Il Sorpasso y la lucha de clases
En una lista de Internet hace poco comentábamos esta película italiana, dirigida y escrita por Dino Risi, de 1962, que recuerdo vi en 1966 en la ciudad de Concepción. O peor, en el apacible y provinciano pueblito costeño de Tomé.
Vittorio Gassman hacia un papel al que en esos tiempos de adolescente yo quería parecerme. En la película Gassman tenía un nombre atractivo: Bruno Cortona. O sea, era desenvuelto. Tenía un carro deportivo (que ahora supe y vi en Internet, era de color rojo pero la película era en blanco y negro). Era un carro italiano de marca famosa, «Lancia». Con aquel hermoso carro aquel Bruno recorría bellos lugares de Italia en tiempo de verano. También la música de la Italia de los 60: «Guarda Come Dondolo» («Mira como me balanceo») que cantaba Edoardo Vianello se adaptaba perfectamente a la personalidad de Bruno.
De fondo, en la película, también se escuchaban las canciones de Peppino di Capri, Domenico Modugno. Canciones que eran perfectas para días calientes del verano. Pasarlo bien. Irse a la playa. Tomar mucho sol. Enamorarse. Gente de vacaciones y todo el tiempo del mundo (o por lo menos esos meses de verano) para gozar la bella juventud. Pero la película de Dino Risi también representaba -es la interpretación que se ha hecho- «el milagro económico italiano» de postguerra: el consumo, la economía de mercado, etc.
Era pues un carro deportivo (con la mejor tecnología del momento) el que tenía Bruno Cortona. Incluso era el primer convertible que poseía -Ä„Oh maravilla!- un tocadiscos 45 inserto en el propio carro, al lado de la radio (hoy sería un CD-Radio).
Inalcanzable para un muchacho como yo, pobre, y viviendo en una parte del sur de Chile donde no pasaba nada interesante. Sólo en las películas soñábamos para salir del aburrimiento provinciano.
Con el tiempo supe que para eso se hacían las películas, o al menos ese era uno de los motivos escondidos de todo film. Y era lo mejor que se había inventado con el cine: la ensoñación. Quizás por eso con el tiempo en mi carrera académica me preparé para enseñar cursos de cine, y tratar de desconstruir aquello con mis estudiantes a través del estudio de algunas películas de la gran producción italiana, francesa, mexicana, norteamericana, rusa, chilena, argentina, etc.
En fin, Bruno era un poco más de edad que yo en ese entonces pero joven y hermoso y con una labia sin comparación para conquistas mujeres. Un desvergonzado sin remedio. Atractivo, simpático y con buena ropa. Cómo quería ser ese Vittorio de «Il Sorpasso» en mi pueblito de Tomé. Luego quise ser Alain Delon pero eso ya era otro ensueño mucho más inalcanzable. La fantasía del muchacho provinciano que queda impactado por las historias de las películas italianas o francesas (Ä„y cómo fumaban allí tanto cigarro «Gaulois» !). O películas donde Elvis Presley cantaba en una playa de Miami con muchas mujeres rubias que lo miraban con pasión y deseo.
Lo que sí me ocurrió, años después, es que conocí a una muchacha en la universidad de Concepción idéntica a Claudia Cardinale. No sé cómo se fijó en mí y pololeamos como medio año. Yo con ella me imaginaba la película «Rocco y sus hermanos». Hasta se lo dije. Y eso fue mi perdición. Pensó que yo era un tipo raro que me mimetizaba con los personajes/actores de las películas. Ella estaba por entrar al MIR o a las juventudes comunistas o socialistas en ese tiempo, y me dijo -y allí termino la relación- que yo era un «alienado de los medios masivos capitalistas». Punto.
Pero volviendo a «Il Sorpasso» yo creo que me identificaba más, pero en silencio, sin decirlo a nadie, al personaje Roberto Mariano que interpretaba magníficamente Jean Louis Trintignant. Él, en otros filmes de madurez (física), parecía ser siempre el mismo personaje: cabizbajo, melancólico, romántico. Me gustaba ese personaje y en algún momento quería ser como él, especialmente cuando me dio por la poesía y me identificaba como un poeta joven, vestido de negro y pelo largo. Pero la Claudia Cardinale chilena que conocí en la Universidad de Concepción siempre me rondaba y no entendía por qué me había dejado (o abandonado realmente).
Como estábamos en la misma universidad, y no era tan grande, la veía con frecuencia, pero ahora con los grupos de izquierda militantes . Yo, claro que era de izquierda pero no militaba en nada y por eso algunos me miraban raro porque «no me comprometía con ninguna cosa». Fue en ese tiempo que el término «compromiso» se usó, o se manipuló, para atacar al que no tenía una posición política clara o simplemente si estaba en otra onda «apolítica». En ese ambiente veía (a veces) a «Claudia Cardinale» al lado de Luciano Cruz o en alguna marcha. Ä„Tan hermosa!, me decía. Me imaginaba siendo un orador como el joven Miguel Enríquez para que ella se fijara en mí.
