayor éxito. Eso a pesar del generoso apoyo de editorialistas y figuras intelectuales del establishment.



En cuanto a la PAA, la verdad es que nadie ha salido al frente para defenderla con rigor y seriedad. No lo han hecho los portavoces de la crítica contra el SIES, y ni siquiera la Universidad de Chile o la dirección encargada de esa prueba. Se ha preferido, más bien, que la PAA se defienda por sí sola, simplemente por el hecho de existir y de haber sido aplicada a lo largo de los años. Es el viejo expediente conservador. Nada nuevo es bueno, todo lo que existe es mejor.



¿O acaso alguien ha mostrado que la PAA es un examen con real capacidad predictiva, sin sesgos de clase y género, que favorece la formación científica y humanística, mejora el desempeño de la educación media y contribuye a la formación de «mentes brillantes», todo lo cual se pide al modesto SIES?



En seguida, se ha hecho gran escándalo con respecto al hecho que el SIES emplearía preguntas con alternativas, como si la PAA fuese un examen de desarrollo, ilustrativo de los valores superiores de la civilización occidental, pleno de densidad cultural, amigable con respecto a Quevedo y Shakespeare, conducente a un alto desarrollo de las capacidades cognitivas superiores y a una apasionada familiaridad con las matemáticas, el buen lenguaje, las destrezas analíticas y la habilidad de comunicarse inteligentemente.



Nadie parece haber reparado —sobre todo no los más inteligentes contradictores del SIES— que la PAA reduce la cultura, la vida y el futuro de los jóvenes a unas pocas alternativas respecto de preguntas por lo general banales y mecanizadas, sin relación alguna con los aprendizajes de la enseñanza media.



Dicho en otras palabras, se pide al SIES que antes de nacer rinda examen de doctorado mientras la PAA todavía no logra terminar la educación secundaria (Ä„y eso que va a un preuniversitario!)



Nadie ha dicho tampoco, como dice contundentemente Howard Gardner—una de las figuras más altas de la teoría educacional contemporánea en el New York Times del 18 de julio— que en realidad «pocas actividades de la vida real y de la vocación académica dependen en realidad de ser capaz de leer pasajes de un texto o resolver problemas matemáticos rápidamente», lo que en definitiva es lo que mide la PAA.



«Como profesor», agrega Gardner, «deseo que mis estudiantes lean, escriban y piensen bien; no me importa cuánto tiempo demoren en esas tareas».



Típicamente, en cambio, la PAA premia esa inútil destreza que consiste en escoger velozmente entre unas alternativas que nada tienen que ver, o muy poco, con los conocimientos adquiridos en la escuela. Se trata, sin embargo, de una destreza que las familias con alto capital cultural transmiten desde pequeños a sus hijos -y ahora también a las hijas- y que los colegios de élite premian con honores.



Recuerdo que en el Colegio Alemán, Ä„por lo demás una maravillosa escuela!, solía ganar el dibujo de un caballo pintado de colores (como los caballos azules del expresionismo alemán) como premio por la rapidez para sumar y restar silenciosamente «en la cabeza». Ä„Ay de mis compañeros que con otro temperamento y talante demoraban más en sumar, restar, multiplicar y dividir mentalmente! La paradoja es que luego me dediqué a las humanidades y las ciencias sociales, con el debido perdón de A.F. y D.G., mientras un 80 por ciento de mis compañeros hombres se fueron a las escuelas de ingeniería del país.



La verdad es que tras la oposición al SIES hay una gran dosis de ese elitismo aristocratizante que se niega a reconocer la realidad de este país, a sus niños y jóvenes desamparados de capital cultural, a sus escuelas pobres y su cultura polarizada entre una élite que adora (Ä„con razón, y yo también!) a Quevedo, Shakespeare, Góngora, el anarquismo liberal de Noszik o la ironía liberal de Rorty, por un lado, y por el otro la masa de alumnos que provienen de hogares donde los padres no han completado la educación primaria, donde no hay libros ni poemas, donde Oxford y las viejas casonas oligárquicas están en otra galaxia y donde jamás los papás y las mamás —ni siquiera las nanas— tuvieron ni un penique de capital cultural que transmitir.



Tampoco el argumento foráneo, esgrimido por los contradictores del SIES, ha funcionado esta vez. En efecto, se quiso convencer a los locales (Ä„ay!, aprovechándose de nuestro parroquialismo y provincianismo) de que adoptar una prueba vinculada a contenidos curriculares de la enseñanza media como el SIES iba en contra de las tendencias mundiales y del pensamiento pedagógico contemporáneo. En tal sentido se invocaba a Estados Unidos (Ä„cómo no!), a la Universidad de Oxford y a Taiwán. Ä„Sí, Taiwán!, no ha leído mal usted.



Ä„Alas!, resulta que el mundo no marcha en la dirección proclamada por los expertos.



Para sorpresa y desmayo de los combatientes anti-SIES, el organismo administrador de la PAA de EEUU decidió en junio recién pasado alejarse del modelo original de una prueba de «aptitudes» y aproximarse al paradigma SIES de una prueba basada en conocimientos curriculares impartidos durante la enseñanza secundaria.



En cuanto a Oxford, Ä„qué decir! Con un sistema de admisión de pregrado basado estrictamente en el adiestramiento del capital cultural heredado, dicha universidad (que es la mía, a Dios gracias), bajo presión de la opinión pública y de un gobierno socialdemócrata, está tratando últimamente de moverse hacia un terreno más igualitario de acceso, sin que dicho desplazamiento nada tenga que ver con la adopción de una prueba tipo PAA. De Taiwán, con la venia de nuestros expertos, me guardo la opinión.



Respecto a los demás países del mundo, como Alemania, Suecia, España, Holanda, Australia, Nueva Zelanda, Escocia, Irlanda, Corea del Sur, Finlandia —en fin, países que pudieran estar más próximos a nuestro foco de atención que Taiwán— ninguno de ellos ha tenido, ni tendrá probablemente jamás, una prueba desvinculada de la educación media y que premia la velocidad para resolver (o comprar la capacidad de resolver) preguntas de alternativas fijas alejadas de la formación escolar. Son países, en efecto, que se toman en serio su educación y que valoran la equidad.



Son distintos de Chile, donde la educación ha tenido que desarrollarse siempre bajo la sospecha —o contra la voluntad— de sus esclarecidas élites.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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