
Del Caso Penta al Caso Caval: todos somos Dávalos
Todos somos Dávalos en nuestra sociedad hipercapitalista, guiados exclusivamente por nuestros intereses privados, por el deseo insaciable de tener más –sacralizado bajo la lógica que ampara a la codicia individual como única motivación posible del ser humano– y sin importar a qué costo.
En el mejor de los mundos, el Caso Penta revela un sistema de financiamiento ilegal de las campañas de parlamentarios UDI, a cambio, obviamente, de injerencia en sus decisiones políticas. En el peor, la UDI entera adquiere la forma de un partido instrumental de los poderes fácticos, una mera fachada construida para defender los intereses de los dueños del capital, y perpetuar un sistema que beneficia principalmente a unos pocos.
Probablemente la realidad esté en algún lugar intermedio entre estos dos puntos. Un lugar hecho de encuentros sociales en casas del barrio alto, tallas al pasar, pero cargadas de significado, en reuniones de directorio, conversaciones secretas y papeleos y firmas de contratos derechamente ilegales, efectuados en oficinas probablemente ornadas con crucifijos y altarcitos, a través de sociedades con el nombre de alguna santa. Un mundo hecho de conversaciones, sensibilidades y flujos de pensamiento que tal vez sólo pueda ser vertido fidedignamente a través de una novela, larga y multifocal, tipo Vargas Llosa, que los escritores chilenos acaso le debamos al país.
[cita]Actualmente, se pone el foco en una agenda pro transparencia, que regule la relación entre la política y el dinero. Ciertamente estas medidas son importantes, y pueden contribuir a acotar el problema. Pero no apuntan al tema de fondo. El tema de fondo se relaciona con una política que ha perdido su dimensión utópica, que ha dejado de encarnar el sueño de una sociedad mejor. Si no se recupera eso, difícilmente una agenda pro transparencia, por más extremas que sean las medidas técnicas que incluya, logrará revertir la desconfianza y frustración de la ciudadanía.[/cita]
En ambos casos la empresa Penta roba al Estado, por vía de la evasión de impuestos, cientos –quizás miles de millones de dólares–, mientras una gigantesca sombra de duda se extiende sobre los parlamentarios de la UDI, y del sistema político en su conjunto.
El caso no sólo promueve, sino que parece confirmar el temor de muchos, respecto de que la política es sólo una excusa para favorecer a los “poderosos de siempre”. La política se aleja de los ideales que pretende encarnar, de buscar el bien común y construir un país mejor, y se transforma así meramente en una acción instrumental, orientada a mantener el statu quo y beneficiar a grupos de poder determinados.
Si bien de naturaleza completamente distinta, el Caso Caval da cuenta de una falta de utopía similar. El hecho de que la nuera de la Presidenta y su propio hijo, estuvieran involucrados en un negocio millonario –aun cuando ni siquiera mediara la sospecha del tráfico de influencias–, extiende también la idea de que la política no se orienta a la búsqueda del bien común, sino más bien por el deseo de un beneficio personal.
Más allá del aprovechamiento de la derecha, muchos de cuyos miembros, desde la época de Pinochet, han construido sus fortunas personales a partir de “pasadas” como esta y mucho mayores, el Caso Dávalos refleja bien el país que hemos construido, y la moral (perdón por usar esta palabra, pero es la más adecuada para el caso) que nos gobierna. En cierta forma, todos somos Dávalos en nuestra sociedad hipercapitalista, guiados exclusivamente por nuestros intereses privados, por el deseo insaciable de tener más –sacralizado bajo la lógica que ampara a la codicia individual como única motivación posible del ser humano– y sin importar a qué costo. ¿A quién no le gustaría hacerse “una pasada” de este tipo, por 2 mil o 200 millones, o aunque sea 200 mil pesos? La fantasía del negocio individual ha colonizado demasiado rápido cualquier ideal o discurso colectivo, mientras que las ideas de servicio público y búsqueda del bien común han, literalmente, “pasado de moda” frente a la búsqueda de la ganancia individual, que es lo que “la lleva” ahora. En este sentido, el Caso Dávalos, aun cuando no hubiera habido reunión con Luksic ni se comprobara tráfico de influencias, refleja bien el movimiento de la política, que deja atrás idealismos y utopías, en pro de un deseo individual que lo devora todo, como la adicción del jugador de cartas.
Actualmente, se pone el foco en una agenda pro transparencia, que regule la relación entre la política y el dinero. Ciertamente estas medidas son importantes, y pueden contribuir a acotar el problema. Pero no apuntan al tema de fondo. El tema de fondo se relaciona con una política que ha perdido su dimensión utópica, que ha dejado de encarnar el sueño de una sociedad mejor. Si no se recupera eso, difícilmente una agenda pro transparencia, por más extremas que sean las medidas técnicas que incluya, logrará revertir la desconfianza y frustración de la ciudadanía.
La crisis de la política no es puramente “racional”, en el sentido de que se solucione con una tecnocracia determinada, de un signo o de otro. Se trata más bien de una crisis emocional, de “sentido”, que recupere para el discurso político la conexión con el sueño de una sociedad mejor, que permita también el surgimiento de personas mejores, a lo menos más integrales. Los escándalos de Penta y Caval, más que la ausencia de regulaciones y leyes determinadas –que probablemente después perjudicarán a los chicos y serán sorteadas por los poderosos–, reclaman la necesidad de construir una nuevo sentido de utopía para la política.
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