Se notaba (me decía a mí mismo) que las películas me tenían «alienado» y entonces le encontraba la razón a la «Cardinale». Otras veces la veía marchar con alguna bandera roja o algo parecido. Poco me importaban el color de la bandera, o el propósito de la marcha, es que allí iba «Claudia Cardinale», y yo como un personaje del neorrealismo italiano (el personaje pobre de «El ladrón de bicicletas» de Vittorio de Sica) siguiéndola entre la multitud y con un libro de poemas de Jacques Prevért que por ese tiempo alguien me había recomendado leer. Algo se me confundía entre la ensoñación que me producía el cine (italiano, francés y el de Hollywood) y la cuestión de la «lucha de clases» y el enredo teórico de «el compromiso político»
Previo a esos años, uno quizás, fines de los 60, estábamos por entrar a nuestros primeros años en la Universidad de Concepción. Los muchachos que luego formarían el MIR, que estuvieron en algunos colegios de Concepción, ya hacían su segundo año en la Universidad o el tercero. Ya oíamos hablar de Luciano Cruz, Miguel Enríquez . Yo estaba en el Colegio Salesianos, cerquita del campus de la universidad. Era un escuela secundaria dirigida por esos sacerdotes y por cierta bondad del «padre superior» me dejó entrar en aquel colegio como niño de «bajos recursos», dijo. Y me aceptó en el colegio sin pagar ni un peso. Pero, agregó, «debe Ud. pagar el almuerzo como medio pupilo». Aún recuerdo aquel titulo para los que no nos quedábamos en los dormitorios sino los que sí compartíamos el almuerzo al medio día en los comedores con todos los demás. Almorzábamos a eso de la una hasta las dos. A las tres comenzaban las clases de la segunda jornada hasta las cuatro o cinco. Cuento esto porque allí supe qué significaba «Il sorpasso».
Juan G., de familia italiana, nos explicó el titulo. Lo tradujo como «la ventaja» o algo parecido. Juan era el mejor estudiante del curso y de todo el colegio. Sacaba sietes en cualquier materia. Todos lo admirábamos por la capacidad de aprender en poco tiempo cualquier asignatura. Física, matemáticas, química, francés, literatura española, inglés. Nunca tomó ningún examen final porque en todas las materias su promedio final era siete.
Mierda, como lo envidiábamos. Cómo poder aprender a resolver los problemas de física en diez minutos. Como absorber la historia de EE.UU. en tan poco tiempo. Pero lo mas extraño, años después, supe es que Juan G. se había convertido en un funcionario de un banco de la ciudad. Muchos creíamos que sería un premio Nóbel, un ministro, un historiador, un conductor de pueblosÂ… aquel que tanto sabia de cine italiano, francés, lo que fuera, había quedado sentado para siempre en un banco contando billetes. O llenando libros con números.
Yo volví a Concepción muchos años después y vi por casualidad, caminado, a Juan G. por la plaza. Estaba igual, con su pelo rojo, delgado, siempre con la mirada hacia un punto que parecía reflexionar. Quise hablarle del colegio salesianos, del film «Il sorpasso», de Claudia Cardinale, de cuanto sabía yo ahora del neorrealismo italiano, pero no hice nada para hablarle. Él desapareció en esa plaza de Concepción y yo también.
Luego me puse a pensar que quizás Juan G. era el mismo o el verdadero Roberto Mariano que interpretaba Jean Louis Trintignant. Estudiante serio, inteligente, quizás un revolucionario comprometido del cual saldría un líder que cambiaría ciertas cosas o todas las cosas. Un «Ché» Guevara agazapado en un colegio de curas. El que no moriría en el film a los 20 años por la imprudencia de Bruno Cortona (Vittorio Gassman) en un carro deportivo en alguna carretera de Italia en los años 60. Sino el que enorgullecería a los que fuimos sus compañeros de clases cuando en Concepción comenzaba a surgir, por otro lado, un movimiento político para terminar con la alienación de la sociedad de consumo y dar término para siempre a las diferencias de clases sociales.
No, pero Juan G., con tanta sabiduría, moriría de viejo en un banco contando billetes. Todo trabajo es digno sin duda, pero nadie esperaba eso de Juan G. hijo de inmigrantes italianos, quien nos tradujo el título del film «Il Sorpasso» por allá por fines de los años 60. Y de paso, indirectamente, me confirmó que el cine era una máquina que inventaba sueños para millones y que no era malo identificarse con algunos de ellos. O con los personajes que los realizaban o no los realizaban (o morían por ellos) en esas historias en imágenes.
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*Javier Campos. Poeta y narrador chileno Reside en EE.UU.
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