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Los hábitos y la industria de una eficiencia energética sin paradojas

Karla Vidal
Por : Karla Vidal Gerente de Investigación y Proyectos, ONG CEEDES, Antropóloga Social (U. Chile), Magíster en Medio Ambiente (Usach).
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Entonces ¿qué  hacer con la eficiencia energética y su paradoja? En primer lugar, entender que es un mecanismo de ahorro y producción energética porque la energía que se deja de ocupar (ahorro) se libera para ser usada (producción). Segundo, es un medio cuyo objetivo final es el dejar de ocupar energía lo más posible para el mismo bien o servicio que se requiere. Tercero, la eficiencia energética descansa en los hábitos y para  eso es importante educar en hábitos energéticos que permitan en el futuro adoptar comportamientos sustentables en el uso de la energía.


La eficiencia energética posee esa doble naturaleza que permite ahorrar energía al mismo tiempo que la produce, motivo por el cual se la usa como pilar en las políticas públicas y privadas de gran parte de los países e industrias, estas últimas especialmente a través de la Norma ISO 50.001.

Haciendo un poco de historia, los orígenes de la eficiencia energética datan desde la crisis del petróleo de 1973, cuando los países árabes integrantes de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) junto con Egipto, Siria, Túnez e Irán deciden no exportar crudo a los países que habían apoyado a Israel en la guerra que sostuvo este último contra Egipto y Siria a partir del 6 de octubre de ese año. Como ya está ampliamente documentado, esta situación generó una crisis económica mundial que llevó a los países, especialmente los desarrollados, a plantearse nuevas formas de sustituir este insumo energético. Las acciones y consecuencias fueron principalmente tres: inicio en el uso de energías renovables, inicio en el uso de energía nuclear y la implementación de programas de ahorro de energía.

Desde los programas de ahorro energético surgió el  concepto de uso racional de la energía bajo la idea de que la demanda energética era inducida por la demanda de servicios tales como iluminación, climatización, transporte, etc. Por tanto, si era posible entregar esos mismos servicios con menos energía, entonces el ahorro era en realidad otra fuente de obtención de energía que dependería, a su vez, de la modificación de los hábitos de consumo, el uso de equipamiento que funcionara con menos energía y mejoras arquitectónicas en viviendas y edificios. Esto generó una perspectiva tecnológica del uso racional de la energía que implicó el desarrollo y utilización de tecnologías energéticamente eficientes junto a un cambio en las prácticas en el consumo de energía.

[cita]Entonces, ¿qué  hacer con la eficiencia energética y su paradoja? En primer lugar, entender que es un mecanismo de ahorro y producción energética porque la energía que se deja de ocupar (ahorro) se libera para ser usada (producción). Segundo, es un medio cuyo objetivo final es el dejar de ocupar energía lo más posible para el mismo bien o servicio que se requiere. Tercero, la eficiencia energética descansa en los hábitos y para eso es importante educar en hábitos energéticos que permitan en el futuro adoptar comportamientos sustentables en el uso de la energía.[/cita]

Tras esta crisis, también se produjeron importantes cambios a nivel político-económico, como el quiebre del Estado de Bienestar, modelo de crecimiento adoptado desde 1945, emergiendo en su reemplazo el neoliberalismo basado en la economía de mercado, reforzado aún más por la segunda crisis del petróleo de 1979, provocada por la guerra entre Irán e Irak, luego de la revolución iraní a manos del ayatolá Jomeini. Las políticas neoliberales permitieron una globalización de la economía durante los ochenta sustentada en la competitividad de los países en los distintos mercados donde éstos estaban presentes, dicha competitividad se lograría a través de la baja en los costos de producción, siendo la energía parte de ellos. Este ejercicio neoliberal fue transformando el concepto de uso racional de la energía hacia el de eficiencia energética para inicios de los años noventa, ya que este último era más acorde a la expansión económica versus el de uso racional que connotaba una idea de racionamiento, contrario a la idea de expansión.

