El plebiscito y el miedo
Una vez decidido por plebiscito lo educacional, el pueblo adolescente no tendrá límites y en una de esas querrá discutir el modelo chileno completo: plebiscito sobre el derecho a la salud y las Isapres, sobre el derecho a la seguridad social y las AFP, sobre el sistema político y el binominal, etc.
Existen buenas razones para oponerse a un plebiscito que busque decidir el espinudo tema del modelo educativo.
Algunas de ellas son:
Primero, el plebiscito para estos efectos no se encuentra contemplado en la Constitución de 1980, que sólo reserva ese mecanismo para graves desencuentros entre el Presidente y el Congreso Nacional por un proyecto de reforma constitucional. Sería, entonces, según los que saben, inconstitucional pretender aplicarlo al problema educacional.
Siempre se pueden cambiar las reglas de la Constitución, si hay voluntad política, pero por ahora, esas son las reglas.
Segundo, el plebiscito altera la lógica de la democracia representativa por una de democracia directa, lo que involucra, como advertía una editorial de La Tercera en estos días, “un serio riesgo de caudillismo, propuestas extremas y desgobierno”.
[cita]Una vez decidido por plebiscito lo educacional, el pueblo adolescente no tendrá límites y en una de esas querrá discutir el modelo chileno completo: plebiscito sobre el derecho a la salud y las Isapres, sobre el derecho a la seguridad social y las AFP, sobre el sistema político y el binominal, etc.[/cita]
Tercero, es muy difícil hacer las preguntas. Como alguien lo recordaba por ahí, es complejo en extremo determinar qué tipo de preguntas se hará en esta materia que resulten útiles para resolver el problema educacional. De hecho, las preguntas pueden ser manipuladas y mañosamente construidas para influir el resultado y engañar a los ciudadanos.
Y por último, está el miedo. Que es la razón que nunca se dice, pero que supera a todas las demás y que, en rigor, las hace superfluas.
En este caso, el miedo se manifiesta en el nervioso temor de tener que escuchar al Pueblo en una versión potente: pronunciándose directamente sobre un tema de interés para todos, sin la mediación e intervención de nadie.
El Pueblo hablando por propia boca, y no por la boca de otros, particularmente, la del político que dice saber lo que la gente quiere.
Y eso es, sencillamente intolerable. Y no es necesario explicarlo con detalle, porque todo chileno de bien lo entiende fácilmente: el Pueblo es una masa de sujetos la mayor de las veces irracionales que, como adolescentes, son fácilmente influenciables por extraños intereses.
Una vez decidido por plebiscito lo educacional, el pueblo adolescente no tendrá límites y en una de esas querrá discutir el modelo chileno completo: plebiscito sobre el derecho a la salud y las Isapres, sobre el derecho a la seguridad social y las AFP, sobre el sistema político y el binominal, etc.
La voluntad del pueblo desbocada como caballo loco, cuestionando todo el exquisito modelo que, con sudor y esfuerzo, levantamos desde el primer día de transición a la democracia. La “democracia de los acuerdos” la llamamos con orgullo en su día, y ella no incluía, eso lo sabe todo el mundo, al Pueblo.
Y para colmo, se trata de un Pueblo mal educado. Nuestro ciudadanos son el resultado de un sistema educacional fracasado, por lo tanto, seguramente, no entenderán las preguntas del eventual plebiscito, lo que los convertirá en presa fácil de la manipulación, especialmente -como lo advertía sagazmente en estos días Longueira- la del Partido Comunista.
Nada de eso ocurre, en cambio, con nuestro Gobierno y parlamentarios. Ellos siempre deciden mirando el bien común, no tienen conflicto de intereses que los lleven a manipular las instituciones en su favor, nunca son objeto de lobbistas –que nunca tampoco son sus amigos-, y están tan pero tan bien preparados –siempre entienden todos los proyectos de ley- que conocen mejor que nadie, lo que el adolescente y apasionado pueblo no sabe.
Además, muchos de ellos son asesorados siempre por instituciones que alejadas de miradas ideológicas, como Libertad y Desarrollo o el CEP, buscan nada más construir el Chile que el pueblo quiere, pero que no logra saberlo: más capitalismo, más mercado y menos Estado.
Por suerte, Jaime Guzmán ya previa todo esto: en su Constitución no hay plebiscito para el Pueblo.
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