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Matrimonio entre personas del mismo sexo


Motivado por los emplazamientos a Michelle Bachelet, me voy a referir al derecho de una pareja del mismo sexo a formar un hogar. Las parejas heterosexuales adquieren este derecho a través de la ley de matrimonio civil, la cual les acarrea una gran cantidad de beneficios legales. En Estados Unidos estos beneficios alcanzan la suma de mil cien, repartidos en diversos cuerpos de legislación. En Chile todavía no se ha hecho la cuenta, pero no debemos andar lejos.



Durante un tiempo consideré que aspirar al matrimonio civil era humillante: significaba pedir la bendición de una institución de herencia religiosa, ostensiblemente dogmática y discriminatoria. Pero he cambiado de opinión. Todos los chilenos adultos y solteros deben tener acceso a los beneficios que el Estado dispone en patrocinio de la familia, independiente de las particularidades de la pareja. Se trata de individuos iguales ante la ley y que pagan los mismos impuestos. Este argumento derrumbó la prohibición de los matrimonios interraciales en USA.



Bajo esta perspectiva, una ley de unión civil supondría crear hogares de segunda categoría, los cuales nunca alcanzarían el grado de protección y reconocimiento que otorga el Estado a los hogares regidos por el matrimonio civil. No es sensato limitar las demandas a sólo la posibilidad de compartir bienes, seguros de salud y derechos de herencia. Los ciudadanos homosexuales han ser parte de un nosotros pluralista, un nosotros que no puede ser sino inclusivo.



Creo estar en lo correcto al pensar que la mayor resistencia al matrimonio civil entre personas del mismo sexo corresponde a la crianza de hijos al interior de estos nuevos hogares. Para desterrar estos temores irracionales basta observar que en la actualidad los hogares están de hecho conformados por las más diversas asociaciones humanas -menos de un 50% de los hogares chilenos son nucleares- y los estudios en torno a la familia indican que lo primordial es que un niño reciba amor y apoyo y no una entelequia de lo que «debe» ser una familia.



Desde ya existe una gran cantidad de padres y madres homosexuales que brindan a sus hijos amor y atención -la doble maternidad lesbiana se da en los hechos-, demostrando que ser buen padre o buena madre nada tiene que ver con la orientación sexual.



En otro plano, la orientación sexual de los padres no influye en la de los hijos. Lo evidencia la mayoría de homosexuales adultos que fueron educados en hogares homofóbicos y, más importante aún, en medio de una sociedad abrumadoramente heterosexual, y que a pesar de todo son homosexuales.



En cuanto al requisito de que exista una polaridad masculina-femenina a modo de propiciar una sicología sana en el niño, las Asociaciones Americanas (USA) de Pediatría, Psiquiatría, Abogados y Sicología, entre una larga lista de agrupaciones gremiales, están a favor de la adopción por parte de parejas del mismo sexo. Cuando se trata de un niño abandonado por sus padres biológicos -argumentan- una infancia feliz y una preparación adecuada para el desarrollo de una vida plena son propiciadas por otras virtudes humanas -no la orientación sexual-, las cuales son sujeto de cuidadoso examen al interior de los programas de adopción.



Por último, quienes se oponen a esta avance social en aras de proteger a los niños de la discriminación -un argumento por lo demás insidioso -, mediante su tibieza están refrendando al discriminador.



A modo de reflexión final: ¿Por qué los partidos políticos que se dicen progresistas no establecen un debate frontal ante los ataques de la derecha conservadora? Pareciera que la leyenda negra alimentada hasta hoy por las religiones semitas todavía pende sobre ellos. Estos partidos deberían hacer suya la defensa de la diversidad y usarla como una de sus banderas más distintivas. Como dijo Pedro Zerolo, oficial del PSOE que lideró el trabajo legislativo sobre esta materia en España: «El problema no es ser mapuche sino racista, no es ser mujer sino machista, no es ser homosexual sino homofóbico». Como corolario podría agregar: el problema no es tener padres homosexuales, sino homofóbicos.



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Pablo Simonetti, escritor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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