No obstante en este transcurso de corta vida, la eficiencia energética (antes uso racional de la energía) comenzó a develar una paradoja que Pedro Maldonado, asesor del PRIEN, hacía lucir en 2002 respecto de la poca visión de los usuarios al poner primero la inversión inicial sobre el total de la inversión total, es decir, fijarse cuánto costaba aplicar eficiencia energética al principio sin contabilizar cuánto se ahorraba y las utilidades que se podrían obtener en el período posterior a la implementación.

Lo que Pedro Maldonado mostraba era la paradoja de le eficiencia energética que en 2009 es descrita por Kevin Maréchal, profesor del Centro de Estudios Económicos del Medio Ambiente de la Universidad Libre de Bruselas de Bélgica, la cual resulta de la transformación de la eficiencia energética desde el medio que era a un fin. Esto es, que por buscar la reducción de energía a través de nuevos sistemas de ahorro, éstos pasaron a ser el objetivo final y la eficiencia energética se volvió un objetivo en sí mismo, dando paso a su encarecimiento.

Así, esta paradoja ocurre en la vida cotidiana cuando se desea construir, por ejemplo, un tipo de vivienda energo-eficiente porque el objetivo es usar menos energía y la eficiencia energética es el medio para lograr ello, pero al calcular los costos de esta vivienda resulta que es “más cara” que una vivienda sin construcción energo-eficiente, de modo que finalmente no se construye por su alto costo. Entonces, la investigación que hubo detrás para lograr fabricar materiales que permitan disminuir el consumo sin bajar la calidad de éste, en realidad se transformó en fabricación de materiales energo-eficientes por sí mismos, momento en que automáticamente se encarecen.

Y nuestra realidad nacional tiene su propia paradoja. Chile contaba desde 2005 con el Programa País de Eficiencia Energética y que a partir de 2010 se cambia por la Agencia Chilena de Eficiencia Energética (AChEE), con un presupuesto de $30.000 millones de pesos. Este presupuesto se reduce a un décimo para 2012, mismo año en que el gobierno del entonces presidente Sebastián Piñera publica la Estrategia Nacional de Energía 2012-2030: Energía para el futuro, cuyo primer capítulo está consagrado a la eficiencia energética y su importancia en el desarrollo energético de Chile, y por la cual se creó el Plan de Eficiencia Energética 2012-2020. Esta realidad no ha variado mucho, ya que si vemos el presupuesto para la AChEE en 2015, éste es un poco más y alcanza los casi $8.050 millones de pesos, considerando que existe la Agenda de Energía, un desafío país: Progreso para todos, publicada en mayo de 2014 y donde la eficiencia energética es uno de sus pilares fundamentales.

Por cierto, Chile ha tenido importantes avances y tiene comprometido para 2025 la obtención del 20% de energía a partir de la eficiencia y el presente año debe ver la luz la Ley de Eficiencia Energética, siguiendo así el camino de gran parte de los países de la OCDE, pero si no se destinan los recursos necesarios las palabras dedicadas en las propuestas energéticas del país quedan en solamente como bonitas intenciones.

Entonces, ¿qué hacer con la eficiencia energética y su paradoja? En primer lugar, entender que es un mecanismo de ahorro y producción energética, porque la energía que se deja de ocupar (ahorro) se libera para ser usada (producción). Segundo, es un medio cuyo objetivo final es el dejar de ocupar energía lo más posible para el mismo bien o servicio que se requiere. Tercero, la eficiencia energética descansa en los hábitos y para eso es importante educar en hábitos energéticos que permitan en el futuro adoptar comportamientos sustentables en el uso de la energía. Cuarto, dejar de mirar esta paradoja como tal y ver que el desarrollo tecnológico que demanda la eficiencia energética debe ser entendido como un área de investigación, desarrollo, implementación y venta de tecnología de ahorro energético, creando de paso una masa de capital humano avanzado y especializado en estas tecnología (ya existe en Chile la Asociación Nacional de Empresas de Eficiencia Energética –ANESCO–) y, por cierto, con la entrega de los presupuestos adecuados entendidos como inversión y no gastos. Y quinto, debe ser la base sobre la cual se organiza el sistema energético nacional para que una vez logrados todos los ahorros posibles, se organice en una segunda etapa la energía que se necesitará y de qué tipo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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