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Los nuevos conservadores

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Luis Pacheco
Por : Luis Pacheco Director de la Escuela de Ciencia Política y Relaciones Internacionales , Universidad Academia de Humanismo Cristiano
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Sabemos que el conservadurismo se define más por una actitud frente a los cambios que por un sistema de creencias, opciones políticas o valores.

La actitud que define a los conservadores de otros sectores es el miedo al cambio, es decir, son reticentes a cualquiera propuesta que los mueva de sus formas tradicionales de pensar y de actuar. Por estas y otras razones, se puede ser conservador de derecha, centro o de izquierda. Todos tienen en común la resistencia al cambio y el miedo a desequilibrar los aparentes valores que los definen.

Esto es lo que está sucediendo en la controversia ideológico-partidaria existente en estos momentos en el país. Pero esta actitud tiene diferentes connotaciones. Los ultraconservadores (reaccionarios en terminología política, en el sentido en se oponen a los cambios), ubicados en algunos segmentos de Renovación Nacional, pero sobre todo en la UDI, se niegan a todo aquello que pudieran significar nuevas perspectivas valóricas, y políticamente, a cualquier cambio significativo dentro del modelo existente. En la oposición, en tanto, ocurre algo parecido, pero con diversidad de matices.

Se quiere cambios, ante los cuales hay cierta mayoría, diríamos, casi una unanimidad respecto de los contendidos y proyecciones. Se quieren hacer cambios necesarios o reformas profundas a la Constitución o quizás una nueva Constitución para cambiar el modelo político-social y el modelo económico. Es decir, instalar nuevas estructuras para proyectar una nueva democracia que dé garantías de un desarrollo económico-humano, social y político. Desarrollo que nos aproxime a una idea de sociedad humanizada, a una democracia solidaria, donde las personas y las diferentes visiones de sociedad y mundo, tengan cabida en un nuevo proyecto de una sociedad que asume su diversidad dentro de un concepto de totalidad.

Reconocemos que no es una tarea fácil, pero creemos que hay que aunar coincidencias en la mayoría de los actores políticos, de la oposición, pero sobre todo con los actores de la ciudadanía. Con esto queremos decir que no hay que pensar solo desde la estructura partidaria, sino, desde el sentimiento de la gente y de la sociedad civil, que se manifiesta, masiva y coincidentemente, sobre una diversidad de opciones y propuestas.

Entonces vale preguntarse, ¿qué nos detiene? A mi parecer, los viejos problemas heredados de una sociedad que no ha podido asumir a través de sus partidos políticos, la magnitud de los cambios generados a partir del fin de la Guerra Fría. No se ha asumido lo absurdo de la confrontación estéril, pero tampoco se han asumido adecuadamente los nuevos desafíos que implican una sociedad inevitablemente globalizada y un complejo proceso de transición.

Todavía quedan muchos que piensan como si el Muro de Berlín existiera; como si la Internacional del Partido Comunista todavía funcionara; y como si Moscú fuera una especie de Vaticano de aquella ideología. Se sabe que no, pero se actúa como si no se supiera.

La revisión de argumentos y polémicas, es absolutamente necesario. Creo, en verdad, que todavía hay muchos, desde la derecha que miran hacia atrás, agradecidos de “la obra del General Pinochet”. Y muchos de ellos hacen parte del Gobierno y tienen partidarios recalcitrantes fuera de él. Pero la sociedad de alguna manera se las ha arreglado para actuar con ellos e incluso, a través de ellos. Pero por otra parte, los comunistas siguen siendo víctimas de un anatema que no corresponde. Y debemos recordar que antes del final de la Unidad Popular, habían más coincidencias entre los demócratas cristianos y el Partido Comunista, en cuanto “a consolidar lo logrado”, diferente de la otra propuesta de “avanzar sin tranzar”. Sabemos que el pasado es difícil de superar y sabemos también que es absolutamente necesario superarlo.

Hoy la necesidad es una sola: aunar las voluntades frente los cambios con la humildad, que todos debiéramos tener para aprender a ser demócratas en una nueva democracia. Donde caben todos los diversos, donde todos constituyen un mismo pueblo, una misma comunidad y comparten el mismo destino.

La nueva democracia no debe excluir a nadie. Pero esto, no se puede lograr si se parte excluyendo a grupos importantes que deben estar presentes en una nueva Construcción. La nueva democracia, no puede ser construida solo con los que coinciden en visiones valóricas y percepciones del mundo. La nueva democracia, solo es posible construirla desde la diversidad y el respeto por ésta, para que en ella quepamos todos en dignidad y en libertad. Donde las hegemonías partidarias deben ser transitorias, porque la democracia debe generar cambios permanentes, pues nunca será perfecta, pero siempre será perfectible. La nueva democracia, en su esencia no podrá ser desde el liberalismo que engendro este capitalismo violador de los derechos humanos. Esta democracia de las ganancias desorbitadas de las Isapres; esta Democracia que ha permitido la acumulación ofensiva de la riqueza. Una democracia en la cual el poder político y la soberanía no radica en el pueblo, sino en las empresas que controlan el modelo y han deshumanizados al Chile en el que vivimos. Esta es la tarea: humanizar la democracia y la economía, creando un modelo solidario inclusivo, con una nueva forma de ser ciudadano: es decir, la vieja fórmula de un ciudadano sujeto de todo los derechos y los deberes que esos derechos implican.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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