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No es el lucro, es la privatización Opinión

No es el lucro, es la privatización

Pablo Torche
Por : Pablo Torche Escritor y consultor en políticas educacionales.
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La eliminación del lucro es tan importante porque tiene por propósito disminuir la privatización y fragmentación de nuestra sociedad; porque persigue, a la larga, crear un país menos dividido, más integrado; porque nos obliga, por último, a hacer del Estado el punto de encuentro en que todos debemos negociar la educación que queremos para Chile.


La prohibición del lucro en la educación –una de las principales medidas de la reforma educativa–, ha estado rodeada de un arduo debate. ¿Es el lucro positivo o negativo para la educación, favorece o dificulta el logro de los objetivos educativos, está bien que se elimine o debe mantenerse? A partir de la respuesta que se entrega a estas preguntas, la medida tiene ardientes defensores y furiosos detractores, lo que parece legítimo y hasta constructivo en un contexto democrático.

Lo que no resulta tan constructivo es el carácter del debate, que se ha desenvuelto principalmente dentro de los márgenes estrechos de la tecnocracia académica, orientándose a establecer si los colegios con lucro obtienen mejores o peores resultados que los colegios sin lucro. Pareciera que sólo si se demuestra una verdad inapelable, en uno u otro sentido, tendremos derecho a favorecer, como país, una y otra opción: el sistema educacional, y la sociedad, a merced de lo que nos digan las frías cifras de los estudios “empíricos”.

Pero las cifras, como ya es costumbre, no dicen nada concluyente o, más bien dicho, dependen curiosamente de la visión política del investigador. Académicos vinculados a la derecha suelen encontrar que el lucro no afecta a la calidad de la educación, o puede incluso favorecerla. Investigadores asociados al gobierno encuentran “empíricamente” justo lo contrario.

[cita]Un sistema educacional sin lucro significa en el fondo decidirnos a buscar, como sociedad, los consensos fundamentales para construir un proyecto educativo que nos represente a todos, que dé cabida a todos los chilenos. Significa también atrevernos a generar un espacio educativo en el que los chilenos nos podamos integrar y encontrar (con las dificultades que esto implica) y no uno como el actual, en que damos por desechada esta posibilidad y preferimos, en cambio, construir un colegio distinto para cada gusto y cada grupito.[/cita]

Sólo el fin de semana, en La Tercera, se presentó un ejemplo más de este interesante devenir empírico, en las plumas de Sylvia Eyzaguirre, a favor del lucro, y Gregory Elacqua, en contra. Como sucede siempre, ambos autores esgrimían con propiedad investigaciones “empíricas” que respaldaban sus propias visiones contrapuestas. La única diferencia en esta ocasión (anecdótica, debo reconocerlo) consistía en que una de las investigaciones citadas por Eyzaguirre a favor de su argumento era precisamente un trabajo realizado por Elacqua hace algún tiempo –trabajo que Elacqua se abstenía muy bien de mencionar en su columna, de más está decirlo–.

Mirado en perspectiva, todo este debate técnico resulta en verdad un poco insulso, a la luz de las grandes reformas educativas que el país se ha puesto como desafío. En efecto, ¿qué importancia puede tener que un colegio que lucra obtenga un par de puntitos más en el Simce que uno que no lucra? (controlando por nivel socioeconómico, escolaridad de los padres, y hasta equipo de fútbol si se quiere). Todos sabemos que hay colegios sin fines de lucro que funcionan muy bien y otros que lo hacen muy mal, y lo mismo ocurre con colegios que lucran. Sería mezquino, y hasta miope, pensar que una medida de este tipo tiene por objeto aumentar marginalmente un indicador específico de calidad. Por otro lado, es también ingenuo pensar que la supresión del lucro va a favorecer automáticamente la calidad de un colegio, menos aún de un sistema educacional en su conjunto, ésta depende de miles de otros factores. En este sentido, reconozco hidalgamente que concuerdo con Sylvia Eyzaguirre, en el sentido de que hay una enorme heterogeneidad de establecimientos, la cual no es reductible a una u otra variable específica.

Las razones de fondo para la eliminación del lucro no pueden reducirse a ciertos objetivos técnicos estrechos, como aumentar un poco el Simce o cualquier otro indicador aislado de calidad. (En general, no es bueno construir política pública a partir de un compendio de medidas dispersas, porque algún paper académico ha “demostrado” que es eficiente). La eliminación del lucro plantea un dilema mucho más profundo, que se relaciona con la disyuntiva de seguir privilegiando un sistema educacional crecientemente privatizado, gestionado en términos de mercado para satisfacer la demanda de los apoderados/consumidores o, si tomamos la decisión de ponernos de acuerdo como sociedad, para construir en conjunto un sistema educacional en el que participemos todos, que nos refleje a todos y nos deje satisfechos a todos.

En este sentido, la propuesta de eliminar el lucro adquiere un sentido profundamente político, que debería relevarse con más fuerza. Ya que no se trata simplemente de obtener una ventaja eficientista o de impedir que un privado obtenga ganancias con recursos públicos (otra ventaja técnica menor, aludida con frecuencia, incluso por el Mineduc); se relaciona más bien con el tipo de país que queremos construir, con un sueño de sociedad.

Un sistema educacional sin lucro significa en el fondo decidirnos a buscar, como sociedad, los consensos fundamentales para construir un proyecto educativo que nos represente a todos, que dé cabida a todos los chilenos. Significa también atrevernos a generar un espacio educativo en el que los chilenos nos podamos integrar y encontrar (con las dificultades que esto implica) y no uno como el actual, en que damos por desechada esta posibilidad y preferimos, en cambio, construir un colegio distinto para cada gusto y cada grupito (especialmente –todo hay que decirlo– para los que pueden pagar más). Significa luchar por construir un sistema que no reproduzca las desigualdades, las diferencias, las burbujas y los bolsones de pobreza, sino que sea capaz de entregarle a cada niño lo mejor que el país puede ofrecer, sin importar su origen, apellido, recursos, región ni ninguna otra variable. Esta es la verdadera educación como derecho social. Significa, por último, confiar en que como sociedad podemos encontrar las motivaciones y el esfuerzo necesario para construir un sistema educacional de excelencia, aun sin los motores de la competencia y la ganancia personal.

Esto es ortodoxia en muchas partes del mundo (la mayoría en realidad), pero aun así es necesario hacer concebir ese sueño a la sociedad chilena, aun así es necesario convencer, encantar. Por eso es tan preocupante que esta dimensión del debate se mantenga en buena parte ausente de la discusión actual.

Es muy cierto, como señala un connotado teórico inglés, que no se le puede pedir a la educación que solucione todos los problemas de la sociedad. Sin embargo, parece lícito pedirle al menos que no los acreciente. La eliminación del lucro es tan importante porque tiene por propósito disminuir la privatización y fragmentación de nuestra sociedad; porque persigue, a la larga, crear un país menos dividido, más integrado; porque nos obliga, por último, a hacer del Estado el punto de encuentro en que todos debemos negociar la educación que queremos para Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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