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Piñera y el pecado de ser hombre de acción

Teresa Marinovic
Por : Teresa Marinovic Licenciada en Filosofía.
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La personalidad de Piñera ha sido durante todo este año el blanco preferido de la crítica. En parte porque él es en esencia un improvisador cuando de administrarse a sí mismo se trata; pero también porque el debate nacional suele ser frívolo, intelectualmente esnob o simplemente estúpido.


Hace poco más de un año que sigo con especial atención todas las críticas que se le hacen al Gobierno y especialmente al Presidente.

Que no ha hecho grandes reformas y que le falta prestancia es lo que dice la derecha; que su gobierno no tiene narrativa y que prima la tecnocracia, lo que reclaman intelectuales de izquierda; y los analistas, que se sobreexpone, que no comunica y que es torpe en materia política.

La personalidad de Piñera ha sido durante todo este año el blanco preferido de la crítica. En parte porque él es en esencia un improvisador cuando de administrarse a sí mismo se trata; pero también porque el debate nacional suele ser frívolo, intelectualmente esnob o simplemente estúpido.

De otra forma no se explica que durante todo el año se haya apuntado a la cosa menor, a la chambonada, como me decía ayer un amigo, mientras sólo de refilón (y como si se tratara de una cuestión menor) se hiciera referencia a uno de los rasgos más sobresalientes de Piñera: su evidente superioridad para los efectos de llevar las ideas al plano de la acción.

[cita]La personalidad de Piñera ha sido durante todo este año el blanco preferido de la crítica. En parte porque él es en esencia un improvisador cuando de administrarse a sí mismo se trata; pero también porque el debate nacional suele ser frívolo, intelectualmente esnob o simplemente estúpido.[/cita]

Esnobismo intelectual. Sí, porque el Presidente no tiene que ser necesariamente un buen narrador. Los relatos maravillosos que oímos de labios de Lagos, esos sueños republicanos y su siempre inspiradora visión de país sirven de poco si no se pueden llevar a la práctica. Fue justamente capacidad ejecutiva la que le faltó al ex Mandatario al momento de diseñar el Transantiago y falta de capacidad ejecutiva también la que mostró su sucesora cuando no pudo tomar decisiones de sentido común la madrugada del 27F.

Frivolidad, porque a fin de cuentas no estamos en Alemania, donde el tema de la eficiencia, del trabajo bien hecho o del sentido de urgencia puedan darse por descontados. Hace poco tiempo un empresario me decía que gastaba más de la mitad de su día batallando para que las personas cumplieran con los compromisos que tenían con él y el problema es que esto redunda no sólo en la productividad, sino principalmente en la vida de cada persona.

Pero el debate ha reflejado también estupidez porque nadie se ha dado cuenta  de que no es justo pedirle a Piñera que dé, lo que la sociedad de consumo no presta. La política es interesante y a mí me apasiona… pero no lo es todo y no puede suplir la falta de sueños, de ideales y de sentido de la vida que cada vez más caracteriza nuestra existencia.

Por eso, yo puedo conceder que Piñera es desprolijo cuando se trata de la gestión de su propia persona y reírme como cualquiera cuando celebra solo los 500 años de independencia o cuando percibe, solo también, un terremoto el 26 de septiembre…  también puedo conceder que su Gobierno no ha sido capaz de poner en palabras o de llevar al discurso sus propias fortalezas.

Pero de ahí a hablar de su eficiencia o del énfasis que ha puesto su Gobierno en la gestión como si se tratara de un pecado. De ahí a acá está el límite que separa la objetividad de la pura y simple tontera.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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