Publicidad

Reforma educacional: ¿inteligencia o bondad?

Publicidad
Rodrigo Baño
Por : Rodrigo Baño Laboratorio de Análisis de Coyuntura Social (LACOS). Departamento de Sociología Universidad de Chile.
Ver Más

No es tan aventurado pensar que en esto de la reforma de la educación se puede encontrar el elemento de bondad estúpida como un antecedente para explicar muchas de las cosas que han sucedido. Es una exageración pensar que toda la gente sólo se orienta por la satisfacción de sus mezquinos intereses. También los hay buenos, hasta pueden ser la mayoría, aunque la bondad cargue con el peso de ser un poquito tonta.


«Cansado de tratar de ser inteligente, decidí ser bueno». Aproximadamente esto dice el personaje de una película muy antigua que no les voy a contar. Algo hay de eso: la bondad se asocia fácilmente con la tontera y la maldad con la inteligencia. Mientras todavía se conserva la expresión «llega a ser tonto de puro bueno que es», sobre el Diablo se suelen decir muchas cosas, pero no que es un idiota. Todo eso a propósito de la reforma educacional planteada por el Gobierno.

Los analistas, que somos todos a la hora de hablar mal, tratamos de entender ese camello que se construye y parcha de comité en comité, al tradicional ritmo de marchas, editoriales de prensa, sermones en la iglesia, cartas al diario, tertulias de vida social; así como al posmoderno ritmo de blogs, Twitter, WhatsApp, páginas de internet y todo lo que aguante el ciberespacio.

A estas alturas ya está claro que este gobierno no tenía ningún programa, plan ni proyecto sobre educación; tampoco tenía ninguna idea. El gobierno anterior también careció de todo eso cuando definió a la educación como un bien de consumo y se empeñó en dar o prestar plata a los pobres para que la compraran en el supermercado. Los analistas malpensados, entran en sospechas, escuchan maullar, huelen a manipulación y engaño; aquí hay gato encerrado. Hay un plan oculto, un contubernio en las sombras que hay que mantener en secreto para que pueda realizarse.

[cita]No es tan aventurado pensar que en esto de la reforma de la educación se puede encontrar el elemento de bondad estúpida como un antecedente para explicar muchas de las cosas que han sucedido. Es una exageración pensar que toda la gente sólo se orienta por la satisfacción de sus mezquinos intereses. También los hay buenos, hasta pueden ser la mayoría, aunque la bondad cargue con el peso de ser un poquito tonta.[/cita]

En la demagogia cotidiana se acostumbra a lanzar el anatema de «¡ideología!» para condenar al que no reconoce la verdad mía. Pero la ideología es poca cosa, a lo más un disfraz para ocultar los intereses, que son lo que verdaderamente cuenta, porque es lo que explica la maldad que se desarrolla a través de contubernios, cálculos perversos encaminados al engaño, sigilosos planes ocultos, distracciones estudiadas, inventos para desviar la atención.

Cuando se descubre tanta maniobra secreta para defender los intereses, como los ingenios de La Polar para estafar a sus clientes, o la colusión de las farmacias para encarecer los remedios, o el acuerdo de los pollos para fornicar menos y subir los precios, se empieza a dudar de esa buena fe que se presume pero no se asume. Cuando empiezan a desaparecer los cajeros automáticos y se desata una frondosa campaña publicitaria promocionando el uso de Redcompra para pagar, nadie cree que es una casualidad. Pronto algunos se enteran que por el uso de tarjetas Redcompra las instituciones financieras dueñas del sistema cobran entre 2% y 6% de la venta al comercio, el cual, naturalmente, la traspasa al cliente; negocio redondo y son muchos millones. Parece que es sólo cuestión de escarbar un poco: quizás las campañas del terror contra el sol sólo tienen como objetivo la venta de toneladas y toneladas de bloqueadores solares o las facilidades para el robo de cajeros automáticos se relacionen con el negocio de las compañías aseguradoras.

En estas condiciones, los malpensados pueden malpensar que el camello de reforma educacional no es tan inocente, que los balbuceos de un ministro no son casuales, que la estrategia de partir por el negocio inmobiliario no es una equivocación, que el olvido de la educación pública no es un problema de amnesia. El malpensado puede malpensar que todo está perfectamente diseñado para defender y proyectar los intereses de los interesados, mejorando los negocios y ganando por cansancio la batalla de las calles para restaurar el buen orden. El malpensado cree en teorías conspirativas de los poderosos y duda de la sinceridad y las buenas intenciones. Todo estaba fríamente calculado.

Sin embargo, se está menospreciando el enorme potencial de estupidez que tenemos los humanos. Hay que darle muchas vueltas para encontrar inteligencia en el lanzamiento del Transantiago, tan parecido a la original idea implantada hace muchos años, cuando a un gobernante se le ocurrió prohibir todos los letreros en la locomoción colectiva y de la noche a la mañana aparecieron las micros con un solitario número y más nada. Es cierto, luego salieron emprendedores a vender unos cuadernillos donde se indicaba el recorrido de cada número, pero que se haya hecho para facilitar ese negocio resulta raro. También es raro imaginar la inteligente maldad que hay detrás de dejar un poste de cemento en medio de la calle o la astucia de comprar buses donde venerables señoras tienen que transformarse en alpinistas para trepar a un asiento o pavimentar una calle y después romperla para poner los cables.

De manera que no es tan aventurado pensar que en esto de la reforma de la educación se puede encontrar el elemento de bondad estúpida como un antecedente para explicar muchas de las cosas que han sucedido. Es una exageración pensar que toda la gente sólo se orienta por la satisfacción de sus mezquinos intereses. También los hay buenos, hasta pueden ser la mayoría, aunque la bondad cargue con el peso de ser un poquito tonta.

Dado el auge de la diversidad, es posible que en la reforma de la educación participen sujetos muy distintos. Entre ellos es probable que haya astutos defensores de sus intereses, pero también hay que reconocerles sus méritos a las buenas intenciones y a esa estupidez que es tan nuestra.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias