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El tupido velo

Carlos Ominami
Por : Carlos Ominami Ex ministro, ex senador, Foro Permanente de Política Exterior y Fundación Chile21.
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Me llama la atención el silencio de los más directamente aludidos. No he sabido de nadie que haya impugnado la veracidad de las afirmaciones que allí se hacen. Asumo en consecuencia que se puede aplicar aquí el principio del “que calla otorga”. No es poco para quien ha hecho un esfuerzo importante para reconstituir los contextos en que se adoptaron decisiones cruciales y cuales fueron las actuaciones de sus principales protagonistas.


José Donoso fue uno de los más grandes novelistas chilenos. Estuvo muy lejos de ser un escritor político. Eso no implicó ausencia de convicciones o indiferencia frente al drama que significó para Chile la dictadura militar. Profundamente, sí le molestaban las palabras altisonantes, pero sin contenido que abundan en el discurso de los políticos. Como gran novelista fue también gran observador de la realidad. La identificación de un “tupido velo” que todo lo esconde para que la sociedad pueda seguir viviendo con sus mentiras o verdades a medias es una  contribución notable al entendimiento de los mecanismos más profundos de  funcionamiento de una sociedad como la chilena.

He pensado mucho en Donoso y su tensionada vida durante estas semanas. He leído con mezcla de admiración y angustia el libro que nos dejó Pilar, su hija, y en el cual intenta descifrar en forma a veces desgarradora esa compleja relación entre ella,  Donoso y María  Pilar Serrano sus padres adoptivos.

[cita] No se trata de una cuestión personal. Lo mío no es la historiografía. Lo mío es el debate y la búsqueda de explicaciones e ideas que permitan echar las bases de un nuevo proyecto. Y, hay que reconocerlo, la tarea es ardua porque el velo con el que se busca esconder realidades que incomodan es en verdad muy tupido.[/cita]

Traigo a colación a José Donoso no porque tenga mucho que agregar a todo lo que se ha dicho sobre la significación de su obra y los diversos conflictos que constituyeron la base de su inagotable inspiración.

El tupido velo alcanza también, y de qué manera, a la forma en que opera la política, la organización de sus debates, la definición de sus prioridades, lo que se ventila y lo que oculta, lo que se dice y lo que no se dice… Sobre ésto algunas reflexiones.

Después de un terremoto político como el vivido por el país en el 2009-2010, en donde por primera vez en cincuenta años una coalición de derecha alcanza un triunfo electoral indiscutible, era lógico pensar  que se abriría en el campo de las fuerzas democráticas y progresistas un amplio debate para entender las razones de la derrota y provocar los cambios necesarios.

La sociedad así lo entiende y lo expresa bajo la forma de un fuerte rechazo a quienes la dirigieron por veinte años. Salvo contadas excepciones a la dirigencia concertacionista esto no parece importarle. Más aún, se ha desarrollado la teoría de que cualquier revisión crítica abre debates que dividen y revive conflictos que es mejor olvidar. Hay que mirar hacia el futuro y no quedarse con la vista en el pasado. Guardando las proporciones, se repite lo mismo que nos decían nuestros adversarios cuando les pedíamos explicaciones por su responsabilidad en las graves violaciones a los derechos humanos.

Personalmente, he tratado por todos los medios de promover el debate. He hecho afirmaciones duras: que la Concertación fracasó en el desafío de una transformación sustantiva de la sociedad, que sus partidos dejaron de lado sus convicciones y se instalaron mayoritariamente en la administración del poder, que algunos confundieron renovar con renegar, que el neoliberalismo terminó por controlar palancas fundamentales de la acción gubernamental, que el mundo empresarial ejerció una influencia desmedida en la definición de muchas políticas públicas, que incluso se utilizaron prácticas claramente mafiosas para resolver problemas políticos.

He recibido durante estas semanas el testimonio de muchas personas que agradecen la franqueza con que se entregan elementos necesarios para entender más cabalmente qué fue lo que ocurrió. Resulta alentador el dialogo con jóvenes que necesitan una explicación plausible del pasado para perseverar en la tarea de construir un mejor futuro. Asumo con humildad las críticas que también ha recibido “Los secretos de la Concertación”.

Me llama la atención el silencio de los más directamente aludidos. No he sabido de nadie que haya impugnado la veracidad de las afirmaciones que allí se hacen. Asumo, en consecuencia, que se puede aplicar aquí el principio del “que calla otorga”. No es poco para quien ha hecho un esfuerzo importante por reconstituir los contextos en que se adoptaron decisiones cruciales y cuáles fueron las actuaciones de sus principales protagonistas.

Pero, no se trata de una cuestión personal. Lo mío no es la historiografía. Lo mío es el debate y la búsqueda de explicaciones e ideas que permitan echar las bases de un nuevo proyecto. Y, hay que reconocerlo, la tarea es ardua porque el velo con el que se busca esconder realidades que incomodan es en verdad muy tupido.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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