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Más de Allende y Eltit

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En la cocina literaria chilena siguen volando ollas y platos: la periodista y escritora Elizabeth Subercaseaux le lanza la sartén al crítico Rodrigo Pinto quien, a mi juicio, la sigue teniendo por el mango: El tema es el mismo: las candidaturas de Isabel Allende y Diamela Eltit al Premio Nacional de Literatura de Chile.

Subercaseaux apoya la nominación de Allende; Pinto la de Eltit, aunque se concentra sobre todo en argumentar en contra de la primera, más o menos en la misma línea de aquello que escribí hace unos días: Allende, dice Pinto, es autora de novelas malas y facilongas, escritas en la huella de un realismo mágico a la García Márquez, pero desescamado, doblemente edulcorado y sin mayores expectativas artísticas.

Subercaseaux, básicamente, ha dicho y repetido que la literatura de Allende es notable, honda, estremecedora, valiente, y que como tal ha sido recibida en todo el planeta, motivo por el cual se la estudia en las mejores universidades del mundo y se le otorga premios en las cuatro esquinas de la tierra. También ha dicho que Allende tiene «una estatura moral e intelectual» que ningún otro chileno ostenta «en la actualidad» (comentario que debería ponerle los pelos de punta a todos los chilenos).

Es problemático, claro, que los argumentos de Subercaseaux se refieran exclusivamente a la recepción de Allende en el extranjero y ni siquiera atiendan a qué se dice sobre Allende, con qué razones se la corona, de qué manera se la estudia, sino apenas al hecho mismo de que exista una recepción numerosa y extensa en el mundo académico y el comercial. Parece que en Chile también hay quienes sólo pueden medir la calidad de lo propio en función de cuánto se habla sobre ello en otros países.

Curiosamente, cuando Pinto se apoya en las observaciones de un lector extranjero, el antropólogo italiano Francesco Varanini, crítico literario de oficio que muchas cosas ciertas ha dicho sobre el progresivo vaciamiento de sentido del realismo mágico latinoamericano en los últimos veinte años, la respuesta de Subercaseaux es cuestionar la validez de los argumentos de un italiano que «se da el lujo de mirar nuestra literatura desde su excéntrica perspectiva, que debe ser muy interesante para sus amigos y las personas que lo conocen en la casa a la hora del desayuno».

¿Total? ¿Si un académico americano o un editor italiano glorifican la literatura de Allende, Subercaseaux afirma que en ello se halla la prueba de que la literatura de la autora chilena es notable, seria y atendible. Pero si un académico italiano argumenta algo en contra de los herederos de García Márquez, entonces sus razones son inválidas precisamente (y únicamente) porque provienen de un extranjero?

(Observación: así suele trabajar el patrioterismo: las opiniones extranjeras positivas sobre lo nuestro nos halagan y se vuelven nuestros argumentos; las negativas las rechazamos violentamente como usurpaciones o entrometimientos).

Más allá de su confusión argumentativa, Subercaseaux insiste en hacer notar que el éxito comercial no significa mecánicamente pobreza de contenidos o de formas, pobreza intelectual o estética. Eso es obvio. No creo que Pinto ni nadie de quienes se oponen a la premiación de Allende quieran argumentar que las ventas voluminosas son un certificado de mala calidad. De hecho, no lo hacen. Sus observaciones son puntuales y se refieren a la obra de Allende, no a su recepción comercial.

Más bien, parece ser Subercaseaux quien esgrime una variante inversa de ese prejuicio, al convertir su alegato pro-Allende en una enumeración de premios y ediciones y reediciones y ensayos críticos a los que se alude por su número y no por su discurso.

Esto último es sin duda muy interesante. Como parte de la academia que ha producido ese voluminoso corpus crítico, debo decir que una gran tajada de los trabajos sobre Allende son estudios sobre el fenómeno de popularidad de la llamada literatura femenina latinoamericana, muchas veces escritos con total ajenidad al hecho de que esa literatura y sus producciones individuales sean –digámoslo simplemente– buenas o malas.

Otro tanto es poco menos que la norma en los llamados estudios culturales y en gran parte de sus variantes de uso actual: los objetos de estudio suelen elegirse por un interés temático, por los asuntos que tratan, por la situación social, cultural, étnica o de género en que se inscriben, más allá de que se trate de joyas de la literatura. Esto no es tampoco razón de escándalo y no lo digo para desestimar a la academia: el estudio de una cultura a través de su producción literaria no tiene por qué ser sólo el estudio de sus cumbres, sino el de su totalidad.

Pero los premios literarios no se deberían otorgar a lo más representativo de la media ni a lo más exitoso del status quo, sino, allí sí, a lo más interesante, a lo más provocativo, a lo más brillante estéticamente; no a quien coge una posta y la estandariza y la divulga y la simplifica, sino a quien se distingue en una ruta propia.

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