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Ex presidente: un nuevo gran factor de poder internacional

Iván Witker
Por : Iván Witker Facultad de Gobierno, Universidad Central
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Ser ex presidente y convertirse en factor de política internacional requiere de varias condiciones: voluntad de querer, capacidad de identificar nichos y saber explotarlos como verdaderos filones auríferos (Clinton, Carter y Schroeder, han demostrado ser verdaderos maestros), pero ante todo mantener abiertos los canales de comunicación con quienes le suceden en el mando para que la complementariedad con la política exterior del país sea real y efectiva.


Lentamente se está dejando ver un nuevo factor en las relaciones internacionales: la participación de ex presidentes en asuntos de interés de su propio Estado, o al servicio de un organismo internacional.

Este tipo de actividad reciente de los ex presidentes (o ex primeros ministros, en algunos casos) se puede explicar por las siguientes razones: mayor esperanza de vida en la mayoría de los países, juventud relativa de quienes se encuentran en esta situación, mayor intercomunicación  entre actores internacionales y necesidad de contar con canales nuevos (oficiosos, en ciertos casos) para superar complejidades propias de esta época.

Se trata de un factor enteramente nuevo. Hasta hace pocos lustros formaba parte de los códigos no escritos del comportamiento político que un jefe de Estado saliente saliera a un retiro tranquilo, pero, ante todo, pasivo y silencioso. Ello era muy visible en regímenes presidencialistas. La ingerencia de past presidents era fuertemente castigada, y por lo mismo, prácticamente impensada. Se entiende que la excepción correspondía a regímenes con posibilidad de reelección con un período intermedio; en tal caso, el presidente saliente solía mantener un retiro parcial para volver con nuevos bríos más adelante.

El México del PRI llevó este código no escrito a verdaderos extremos, por lo que a ningún Presidente saliente se le ocurrió jamás quebrantarla. Sin embargo, fue el folklórico y megalómano Luis Echeverría, quien primero discurrió formas de saltarse dicho código, promoviéndose como posible Secretario General de la ONU y, luego, al fracasar estrepitosamente dicho esfuerzo, creando una ONG (Centro de Estudios del Tercer Mundo, CESTEM) de alcances internacionales para estar presente en cuanto drama internacional apareciera en el horizonte. Su amigo y sucesor en el cargo presidencial, José Lopez Portillo le advirtió “lo poco recomendable” de esta conducta, violatoria de una vieja tradición, que a ratos colisionaba con los nuevos énfasis. Lo llamó cortésmente a poner fin a tales actividades. La negativa de Echeverría a entrar en razón marcó una de las jugadas magistrales del omnímodo poder del PRI de entonces. En 24 horas, el tozudo ex presidente Echeverría fue instalado en las islas Fiji en calidad de embajador extraordinario y plenipotenciario.

En el caso de regímenes parlamentarios, por sus características se observó que el paso a retiro de un estadista fue por lo general forzado por tremendas derrotas parlamentarias (Felipe González, los sucesivos premieres italianos, y otros casos), o bien por circunstancias con gran impacto, como el descubrimiento del agente de la RDA Günter Guillaume como jefe de gabinete del hasta entonces querido canciller de la RFA, Willy Brandt. Este procedió a alejarse del todo y dedicarle esfuerzos a la Internacional Socialista.

En la actualidad, y por las razones mencionadas, asistimos a algo distinto. Hay agudos ex estadistas que descubren grandes nichos para seguir activos y sirviendo a la política exterior de su país. Otros exploran áreas enteramente nuevas. Un ejemplo muy extraordinario es el del ex presidente estadounidense Bill Clinton, quien no sólo recorre el mundo dictando conferencias o promoviendo su Clinton Foundation, sino que en varias oportunidades ha aparecido como fuerte elemento coadyuvante de la política exterior estadounidense, sea en su calidad de enviado especial para Haití, o bien hundiéndose en el sigilo de tareas de Estado ultra-delicadas como fue la negociación con Pyongyang para la liberación de dos periodistas estadounidenses que permanecían detenidas en Corea del Norte.

Con anterioridad a él, Jimmy Carter se “re-inventó” completamente por intermedio de su centro de estudios en Atlanta, Georgia, especializado en la tarea de observar (y de paso validar políticamente) procesos electorales. Hoy es consultado frecuentemente por el Departamento de Estado en estas materias y muchas veces ha cumplido sigilosas tareas encomendadas por la administración de turno. Esta tarea, y sus viajes a zonas calientes del planeta, llevando mensajes explícitos o implícitos de la administración en funciones, sea demócrata o republicana, han pasado a ser un factor relevante de la presencia internacional estadounidense. Carter ya había oteado esta posibilidad de “crecimiento personal post-presidencial” en 1978, cuando recurrió a los servicios de su antecesor Gerald Ford para culminar el proceso de negociación con Panamá a propósito del Canal. Y el propio Clinton le pidió a Carter que lo ayudara en 1994 en una de las varias misiones de paz que ha habido en Haití.

Por su parte, George W. Bush le pidió a su padre (ex presidente) y a Clinton, que lideraran los esfuerzos estadounidenses de entrega de ayuda humanitaria a los países asiáticos afectados por el tsunami en 2004.

Este fenómeno ya se da también en casos de regímenes parlamentarios. Gerhard Schroeder abandonó la cancillería germana por un suculento cargo en un consorcio gasífero ruso-alemán, y se ha convertido en una suerte de “backchannel” clave en las relaciones entre Alemania y Rusia.

En América Latina comienza tímidamente esta tendencia, aunque las experiencias no parecen aún tan exitosas. Un ex mandatario intentó convertirse en una pieza externa activa de su país y para ello se internó en los breñales de la frontera colombiano-venezolana, esperando recibir de manera jubilosa al niño Emmanuel de manos de caritativos comandantes FARC. El resultado de la acción, transmitido live por  una cadena televisiva, se mantuvo en discreto silencio por el bochorno en que terminó el episodio. Pese a que era uno de esos momentos pensados para “llenarse de gloria”, los dioses quisieron otra cosa.

En las últimas semanas, el ex Presidente Lagos ha participado en una de las varias misiones que trataron (en vano) de re-instalar al Presidente Zelaya en Honduras. Parecía ser otro momento ad gloriam, por su vinculación con causas democráticas. Más el instinto realista que subyace en muchas de las acciones del ex mandatario parece haberlo guiado para una participación acotada y a prudente distancia. Aunque dicha comisión fracasó, quedó en evidencia que el ex mandatario reúne plenas condiciones para convertirse en un activo engranaje del soft power chileno en los años venideros.

Ser ex presidente y convertirse en factor de política internacional requiere de varias condiciones: voluntad de querer, capacidad de identificar nichos y saber explotarlos como verdaderos filones auríferos (Clinton, Carter y Schroeder, han demostrado ser verdaderos maestros), pero ante todo mantener abiertos los canales de comunicación con quienes le suceden en el mando para que la complementariedad con la política exterior del país sea real y efectiva.

Lo claro y concreto es que ser expresidentes ha pasado a ser una posibilidad interesante que tienen los países para conectarse con esa intrincada red de actores que hoy pueblan el escenario internacional.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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