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Chile: una partitocracia

Renato Gazmuri
Por : Renato Gazmuri Militante de RN
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Últimamente ha estado de moda la incorporación de líderes jóvenes: en la DC fue Claudio Orrego de tiernos 45 años. El PS se rejuveneció con un Fulvio Rossi, infante de 41 años; el PPD con Carolina Tohá, adolescente de 46 años; RN con Manuel José Ossandon, con 10 años de alcaldía en el cuerpo, y la UDI con el imberbe José Antonio Kast de 45 años.


La definición clásica de partitocracia, vulgarmente llamada partidocracia,  es “aquella forma de Estado en que las oligarquías partidistas asumen la soberanía efectiva”. ¿Podríamos encontrar una mejor definición para el sistema político imperante en Chile? En nuestro país las decisiones que corresponderían a los ciudadanos están en manos de los caudillos, o caciques, de los partidos políticos en los cuales, en el mejor de los casos, militan el 10% de sus eventuales adherentes.

Más aún, esos militantes carecen de un poder efectivo dentro de esas instituciones. Sólo son utilizados con fines mediáticos y quienes realmente ejercen el poder son pequeñas cúpulas que se auto eligen entre caudillos sempiternos; usando como pantallas Consejos Generales  conformados por dirigentes regionales seleccionados a dedo por los mismos mandamases. El poder real, por ejemplo, en la DC lo ejercen: Gutenberg Martínez, Soledad Alvear, Andrés Zaldívar; Patricio Aylwin, Belisario Velasco y los hermanos Walker. No los voy a aburrir con los demás partidos en que se repite una similar estructura de poder, obviamente, con otros caciques. Últimamente ha estado de moda la incorporación de líderes jóvenes: en la DC fue Claudio Orrego de tiernos 45 años. El PS se rejuveneció con un Fulvio Rossi, infante de 41 años; el PPD con  Carolina Tohá, adolescente de 46 años; RN con Manuel José Ossandon, con 10 años de alcaldía en el cuerpo, y la UDI con el imberbe José Antonio Kast de 45 años. Aclarada la estructura partitocrática del poder vamos a su ejercicio.

[cita]Si analizamos al parlamento, y como se eligen sus miembros, vemos el paraíso de la partitocracia y, por tanto, la ausencia, casi total, de democracia. Como norma general los dos senadores de cada circunscripción son “ungidos” por las directivas de los ambos conglomerados con mucha anterioridad a la elección; uno para cada cual; sin posibilidad que el ciudadano altere lo ya resuelto.[/cita]

Comencemos por la magistratura máxima: la Presidencia de la Republica. No es efectivo que los votantes elijan a esta autoridad que, en Chile, ostenta gran parte del poder. Participan en las elecciones aproximadamente solamente el 50% de los que podrían hacerlo (considerando no inscritos y abstenciones). Ellos, mayoritariamente, no pueden elegir libremente su candidato teniendo que optar,  entre los nominados por las dos grandes coaliciones partidarias: la Concertación  conformada por  los partidos: PPD, PS, DC, PRD y, circunstancialmente, el PC; y la derecha, que adopta distintos nombres, pero está constituida, realmente, por la UDI y RN.

Los últimos Presidentes de la República, desde 1989 en adelante, han sido pre electos por las dirigencias de estas coaliciones: Aylwin; Frei; Lagos; Bachelet y Piñera. La mayoría de ellos por encerronas de los dirigentes tradicionales y, en forma excepcional, por un plebiscito en que participó un pequeño porcentaje de ese mínimo de militantes mencionados: el caso de Lagos vs. Zaldívar. En la última elección se burló a la ciudadanía con un plebiscito regional tramposo que realmente fue sólo un show. Frei, en mala hora para su conglomerado, fue producto de un oscuro trueque de posibles futuros cargos públicos. Quizás Bachelet sí surgió de la ciudadanía; no obstante tuvo que ser ratificada por los sumos sacerdotes de los partidos para ser candidata.

