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La calle y la transformación social

Patricio Segura
Por : Patricio Segura Periodista. Presidente de la Corporación para el Desarrollo de Aysén.
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Un lugar común de discusión al interior de las organizaciones sociales es la definición sobre qué eslabón de todo proceso transformador es el más importante. Cuál es el que por excelencia no puede faltar el día que un colectivo aspira a cambiar un sistema que, entiende, funciona mal. En palabras sencillas, el que la lleva.

Por formación profesional escucho recurrentemente a colegas y gurúes comunicacionales decir que la madre de todas las batallas se da en los medios, siguiendo la máxima ésa que afirma que de nada sirve que se caiga un árbol en el bosque si nadie escuchó su desplome. ¿Qué efecto tiene mi marcha, mi triunfo legal, mi estudio técnico si no logro llegar a los millones que son necesarios para presionar por un cambio real de las reglas del juego? Bajo esta premisa, los imprescindibles son los periodistas, los comunicadores, los expertos comunicacionales.

Luego están los abogados. En un país como Chile, con un amor por el formalismo limítrofe con la psicosis, si está escrito en courier, hoja tamaño legal y con líneas horizontales, es sacro. Se entiende que como la esencia de nuestra sociedad hoy está indefectiblemente amarrada a algún código, ley o a la propia Constitución, cualquier empresa transformadora requerirá necesariamente la participación de quienes han dedicado su vida al estudio de la norma.

Pero nada sirve si no es medible. Tiempo ha que la cifrología campea por las aulas y mientras el discurso le lleve gráficos y powerpoint, será creíble. Lo demás, simples balbuceos subjetivos, emocionales e infundados de “masa influenciable y vendible que no pesa ni como opinión ni como prestigio” dijera un Matte de fines del siglo 19. Y como para ser capaz de hacer tales seductores cálculos es necesario tener una inteligencia por sobre la media y, si no, el privilegio de haber sido expuesto desde la cuna a instrucción social y formal de excelencia, tal corriente es prima hermana de una mentirosa meritocracia.

A la más odiada de todas, la política (los políticos, más bien), la galucha la defenestra de cualquier proceso de transformación real. Nada arriesga, en todo caso, quien alega contra sus malas prácticas, porque tal es hoy un deporte de moda. Esto ocurre también porque los políticos, llegada la democracia, se autodesignaron dueños del Estado. Están los que estiman que no pueden faltar en ningún esfuerzo serio de cambio, y también los que creen que con su sola presencia estamos al otro lado.

Con plata se compran huevos. Y con harta, a todos los anteriores. Un reclamo común es que así como existen causas que producto de sus cuantiosos recursos logran salir de la marginalidad, hay otras que siendo tanto o más justas se mantienen en un inmerecido anonimato. Sólo porque no cuentan con el apoyo de pudientes mecenas.

Por último, está la calle, abarcando en ésta no sólo a la acción que se desarrolla en la vereda sino a todos los espacios de reunión, conexión, debate, reflexión y expresión de esa masa influenciable y vendible que no pesa ni como opinión ni bla, bla, bla.

Incluye las protestas, marchas y batucadas. Las barricadas y los bloqueos. Las ollas comunes, los caceroleos, funas y panfleteos. Y como no todo puede ser fiesta y reclamo, también las asambleas, los conversatorios, la autoinstrucción, las consultas ciudadanas.

Es entendible creer que uno participa en el o los ámbitos que por excelencia impulsarán la marea social que nos permitirá desembarcar en mejor puerto. Que en el ring de los medios se ven los gallos, que sólo mediante cambios en la doctrina de la Corte Suprema veremos la luz al final del túnel o que con plata baila el monito. Incluso que el pueblo unido avanza sin partidos. Lo cierto es que todas estas luchas son necesarias, con distinto énfasis según el momento y la circunstancia.

Sin embargo, y suscribiendo lo anterior, aún creo que la calle es y seguirá siendo esencial.  No por su autosuficiencia, sino porque es la más democrática de todas. No requiere de piochas, apellidos, títulos ni lucas. Es donde necesariamente se deben fraguar las transformaciones más profundas.

Cuando hoy fermenta la idea de ir por el premio mayor, la Constitución, tanto como asumir la importancia de todos los eslabones para lograr tal objetivo lo es también entender que si el proceso no tiene calle, será uno más de los muchos de corte elitario vividos por el país.

Y tal posibilidad, no estoy tan claro si los peatones de este nuevo Chile la aceptarán una vez más.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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