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¿Le deberán algo a Chile?

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Hablo con un experto internacional en educación técnico profesional. Me explica que quiere seguir ayudando a Chile. Siente una deuda de gratitud por su país. Como hijo de un funcionario municipal de la comuna de Freire, fue sólo gracias al Estado que pudo estudiar en la Universidad de Chile. Gracias a ello y la experiencia en la reforma educacional de los sesenta se transformó en un asesor de organismos internacionales. Esto es común de escuchar entre los que fueron jóvenes universitarios de los años cincuenta y sesenta. Quizás ya no lo será más si seguimos las tendencias de sociedades capitalistas más desarrolladas.



Christopher Lasch escribe pensando en lo que él denomina erróneamente «América» y en realidad es Estados Unidos de Norteamérica. El acusa a la élite intelectual y profesional de nuestra época que «nunca ha estado tan peligrosamente aislada de su entorno». Hubo un tiempo en que «se entendía que la riqueza conllevaba obligaciones cívicas». Eso ya no es así. Lasch recuerda a José Ortega y Gasset y «La rebelión de las masas», escrita a principios del siglo XX. Para Ortega «la nobleza se define por las exigencias que plantea; por las obligaciones, no por derechos». El hombre de la masa, por el contrario, no necesitaba obligaciones, no entendía lo que éstas suponían ni tenía «sensibilidad para los grandes deberes históricos». Lo que hacía era defender los «derechos del vulgo». Sólo le preocupaba su propio bienestar y se prometía un futuro de «posibilidades ilimitadas» y «completa libertad».



Para Lasch, y el juicio lo compartimos, «todos estos hábitos mentales son ahora más característicos de los niveles superiores de la sociedad que de los niveles inferiores o intermedios». Se trata ahora de la rebelión de las elites que traicionan su democracia. La clase media-alta, corazón de las nuevas élites profesionales y directivas, alcanza la riqueza no por sus posesiones materiales, sino por su educación y capacitación. Son los analistas simbólicos que trabajan con palabras, cifras y conocimiento experto que los distinguen del resto.



Rehúsan pagar mayores impuestos, los que recaen cada vez más en las clases media baja y trabajadora. Mal que mal pueden trabajar en cualquier sociedad desarrollada del mundo. Forman parte de un mundo globalizado. Huyen de los centros de las ciudades y construyen hermosos condominios en los suburbios. No encuentran sentido en pagar por servicios públicos que ya no necesitan. En vez de mantener los servicios públicos, las nuevas élites dedican su dinero a mejorar sus enclaves cerrados. Muchos de ellos se sienten ciudadanos del mundo y se identifican más con las clases privilegiadas de Japón, Singapur y Corea que con la mayor parte de sus compatriotas. Por ello se despreocupan de la política. Trabajan mediante internet, video conferencias y viajan utilizando carreteras privadas que unen sus condominios con los aeropuertos. Así se integran a una cultura internacional de trabajo y de ocio. Esto se empieza a observar en Buenos Aires, Ciudad de México o Río de Janeiro.



Vuelvo a Chile. Pienso en un joven que forma parte del 14 por ciento que tiene las condiciones intelectuales de pertenecer a este nuevo mundo globalizado. Normalmente vive con sus dos padres, ambos profesionales. Ellos lo han cuidado hasta el extremo, junto con no más de dos hermanos. Más no se puede pagar. Su espíritu se ha llenado de potencialidades cognitivas, afectivas y socializadoras. A las siete años se sabe amado y distinto. En su casa hay más de doscientos libros, diccionarios, escritorio, computador y por cierto internet. Ha ido a un jardín infantil de excelencia, como lo hacen la mitad de los niños del quintil más rico de Chile. Ha ingresado a un colegio particular pagado, poco más del 8 por ciento de la matrícula educacional. En él recibirá una educación promedio seis veces más cara que la que obtendría en un colegio municipalizado. Sus compañeros de curso, todos de la misma condición social que él, no serán más de 24 por curso. Las instalaciones serán muy buenas y el tiempo se dedicará efectivamente hacia el aprendizaje. Será capacitado para superar la PSU. Ingresará a una de las universidades de élite de Chile, que las tiene y buenas. Sus padres pagarán sus estudios y normalmente podrá acceder a estudios de postgrado. Al salir de ella entrará a un trabajo en una empresa privada, tendrá AFP privada, seguro de vida privado e Isapre privada. Crecientemente vivirá en condominios con guardia privada. La autopista que unirá su hogar con el aeropuerto será por cierto privada.
¿Nos debe extrañar que ese joven así educado, tienda a no sentir deberes para con Chile? ¿No pagaron todo sus padres? ¿Obligaciones cívicas, pago de impuestos o cargas públicas a título de qué?



Christopher Lasch nos alertaría acerca de esta privatización espiritual. Ella sólo se puede combatir con civismo e integración social en nuestros liceos. Esa es la tarea o sino cada vez más nuestra elite sentirá que a Chile no le debe nada.



*Sergio Micco es director ejecutivo del Centro de Estudios para el Desarrollo (sergiomicco@hotmail.com).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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