A su vez los candidatos independientes han sido muertos-caminantes. Recuerdo (en forma desordenada) a José Piñera Echeñique quién obtuvo un 6,2% (probablemente el ciudadano con más méritos, en nuestra época, para ocupar el sillón de O’Higgins; muchos más que su hermano, el actual Presidente); Manfred Max Neef, con un 5,5%; el simpático, y controvertido, Francisco Javier Errázuriz con un no despreciable 15,43%; Tomás Hirsch con un 0,5%; Jorge Arrate con un 6,21% y la gran sorpresa: Marco Enríquez Ominami con un 20, 41 %. Este último caso demuestra que, si las oligarquías partidarias de la Concertación no lo hubiesen asesinado políticamente en forma previa, y le hubieren  permitido participar en elecciones primarias limpias, sería hoy Presidente de Chile; ajeno a la opinión que uno tenga de lo que ello implicaría.

Si analizamos al parlamento, y como se eligen sus miembros, vemos el paraíso de la partitocracia y, por tanto, la ausencia, casi total, de democracia. Como norma general los dos senadores de cada circunscripción son “ungidos” por las directivas de los ambos conglomerados con mucha anterioridad a la elección; uno para cada cual; sin posibilidad que el ciudadano altere lo ya resuelto. Todos sabíamos, antes de la votación,  que Frei sería electo Senador por la Concertación, y Allamand por la centroderecha, en la Circunscripión 16a. Los votantes sólo acuden a ratificar lo ya resuelto. En una sola circunscripción, la VIII Costa, los votantes han logrado, eventualmente, elegir los dos  senadores de la Concertción, quebrando el esquema. Lo mismo sucede en los distritos con los diputados. Cualquier entendido sabía, antes de las elecciones, el nombre de los diputados que “serían electos”, por distrito, el 2009: 57 por la Concertación; 58 por la centroderecha y 5 (la excepción que confirma la regla) fuera de pacto. En Senadores 9 y 9.

Frente a lo anterior los políticos dirían que el meollo del problema es el sistema binominal, resabio del régimen presidencial. Falso. El binominal lo que garantiza es un balance de poder; pero no es el único sistema electoral que le quita el poder a los ciudadanos. De hecho el sistema proporcional suele, también, usurparle el poder a los ciudadanos y otorgárselo a los partidos.

Cuando lo tuvimos se dio el caso, en un distrito, de un diputado elegido con un solitario voto (o sea ni siquiera su esposa votó por el) por el sólo hecho de que su partido lo había incluido en su lista, que, fue muy votada. Por otro lado, un sobresaliente postulante, que obtuvo tres mil votos, no salió electo pues su partido obtuvo una menor votación que el otro. O sea se privilegiaba el apoyo a los partidos por sobre el  apoyo a los candidatos. Igual que ahora.

El meollo del problema es que cualesquier sistema electoral futuro va a ser generado por un círculo perverso: parlamentarios cuya supervivencia como tales depende de aquellos sumos sacerdotes que dominan los partidos.

Obviamente no van a proponer reformas que les quite el poder a ellos, sus patrones, y se los devuelva, como corresponde, a los ciudadanos.

La solución, muy difícil de lograr, es múltiple:

1.- Democratizar los partidos mismos. Que las directivas sean elegidas por las bases y los candidatos por plebiscitos abiertos.

2.- Permitir la posibilidad de que los partidos lleven candidatos propios sin necesidad de pertenecer a una coalición. ¿Por qué la DC no puede llevar un candidato sin que sea un requisito la anuencia de sus contrincantes históricos: el  PS o el PC, y el tener que hacer trueque de candidatos con ellos? Indiscutiblemente ello requiere una reforma profunda a la Constitución realizada por instituciones ad-hoc distintas al parlamento y creadas específicamente para ello.

3.- No dejar fuera del sistema, como norma, a los candidatos independientes que la ciudadanía catapulte, espontáneamente, como candidatos.

Lo sucedido en los últimos días, en el Medio Oriente, nos advierte que los ciudadanos, utilizando las redes que les proporciona la tecnología, son capaces de recuperar el poder, que les pertenece, de las manos de quienes se los han usurpado. Que no nos veamos obligados a  llegar al: “Por quién doblan las campanas; las campanas doblan por ti”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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