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Megavotantes y minivotantes

Juan Guillermo Tejeda
Por : Juan Guillermo Tejeda Escritor, artista visual y Premio Nacional "Sello de excelencia en Diseño" (2013).
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El sistema segregado de espacio público favorece, cómo no, a los poderosos de siempre, y no hay que hacer muchos videos para percatarse de ello. Y lo mismo ocurre con el sistema electoral que desfigura el auténtico sentir de nuestra gente mediante hábiles trucos distritales, apoyándose en una regionalización de origen pinochetista que ha servido más que nada para segregar el espacio público y los servicios ciudadanos, alimentar caudillismos, mandar a las regiones candidatos urdidos en Santiago, destruir la educación pública, y esas cosas son todas muy malas.


Para poner un caso, el senador Patricio Walker de Aysén salió elegido con 11 mil votos (11.293 para ser exactos). Él es hermano del también senador Ignacio Walker, y del diputado Matías Walker, y lo mandaron desde su partido y coalición a esa zona. Antes representaba a Coquimbo como diputado. Es tan coquimbano como aysenino como santiaguino, un todoterreno. En Aysén, como en todas las demás circunscripciones eligen a dos senadores, el otro es el senador Horvath, que sacó 14 mil.

Guido Girardi, en cambio, necesitó 360 mil votos (exactamente 360.770) para ser elegido senador por Santiago Centro. Más allá de las simpatías que pueda sentir uno u otro por este combativo parlamentario, no cabe duda de que su cargo de senador por Santiago Centro necesitó treinta y dos veces más votos que el de senador por Aysén.

Es más sencillo desembarcar desde la capital en una región, repartir cosas, hacer promesas, conseguir un puente o un policlínico, saludar a muchas señoras, etc. y arrejuntar once mil votitos, que mover a una masa de un tercio de millón de personas para que vayan a votar por uno. Esto es si pensamos en los esfuerzos que cada uno de estos políticos necesita desplegar para llegar al Senado.

Pero miremos el tema no desde los esfuerzos de los políticos sino desde la dignidad de las personas que votan. Las cifras nos muestran que un votante de Aysén estaría pesando 32 veces más que uno de Santiago. Es un votante robustizado golden rock, un megavotante. Vivir en la Región Metropolitana hace en cambio de cualquier votante una 32/ava parte de un votante de otras regiones, una miseria electoral, una pistucia ciudadana. Como la tercera parte de los chilenos vive en Santiago, cosa que puede estar mal o bien o muy regular, lo que sea, ocurre que esa tercera parte del país está con sus derechos cívicos muy recortados, deprimentemente adelgazados. Y es en los núcleos urbanos donde la gente suele ser más progresista, menos cerrada a los cambios.

[cita]El sistema segregado de espacio público favorece, cómo no, a los poderosos de siempre, y no hay que hacer muchos videos para percatarse de ello. Y lo mismo ocurre con el sistema electoral que desfigura el auténtico sentir de nuestra gente mediante hábiles trucos distritales, apoyándose en una regionalización de origen pinochetista que ha servido más que nada para segregar el espacio público y los servicios ciudadanos, alimentar caudillismos, mandar a las regiones candidatos urdidos en Santiago, destruir la educación pública, y esas cosas son todas muy malas.[/cita]

La soberanía (capacidad del pueblo de darse gobierno) del país, según nuestra Constitución, reside esencialmente en la Nación, lo que es una frase algo misteriosa. Pues bien, hay una parte del pueblo chileno o de la nación chilena que tiene hoy más soberanía que otra. Hay ciudadanos con menos capacidad de representación que otros, según la región donde vivan. Todos los votos son iguales pero, como diría Orwell, hay votos que son más iguales que otros. O que son muchísimo más voluminosos que otros.

No puede haber, en verdad, no debiera haberlos, votos que valgan más. No es aceptable que un votante cuente treinta y dos veces menos que otro, y eso es lo que actualmente ocurre con la astuta repartición de cargos, distritos y circunscripciones de nuestro viciado sistema electoral binominal. Se trata de un agravio comparativo, y de una sustracción de derechos que se transfiere a otros ciudadanos. Los ciudadanos tenemos por definición los mismos derechos.

Se dice que esta disparidad, este desorden en el sistema de representación, es debido a que sería preciso compensar a las regiones, siempre privadas, se dice, de sus derechos. Ocurre, sin embargo, que las regiones, a diferencia de los ciudadanos, no son sujetos de derechos sino divisiones administrativas del país. Mañana podría haber más o menos regiones, o podría suprimirse una o dividirse otra, como ha sucedido, cosa más difícil de hacer en caso de las personas. Lo que justamente irrita a la gente que vive en regiones es que sus derechos ciudadanos, los de ellos como personas, se ven limitados por una política centralista. En nuestro país hasta las calles la pavimenta un Ministerio que toma las decisiones en Santiago. Pero las vías legítimas de afirmar sus derechos ciudadanos y sus derechos sociales son, para quienes viven en regiones, todas aquellas que no impliquen debilitar otros derechos básicos de otros chilenos, agobiados quizá por sus propias cuitas.

Por ejemplo, en Vitacura el entorno público es de nivel europeo o norteamericano, aceras amplias, zonas verdes generosas, gran palacio municipal de mármol de Carrara, y ello es porque la asignación de recursos para las municipalidades no se hace de manera equitativa. Los niños y ancianos, como los demás ciudadanos de Vitacura, disfrutan de un gasto municipal de unos 900 mil pesos por habitante al año. En cambio en Nueva Imperial el gasto es ocho veces menor, de unos 116 mil, y eso que allí hay muchas más necesidades.

Tenemos, pues, espacios públicos que son no el doble de mejores que otros, sino diez veces mejores y más equipados. Y votos que valen treinta y dos veces menos que los de otros ciudadanos. Algo está mal en nuestro funcionamiento, o sea, muy mal.

La manera de equilibrar el país y disminuir el malestar no es quitar derechos a unos apara darlos a otros, sino tratar de mantener el criterio de igualdad de derechos ciudadanos para todos.

El sistema segregado de espacio público favorece, cómo no, a los poderosos de siempre, y no hay que hacer muchos videos para percatarse de ello. Y lo mismo ocurre con el sistema electoral que desfigura el auténtico sentir de nuestra gente mediante hábiles trucos distritales, apoyándose en una regionalización de origen pinochetista que ha servido más que nada para segregar el espacio público y los servicios ciudadanos, alimentar caudillismos, mandar a las regiones candidatos urdidos en Santiago, destruir la educación pública, y esas cosas son todas muy malas.

No debería haber, por respeto a la democracia, ni megavotantes ni minivotantes, sólo votantes. Cada parlamentario debería ser elegido con una suma relativamente similar de sufragios, no tan disparatadamente disímil. Tampoco corresponde, por humanidad, que haya espacios públicos de luxe ni espacios públicos degradados, lo sensato es que tengamos espacios públicos dignos para todos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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