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La micro de provincia

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La batalla del gobierno contra los empresarios microbuseros (¿o micreros?) en Santiago ha dado mucho que hablar. También ha generado cálculos: era cosa de ver cómo en el oficialismo se frotaban las manos por el rédito político que podía obtener el gobierno al enfrentrarse a un gremio históricamente vilipendiado por los ciudadanos de la capital y al que se responsabiliza de buena parte de la contaminación, que es otra de las preocupaciones fundamentales de los santiaguinos.



Para algunos, el incidente, si termina con un proceso serio de modernización de la locomoción colectiva, podría incluso constituir un punto de inflexión para el gobierno de Lagos.



No es que la aplicación de mano dura, tesón y claridad de objetivos en este acto compense la falta de ideas -e, incluso, entusiasmo- en que navega la Concertación, pero la muestra de voluntad en sacar adelante proyectos podría abrir el camino para otras aventuras, sobre todo si en éstas de suman socios (y, claro, se piensa de inmediato en los empresarios, sin distinguir unos empresarios de otros, o a otros posibles actores de causas engrandecedoras para el país).



El tema ha despertado entusiasmo en el gobierno y eso siempre tiene algo fatal: que a alguno se le ocurra estirar demasiado el cuento y reducir la acción gubernamental al conflicto de las micros, lo que no sería nada de raro. La posibilidad de terminar pintados de amarillo es, entonces, cierta.



Sin embargo, este asunto tiene un aspecto penoso. Se trata de la constatación, una vez más, de la centralización. Ya no sólo de la acción del Estado, sino que también de su percepción.



Cada día más, la política -pero también las comunicaciones, y un buen ejemplo es la televisión- se hace para los habitantes de la capital. Uno tiene la impresión de que se actúa pensando en los efectos en Santiago, tal vez asumiendo que en regiones lo que ocurra en el centro de replicará, justamente gracias al centralismo de la televisión criolla.



En política, los estudios de opinión, que tanto marcan la pauta de la agenda del gobierno y la oposición, se hacen en la región metropolitana y, en definitiva, se actúa con la lógica de asegurarse la adhesión de los santiaguinos que, sumando y restando, son casi la mitad de la población.



Por eso este asunto de las micros tiene un aspecto odioso. Los ciudadanos de regiones han visto llegar por oleadas los vehículos de la locomoción colectiva deshechados de Santiago por contaminantes. En las provincias se sacan los cálculos de lo que podría hacerse en su tierra con un porcentaje mínimo de los millones de dólares que se gastan en obras de infraestructura en Santiago.



Por si eso no bastara, al habitante de las regiones se le hace sentir como suyo el problema de la contaminación y las micros de la capital, y en el fondo sospecha que ese asunto poco tiene que ver con él, con sus micros desvenciadas que ya cumplieron su original vida útil en la capital.



Pero no se trata sólo de las micros. También en la política pasa algo similar. Por ejemplo, algunos parlamentarios que brillan por su ausencia en sus lugares de elección. Pero, bueno, en el caso de algunos lo mejor es que no se aparecieran nunca.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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