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Simce: evaluación de mercado

Maya Fernández
Por : Maya Fernández Ministra de Defensa
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La idea del diseño que se realizó durante la dictadura, era que si el sistema escolar se comportase como si fuese un mercado, mejoraría su calidad y eficiencia. Se creía que si las instituciones educativas competían se iba a generar el ciclo virtuoso de la permanente mejoría, ya que las menos elegidas, las que tienen peores resultados en el Simce, finalmente cerrarían por la sencilla razón que ninguna familia las elegiría para sus hijos. Nada de eso ocurrió.


El objetivo de la reforma educativa es mejorar la calidad para todos los estudiantes del sistema público. Con ello me refiero tanto a los establecimientos municipales como a los particulares subvencionados. Para lograrlo, es preciso dejar de concebir a la educación como un bien de mercado para entenderlo como bien público, porque el problema principal de estructurar el sistema educativo público bajo la lógica del mercado es su ineficiencia social. Como bien público es importante que todos los niños y niñas tengan una educación pública de calidad, ya que el mercado no lo hace, debido a que selecciona a los que tienen los recursos para acceder a la adquisición del bien, excluyendo a aquellos que no lo tienen.

La prueba Simce juega un rol fundamental en la estructura del actual modelo basado en la lógica de mercado. Para entender al Simce como un pilar del mercado, es importante remitirse a sus orígenes y principios inspiradores que conllevaron la creación de este instrumento. La Prueba surgió en plena dictadura de Pinochet, con el declarado fin de constituir una señal para que las familias pudiesen elegir el establecimiento para sus hijos. Así entendido, el mercado de la educación pública se constituye con una oferta que es provista por instituciones públicas como son los municipios y particulares. Para orientar la demanda, los resultados del Simce funcionan como el equivalente del precio, es decir, del valor que tiene el producto. De esta forma, sus resultados son un elemento clave en la mantención del mercado educativo, ya que es el indicador del “precio” del producto.

La idea del diseño que se realizó durante la dictadura, era que si el sistema escolar se comportase como si fuese un mercado, mejoraría su calidad y eficiencia. Se creía que si las instituciones educativas competían se iba a generar el ciclo virtuoso de la permanente mejoría, ya que las menos elegidas, las que tienen peores resultados en el Simce, finalmente cerrarían por la sencilla razón que ninguna familia las elegiría para sus hijos. Nada de eso ocurrió.

[cita]La idea del diseño que se realizó durante la dictadura, era que si el sistema escolar se comportase como si fuese un mercado, mejoraría su calidad y eficiencia. Se creía que si las instituciones educativas competían se iba a generar el ciclo virtuoso de la permanente mejoría, ya que las menos elegidas, las que tienen peores resultados en el Simce, finalmente cerrarían por la sencilla razón que ninguna familia las elegiría para sus hijos. Nada de eso ocurrió.[/cita]

Evaluar las consecuencias de estructurar el sistema educativo público bajo las lógicas del mercado sin duda es un tema de debate y análisis, solamente quisiera destacar la consecuencia que me parece la más grave: la segmentación social.

Creo que el sistema educativo público es por excelencia la instancia de integración social, donde todos los niños y niñas del país tengan la posibilidad de acceder a un nivel que los habilitará para desarrollarse como personas en la sociedad. Cuando se tiene un sistema basado en la competencia entre actores escolares cuya herramienta principal es la selección de sus estudiantes, se deja de cumplir con este objetivo. El sistema está hecho para que algunas escuelas concentren los mejores resultados Simce y otras los peores, con lo cual se profundiza la segmentación social del país y le fallamos como sociedad a buena parte de nuestros niños y jóvenes al no entregarles una educación de calidad.

Los efectos de la prueba Simce en las comunidades educativas se han hecho más evidentes este último tiempo, en la medida que las evaluaciones se ampliaron dramáticamente. Hoy las escuelas estructuran su trabajo en función del ritmo febril que les impone la aplicación anual de 17 pruebas Simce, dado en gran medida por las importantes consecuencias que los resultados tienen para las escuelas.

A partir de la preponderancia de esta prueba, muchas escuelas han optado por acortar el camino para incrementar su puntaje. Es así como la experiencia educativa de muchos niños se ha empobrecido, acortándose las horas de asignaturas que no son medidas (artes, música, filosofía, etc.), pero también porque las formas de enseñar y aprender se han ido ajustando a los tipos de preguntas Simce. Esto ha generado agobio en los docentes, en los estudiantes y en sus familias.

La existencia de ganadores y perdedores en esta carrera por obtener buenos puntajes en la prueba Simce ha profundizado la tendencia histórica a la segregación social y académica de nuestro sistema educativo. Mientras que el resto de los países avanzaba en integración e inclusión al incorporarse sectores sociales postergados, en Chile la masificación educativa operó seleccionando, expulsando y segregando.

Académicos, actores escolares, estudiantes y familias han manifestado públicamente su demanda por corregir de raíz los negativos efectos que está teniendo la prueba Simce sobre las instituciones educativas. Creo que es prioritario acabar con el actual test para elaborar como país un sistema de evaluación que sea legítimo, orientado al logro de la calidad, útil para las escuelas y coherente con la educación como derecho social.

El grupo de tarea convocado por la Presidenta Bachelet tiene la importante misión de reformar el sistema de evaluación. Próximamente comunicarán sus propuestas al Ministerio de Educación, y esperamos que éstas supongan avanzar en la construcción de un sistema de evaluación para una educación concebida como un derecho social.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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