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A 30 años, abriendo las grandes alamedas

A treinta años del golpe, y a trece años del regreso de la democracia, nuestro país a caminado por una nueva senda. Tenemos Congreso, partidos políticos, Registros Electorales, y cualquier persona que no piense igual a otra no es exiliada, ni torturada ni desaparecida. Pero, esta democracia no ha sido capaz de responder a las necesidades reales de la ciudadanía.


El único poder que tienen los ciudadanos y ciudadanas es el derecho a participar y cuando lo hacen, en conciencia y bien informados, son un peligro para las dictaduras. Eso le pasó al general Pinochet el año 1988, cuando a través de su plebiscito pretendió perpetuarse por 24 años en el poder y la ciudadanía le dijo: NO.



Con la clausura del Congreso Nacional, la disolución de los partidos políticos y la incineración de los Registros Electorales tras el golpe militar del año ’73, se pretendió caducar y acallar la participación de la ciudadanía. Quienes pretendieron oponerse sufrieron las consecuencias de las torturas, desaparecimientos y el exilio.



Si bien estos hechos ocurrieron hace treinta años, aún están presentes entre la ciudadanía. El dolor de haber perdido a un ser querido ha sido la semilla para movilizar a la sociedad civil por la verdad y la justicia.



Las nuevas generaciones que exigen un trabajo digno y más oportunidades, han aprendido que en Chile no se puede imponer prácticas políticas e ideológicas, sino se respeta lo más fundamental como es la vida.



Los 70 fueron años de grandes confrontaciones y pasiones. La participación se expresó con floridos discursos y utopías. La población se sobreideologizó. Lamentablemente, hubo personas que creyeron ser dueños de la verdad y, con ello, se impuso la soberbia y la descalificación del otro.



Hay quienes han creído ver que el golpe fue fruto del «caos» en que vivía la sociedad de aquel entonces. Creer solamente eso, es pretender tapar el sol con un dedo.



Durante esos años, hubo que vencer el temor a participar y no fue fácil. Las primeras mujeres en la calle fueron las abuelas y las esposas que salieron a golpear los cuarteles en busca de sus maridos y sus hijos. Ante este drama nacieron las agrupaciones de derechos humanos como la emblemática Vicaría de la Solidaridad, Comité para la Paz y el Codepu, entre otros.



Los negros años del régimen militar nos hicieron reflexionar, un poco tarde, sobre los espacios que habíamos perdido.



Con Toques de Queda, Estado Sitio y de Emergencia, el régimen se las arregló durante 17 años para reprimir cualquier intento de expresión ciudadana.



La exhumación de los cuerpos de Lonquén y de Yumbel, el asesinato de Tucapel Jiménez y el de los dirigentes comunistas Nattino, Parada y Guerrero, dieron a conocer las brutalidades a las que estaba dispuesto el régimen. Estos casos de violaciones a los derechos humanos fueron sensibilizando, poco a poco, a la sociedad civil, la que fue abriendo pequeños espacios de expresión y de libertad.



El primer paro nacional del 11 de mayo del 83; el Movimiento Democrático Popular, MDP; La Alianza Democrática, AD; 1986, «El año decisivo»; el movimiento por las Elecciones Libre; y el plebiscito del 88, fueron instancias y momentos claves que la ciudadanía, a través de la participación, conquistó y logró derrotar al General.



A treinta años del golpe, y a trece años del regreso de la democracia, nuestro país a caminado por una nueva senda. Tenemos Congreso, partidos políticos, Registros Electorales, y cualquier persona que no piense igual a otra no es exiliada, ni torturada ni desaparecida. Pero, esta democracia no ha sido capaz de responder a las necesidades reales de la ciudadanía.



La gente participó porque deseaban ser respetadas como ciudadanos y ciudadanas con derechos. Donde la voz de los más desprotegidos tenga eco en la autoridad. Donde los que se han beneficiados con este modelo abran oportunidades. Pero esto no ha sido así.



Por ello, se hace imprescindible que la sociedad civil comience a recoger los ideales democráticos que suponen un ser humano capaz de construirse a sí mismo como sujeto protagónico de los cambios y no mero espectador. Así, estaremos hablando de una nueva ciudadanía, como aquella de hace treinta años intentó abrir las grandes alamedas.



(*) Sociólogo, director del Servicios de Estudios Regionales, SER. Concepción- VIII Región.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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