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Editorial: El ladinismo político, nuevo movimiento nacional


En las descripciones más corrientes acerca de la fisonomía cultural de Chile, la palabra ladino es usual. Un huaso ladino es, en jerga popular, la expresión de lo astuto, sagaz y taimado, que caracteriza nuestra figura nacional. Y aunque el origen de la palabra es más complejo, pues en esencia designa la amplia cultura de los judíos sefardíes y su desarrollo en la península ibérica, desde donde nos llega, el filtro del sentido y uso comunes la dejaron en nuestro país vinculada al significado aludido. Esa connotación de lo huidizo y taimado es perfectamente aplicable a la cultura política del país. Hecha de verdades dichas a medias, generalmente trucadas por versiones oficiales, que agreden tanto la inteligencia del ciudadano común como la propia evidencia de los hechos.



Las últimas semanas han sido prolíficas en sucesos políticos y policiales que desnudan el ladinismo de la elite chilena, tanto en el oficialismo como en la oposición. Una es la llamada disputa valórica al interior de la Concertación, causada por las declaraciones del destituido subsecretario de Salud Antonio Infante en torno a la píldora del día después. Todos saben que fue un problema de puro cálculo electoral muy mal llevado, y que hizo al Presidente hablar de un "condoro". La base electoral femenina del oficialismo por amplia mayoría está de acuerdo con Infante y la distribución más libre de la píldora. Y también está concuerda en terminar con la ley reservada del cobre, lo cual figura en todos los programas de gobierno de la Concertación. O sea, nada de fondo que no se sepa, camuflado de versión dramática.



La ambigua declaración del Presidente que dejó entrever que votaría por Bachelet en una primaria, fue recibida por parte de la Democracia Cristiana como si ésta hubiera sido desheredada del gobierno. Aunque para su estrategia de ganar tiempo y espacios públicos, el lapsus presidencial, como fue catalogado el hecho, le vino de perillas.



En un ambiente cultural normal a nadie se le ocurriría pensar que votar por el candidato del mismo partido es una especie de traición a la coalición, a menos que se piense que es posible "endosar" la aceptación que tiene Lagos en la ciudadanía. O se tiene baja confianza en la capacidad de reflexión de la gente o nadie quiere aceptar que uno de los hechos más novedosos dentro de la Concertación es que se ha producido una transversalidad de preferencias, y por diferentes razones las candidatas están recibiendo adhesiones muy cruzadas desde los partidos que apoyan a su rival. ¿Por qué nadie quiere reconocerlo? ¿Sería impresentable "doctrinariamente" o afectaría la eventualidad de un cargo?



En la derecha, las declaraciones de Carlos Cantero y otros connotados dirigentes de Renovación Nacional en torno a las bajas posibilidades presidenciales del candidato Joaquín Lavín vienen a señalar que está en caída libre. El destemplado «hagan lo que quieran» de este último equivale a darse por rendido ante la evidencia. En la cultura política vigente se ha hecho común que para poner un tema en agenda, se lo desmiente. Por lo tanto, si alguien declara que no se ha pensado en absoluto cambiar de candidato, es porque se lo está considerando seriamente y es la manera de ponerlo en el tapete.



El ladinismo político permite afirmar que el debate durante los años noventa en torno a Colonia Dignidad/Villa Baviera, para que no existan dudas, era acerca de la legalidad de los procedimientos, y que la defensa que parte de la derecha política hizo de dicho enclave no era expresión de una red de protección social, sino la genuina preocupación porque gente de trabajo llegada al país pudiera desenvolverse en paz y libremente. Schaefer, según la explicación actual, sería un accidente nocivo que contaminó una buena idea y engañó a todo el mundo, para lo cual se requeriría una reforma de las leyes inmigratorias.



También sería un engaño a la fe pública y el honor de los chilenos la apropiación indebida de fondos y los oscuros manejos financieros de Augusto Pinochet Ugarte, y familia, mientras se mantuvo en el poder. Incluido aquel poder de Comandante en Jefe ya en democracia, y que le permitió amenazar al gobierno de la época con ejercicios de enlace y otras medidas de fuerza ante una investigación de cheques irregulares por el parlamento. El gobierno de la época se esforzó por decir que todo "era normal".



Toda la elite política chilena sabe, sobre todo aquellos que han sido parlamentarios, que el poder económico y financiero autónomo de las FF.AA. se ha mantenido intacto por muchos años. Especialmente aquel que permitía a los Comandantes en Jefe de cada rama manejar, con criterio casi absolutamente discrecional, el patrimonio de afectación fiscal y el fondo rotatorio, sin controles significativos. Lo saben bien en el Ministerio de Defensa, y sobre todo en el ministerio de Hacienda. Una explicación ladina ha rodeado siempre el tema: es asunto reservado de seguridad nacional.



Se podría seguir en un largo recuento de situaciones que indican que el ladinismo político es un hecho vivo en el quehacer de la política nacional, y se vincula a los esfuerzos por generar argumentos que legitimen omisiones, conductas pragmáticas, explicaciones plausibles o simplemente justificaciones que eximan de responsabilidad a los involucrados, todo según conveniencias políticas. El lamento ladino más abyecto resulta ser el del no sabía, de aquellos que tenían la obligación de saber, o por lo menos tratar de enterarse, como es el caso de los ministros del Interior de la dictadura frente a los detenidos desaparecidos.



Más allá de lo folklórico, hay que tener claro que este ladinismo político puede llegar a depredar las instituciones de la democracia, incluidas aquellas sobre las cuales converge el consenso ciudadano acerca de las reglas del juego.

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