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La crisis de representación política y el refugio en las redes sociales digitales

Sebastián Massa
Por : Sebastián Massa Cientista Político y Diplomado en América Latina, Desarrollo y Cultura: Desafíos de la Globalización.
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Reconociendo su potencial, su importancia como configuración de opinión pública y espacio de refugio, las redes sociales digitales también pueden ser vistas como un “producto” más de mercado. Por lo tanto, el desafío está en saber distinguir los tipos de usos que pueden tener y los fines que es posible alcanzar con ellas. Del mismo modo, el debate debería ahora encaminarse a la posibilidad de conciliar estas nuevas formas de participación política con los principios clásicos de la representación tradicional.


Quienes provienen del mundo de las Ciencias Sociales sabrán que es innegable el potencial que han estado teniendo las redes sociales digitales (Facebook y Twitter, entre las más conocidas) en la configuración de la opinión pública en Chile. Pero incluso más, la importancia que han tenido las redes sociales digitales como espacio de construcción identitaria y refugio de presión social. No es menor que el país tenga la mayor cantidad de usuarios registrados en Facebook (aproximadamente 10.800.000, es decir, más de la mitad de los habitantes del país) y que entre el 50 y 75% de lo que está despierto una persona, un 30% lo pase frente a una pantalla. Experiencias pasadas en Chile y a nivel internacional han existido por doquier: Patagonia Sin Represas, Alza del Gas en Magallanes, Salvemos Punta de Choros, demandas del Movimiento Estudiantil, Greenpeace, #Yosoy132 México, #Movimiento15M España, #OccupyWallStreet, Primavera Árabe, etc.

Algunas disciplinas ya han estado preocupándose sobre dichos asuntos: a) la Psicología Social, que apunta a los vínculos socioemocionales, a la satisfacción de las necesidades del Yo, a la formación de hábitos e interacciones, a una expulsión de catarsis individual y reafirmación de las opiniones aprobadas por el núcleo inserto en la red; b) la Sociología, mediante el estudio de los comportamientos disruptivos de protesta social, los cambios de los patrones identitarios en la sociedad tras el auge de las nuevas tecnologías de la información y comunicación (TIC’s) y las nuevas características que asume la sociedad debido a la influencia (tanto positiva como negativa) de la tecnología; c) la Ciencia Política, intentando develar los comportamientos de los actores, las nuevas relaciones entre tecnología/política y finalmente las nuevas formas de participación política, a la luz del contexto marcado por la crisis procedimental en la cual está subsumida la democracia liberal representativa chilena. Es desde este punto donde quisiera comenzar la reflexión.

[cita] Reconociendo su potencial, su importancia como configuración de opinión pública y espacio de refugio, las redes sociales digitales también pueden ser vistas como un “producto” más de mercado. Por lo tanto, el desafío está en saber distinguir los tipos de usos que pueden tener y los fines que es posible alcanzar con ellas. Del mismo modo, el debate debería ahora encaminarse a la posibilidad de conciliar estas nuevas formas de participación política con los principios clásicos de la representación tradicional.[/cita]

Tras la incapacidad de las reglas del juego democrático para atender, captar y canalizar las demandas o disposiciones, las personas se dan cuenta que es posible prescindir de las mediaciones institucionales (distanciándose de los partidos políticos y sus representantes) y encontrar una fiel alternativa de “representación” en una red social digital que le permitirá influir en el espacio público, desterritorializando su demanda para hacerla virtual y transformándose en un vigilante de todas las actuaciones políticas que atenten contra su propia ética.

Lo anterior no significa tampoco que haya un rechazo absoluto a las formas tradicionales de involucramiento con los asuntos públicos (marchas, protestas, boicots o tomas, entre otras), sino que existe una práctica dual o híbrida que, eso sí, está privilegiando paulatinamente la preeminencia de la esfera virtual. Ejemplos de ellos abundan cuando se navega por una red social digital: usuarios comunes y corrientes realizando un podcasting (publicación de audios, videos e imágenes) que alteran una cierta “sensibilidad social virtual”, conformándose muchas veces estallidos digitales que pueden eventualmente tener una resonancia sin precedentes en la opinión del público (efecto bola de nieve). Esta alteración pareciera que lograría en primera instancia galvanizar socialmente, es decir, despertar emociones y sentimientos de aquellos(as) que por sí solos(as) no están dispuestos(as) a realizar.

Sin embargo, si bien es cierto que las redes sociales digitales sirven como refugio, al mismo tiempo pueden ser susceptibles o proclives a caer en un estado mucho más apático con la política tradicional (“por la comodidad de no moverse de su silla”) y ser vistos más como “consumidores” que ciudadanos de derechos y deberes. En un momento donde se privilegia más la imagen por sobre la palabra (muchas teorías y enfoques han dado cuenta de ese fenómeno), la opinión pública puede tornarse mucho más fácil de manipular por aquellos(as) que pueden movilizar efectivamente sus “recursos”. En ese sentido, no es menor que la comunicación política se transforme más en marketing político que en un discurso racional-deliberativo, hablando en clave de “consignas” y no como una discusión sobre qué es lo que se quiere tener como sociedad. Lo mismo sucede con la “clase política”, que agota su comunicación a una estrategia de branding, posicionando X palabra con una identificación clara y digna de ser recordada. O simplemente el fenómeno “cuantitativo” de la información circundante en las páginas por las cuales navegan las personas sin ni siquiera detenerse a leerla (“se comparten solamente los titulares”). En suma, la opinión pública formada en las redes sociales digitales es más versátil, dada la vorágine de información que circula diariamente. Muchas veces esto puede transformarse en un problema de racionalidad política, en el sentido de no saber cómo decidir y qué pensar sobre algo.

En consecuencia, reconociendo su potencial, su importancia como configuración de opinión pública y espacio de refugio, las redes sociales digitales también pueden ser vistas como un “producto” más de mercado. Por lo tanto, el desafío está en saber distinguir los tipos de usos que pueden tener y los fines que es posible alcanzar con ellas. Del mismo modo, el debate debería ahora encaminarse a la posibilidad de conciliar estas nuevas formas de participación política con los principios clásicos de la representación tradicional.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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