Masas descontroladas asaltan establecimientos y sustraen mercancías sin pagar. La sentencia, que podría provenir de una nota periodística sobre Estocolmo 2013, Bariloche 2012, Londres 2011 o Guayaquil 2010, constituye un reto al momento de pensar sobre los saqueos como protestas, disturbios o robos. Hay algo en todo caso seguro, la supuesta irracionalidad de los participantes es una observación que sigue gozando de amplia aceptación entre tomadores de decisión y formadores de opinión pública. Pero la majadería con que las multitudes son presentadas al modo de un aluvión zoológico, no debiera reconfortarnos. Desafiados, pues, a desarrollar explicaciones en vez de zoomorfismos, ¿qué lecciones comunica la experiencia urbana chilena sobre la violencia oportunista?
Los perpetradores: ¿siempre irracionales, todos plebeyos?
La pregunta del subtítulo se vuelve pertinente si volvemos la vista sobre Santiago, concluida la última batalla de la guerra civil. Más específicamente, invita a que recordemos la secuencia de destrozos reportados en decenas de hogares. Los registros de época nos hacen presumir que se trató de saqueos ajustados a fines. Aunque el guión varió de residencia en residencia, ¿podemos soslayar la participación patricia sobre lo que ahora entenderíamos como empresas destructivas? El sesgo de clase retorna como un espectro cuando nos detenemos en los detalles que rodearon, allá por 1920, el asalto a la Federación de Estudiantes y que tuvo lugar en plena Alameda. La duda se actualiza si volvemos sobre una realidad apenas escarmenada: los latrocinios revanchistas disparados a partir del 11 de Septiembre de 1973.
Pese a su aparente arbitrariedad, la secuencia de casos ayuda a hacernos dudar sobre la asociación saqueadores=sectores populares; también sugiere que hubo un momento, por pretérito que parezca, en que los saqueadores irrumpieron en viviendas particulares. ¿Se trata de experiencias irrepetibles, enteramente marginales? Aunque la pregunta quedará sin contestar, podemos encararla desde otro ángulo. A saber: los saqueos a viviendas por cuenta de pobladas imaginarias nutren toda clase de recuerdos y son un motivo siempre presente. Sobre dichas experiencias, anticipadas más que sufridas, es posible formular un juicio bastante categórico: el temor a padecer saqueos domiciliarios se mantiene más vigente que nunca. En otro capítulo que es necesario volver a estudiar, el miedo inoculado al saqueo inminente ha alcanzado intensos ribetes en diferentes coyunturas. Tras el terremoto del 2010, la autodefensa vecinal en el Gran Concepción y en puntos de Santiago, probó que se trata de un fenómeno que siempre admite nuevas instrumentaciones.
Más habituales que los latrocinios a viviendas particulares y menos que los sufridos por comercios, los desvalijamientos de recintos sin destino comercial podrían ayudarnos a entender por qué personas ordinarias efectúan saqueos y cuáles son sus (micro) motivaciones. Siempre para el Santiago del último lustro, la nómina de establecimientos que han sufrido menoscabos del tipo, es mayor que lo que presumiríamos e incluye parroquias, escuelas, consultorios, centros juveniles y bibliotecas. En casi todos los casos, se trata de recintos emplazados en zonas donde los atributos urbanos suelen ser poco significativos.
Pese a que no tiene sentido formalizar juicios taxativos, urge una explicación que intente relacionar el saqueo de la casa parroquial Santo Tomás con el desvalijamiento del Centro Juvenil Golda Meir. Aunque ambos tuvieron lugar en La Pintana, median entre cada acontecimiento más de dos décadas de distancia. La Pintana, uno de los mejores ejemplos de lo peor de la ocupación del espacio bajo la última dictadura, pareciera oficiar de supuesto explicativo a muchas de nuestras preguntas.
Llegado hasta este punto, el artículo pareciera insinuar que la geografía social del espacio puede ser una de las claves para entender la violencia oportunista que toma la forma de desvalijamientos a comercios. Pero, ¿qué nos dicen los análisis socio-espaciales sobre lo que para algunos es un problema y para otros una oportunidad? La pregunta obliga a un reconocimiento forzoso: pese a la profusión de videos en Youtube, sabemos poco y nada sobre un fenómeno multicausal que la justicia chilena terminó homologando a hurto en lugar no habitado. Lo que sí parece ser evidente, es que la sociedad que experimenta latrocinios con asiduidad, sufre el reforzamiento de antiguas estigmatizaciones. Es sobre las antiguas estigmatizaciones (y también sobre nuevas) que se construyen las culpabilidades sociales con o sin fallos judiciales de por medio.
En el cierre y aunque el saqueo pueda ser concebido como una respuesta legítima a injusticias acumuladas, cobra importancia preguntarse si la sociedad que egresa del saqueo es menos inequitativa que la precedente. En lo que podemos estar de acuerdo es que pareciera ser una pregunta omitida en ciertos ámbitos. Me refiero a círculos, cada vez más influyentes, donde los desvalijamientos son percibidos como una excelente oportunidad para la redistribución en vez de ser concebidos como una amenaza a la cohesión socio-espacial.
(*) Texto publicado en Red Seca.cl