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La izquierda y las críticas a la UDP

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Por: Eduardo Sabrovsky. Profesor Titular Universidad Diego Portales


Sr. Director:

Me refiero brevemente a la «Carta abierta a Eduardo Sabrovsky» publicada en la edición de El Mostrador del domingo 3 de febrero, firmada por el doctorando de la Universidad Autónoma de Barcelona, Sr. Iván Flores. Parto por decir que publico columnas en El Mostrador precisamente con la intención de provocar reflexión y debate. Desde este punto de vista, emprendí la lectura del texto del Sr. Flores con gran interés. No obstante, a poco andar me di cuenta de que me encontraba con una versión algo más sofisticada de lo que ya es habitual en el debate local: lo importante no son las ideas, sino finalmente, la argumentación ad hominem: la caza al hombre.

Así, por ejemplo, el Sr. Flores tergiversa totalmente la idea, que sí sostengo, en el sentido de que la izquierda chilena se vio forzada por los acontecimientos a entrar en una lógica –la del universalismo de los DD.HH.– de la cual ha intentado posteriormente, y esto no es menor, desprenderse (por ejemplo, ante casos como el de Cuba). Y sostengo también –la historia y la política reales suelen ser así– que no había otro camino: se trataba a esas alturas, después de una derrota histórica cuyas raíces y significado aún no han sido suficientemente pensados, de una posición legítimamente defensiva. Una posición análoga de alguna manera a aquella que los bolcheviques se vieron forzados a tomar en 1918 con la paz de Brest-Litovsk, ardorosamente defendida por Lenin no obstante entender que se trataba de una paz humillante. Y se puede admirar el férreo realismo político de Lenin  sin por ello dejar de entender que con este acto, la República de los Soviets, más allá de toda buena o mala intención, ingresaba al irreversible camino del “socialismo en un solo país”; de la hegemonía nacional y la geopolítica.

Por cierto, reconocer estos hechos cruciales, comprenderlos en la dureza de su lógica, requiere de una cierta fortaleza. Lo más fácil es acogerse a la lógica de la denegación, que tanto perturbó al Sr. Flores. Es decir, pretenderse inocente y buscar chivos expiatorios en los cuales concentrar la culpa: si A, B ó C son culpables, entonces somos todos inocentes. El anhelo de inocencia y los métodos inquisitoriales son, así, caras de la misma moneda.

No entro a analizar en detalle las acusaciones de este tipo que, con cierta innegable habilidad, el Sr. Flores va deslizando en su texto. Sólo me detengo en las menciones que hace a la Universidad Diego Portales. En la primera de ellas, la Universidad queda sibilinamente asociada a “los postulados de los Chicago Boys, […al]  Terror de Estado”. En la segunda, mi texto pasa a ser una suerte de emanación de esta ya demonizada institución. Pregunta el Sr. Flores: “¿Existe acaso la revisión de lo que significa, para el pensamiento, hablar y escribir desde una universidad privada en Chile? De momento, Eduardo Sabrovsky no dice nada de eso.”

Por cierto, en mis intervenciones respecto al tema de la universidades chilenas, varias de ellas publicadas en este mismo medio, he dicho mucho “de eso”, al poner énfasis en la necesidad de reflexionar acerca de las condiciones materiales de producción y circulación del conocimiento en el mundo contemporáneo. Pero éstas, para mal de los inquisidores, son globales. Así, la Universidad de Chile, en un proceso cuyos orígenes se podrían remontar a la Reforma del ’68, dejó de ser la “Universidad de Bello”, ligada sustantivamente a los intereses de la Patria, para pasar a ser una “universidad de la excelencia”, regida por indicadores de productividad e inserta en las redes crecientemente especializadas y mundializadas que constituyen la academia global de nuestro tiempo.

A mucho honor, soy académico de la Universidad Diego Portales desde hace una década y media. Durante estos años he tenido la suerte de participar en el proceso de constitución de una universidad a la altura de los tiempos: meritocrática, independiente, que reinvierte escrupulosamente la totalidad de su excedentes en fortalecer su trabajo académico. A la altura de los tiempos, lo enfatizo: tanto, por ejemplo, como la Universidad Autónoma de Barcelona.

Por cierto, la lógica inquisitorial es otra: la Universidad Diego Portales debe ser culpable. Sólo así nuestras “almas bellas” pueden frecuentar las aulas de la universidades del Hemisferio Norte sin que “eso” las perturbe; sólo así pueden conservar su tierna inocencia.

Que Dios las bendiga.

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