
La Concertación… y nosotros que la quisimos tanto
La alta popularidad de la Presidenta no fue un antídoto efectivo para una coalición muchas veces carente de ideas y desgastada en lo esencial. Y un gobierno más templado que audaz, más conservador que innovador.
Luego de 20 años de gobierno, la Concertación de Partidos por la Democracia, perdió las elecciones presidenciales. 51 años después de ser electo Jorge Alessandri, la derecha, reunida en la coalición por el cambio, vuelve al Palacio de La Moneda, por la vía democrática.
Las explicaciones para la derrota de la Concertación son muchas pero hay tres factores presentes en todos los análisis:
1. – Los costos de gobernar.
Gobernar la misma coalición durante 20 años implica un ejercicio del poder que tiene costos en todas las áreas.
Especialmente este último período de gobierno, esos costos parecen haber encontrado un tiempo límite, sea porque hay cosas que no se hicieron, otras no se hicieron bien u otras quedaron a la zaga de una sociedad que avanzó más rápido.
Esta afirmación parece una paradoja, dada la altísima adhesión que despertaba la Presidenta Bachelet. Pero su popularidad terminó convirtiéndose en un arma de campaña favorable a las dos candidaturas.
La alta popularidad de la Presidenta no fue un antídoto efectivo para una coalición muchas veces carente de ideas y desgastada en lo esencial. Y un gobierno más templado que audaz, más conservador que innovador.
Tanto Frei como Piñera pugnaron por parecerse a lo que hacía la mandataria, sin tener un clivaje que actuara como medida diferenciadora para el electorado.
Una de las primeras frases del presidente electo Piñera, así lo revela: “Quiero pedirle consejo…”, hasta el final Piñera ha jugado la carta de meterse en la ola de la Presidenta.
Pero la alta popularidad de la Presidenta no fue un antídoto efectivo para una coalición muchas veces carente de ideas y desgastada en lo esencial. Y un gobierno más templado que audaz, más conservador que innovador.
2. – La división de la coalición de gobierno.
Efectivamente, los partidos oficialistas iniciaron un proceso de negociación apresurado para seleccionar un candidato presidencial, lo que generó profundas tensiones.
Tanto, que el Partido Socialista, uno de los ejes de la coalición que respaldó a Eduardo Frei, dejó ir a dos dirigentes de sus filas para proclamarse como candidatos por fuera del pacto. Uno de ellos, Marco Enríquez, obtuvo el tercer lugar con 20% en la primera vuelta. Las sucesivas demostraciones de fuerza de ese conflicto evidenciaron una feroz lucha de poder que terminó trasladándose a todos los frentes de la coalición de gobierno.
Esa división fue acompañada por descalificaciones y desacuerdos políticos profundos durante la campaña, que hicieron imposible una recomposición completa en el balotaje. Las iniciativas para lograr el objetivo electoral eran distintas y tenían un rumbo de colisión que, a medida que pasaba el tiempo, era más inevitable. La estrategia de campaña no hizo más que acentuar un escenario confrontacional, incluidas cuentas personales de asesores y dirigentes.
Finalmente, luego de la primera vuelta, el corolario fue que algunos presidentes de partido renunciaron e insinuaron autocrítica y otros no lo hicieron, expresando dramáticamente la incapacidad de una estrategia común.
3. – La falta de renovación.
Para mantenerse en el poder, la Concertación realizó primero alternancia interna: luego de dos gobiernos encabezados por democratacristianos (Aylwin y el propio Frei) hubo dos gobiernos encabezados por socialistas (Lagos y Bachelet) y, cuando las figuras tradicionales se desgastaban rápidamente, la Concertación tuvo la habilidad de ganar con la primera presidenta mujer en la historia de Chile, cuya carrera política se había desarrollado, en su mayor parte, fuera del establishment oficial.
Esa sofisticación se perdió completamente en las definiciones del nuevo ciclo electoral, que, en esta ocasión, tuvo un proceso de primarias poco participativo, eligió anticipadamente un candidato que ya había sido Presidente y no se atrevió esta vez a innovar, proponiendo, por ejemplo, un candidato de la joven guardia de la coalición. Unos dicen que no es una cuestión de rostros, también son ideas. Bueno eso, nuevos líderes, nuevas ideas, nueva ciudadanía.
De lo que se ha dicho, falta una cuestión relevante, la despolitización y falta de vínculos con la ciudadanía, pero eso da para un análisis más profundo que es muy necesario hacer. Queda pendiente.
Estos factores son importantes para explicar lo que pasó el domingo, y abren paso a una serie de interrogantes sobre el destino de lo que fue la Concertación, la coalición más exitosa desde el punto de vista electoral en la historia republicana de Chile.
Pero lo que está claro que no habrá nueva Concertación, ni nueva mayoría, habrá oposiciones que luego del término de las disputas y recriminaciones internas, tiempo que se avizora largo, podrán volver a intentar conseguir una mayoría de centroizquierda. Para ello, aún queda mucho. Para ello, es necesario atravesar el desierto. Para ello es muy necesario asumir lo que ha pasado, ni negarlo, ni evadirlo.
El tiempo de la Concertación ha terminado. El campo de la centroizquierda requiere actualidad, futuro y esperanza, pero antes requiere una profunda renovación de su política.
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