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Encontrarnos en el barro

Pablo Walker S.J.
Por : Pablo Walker S.J. Capellán del Hogar de Cristo
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Hoy el norte de Chile necesita ayuda, no asistencialismo. Necesita una compañía de largo plazo que ayude a reparar los vínculos. De ahí vendrán los puestos de trabajo digno, la responsabilidad medioambiental, la educación de genuina calidad, los liderazgos creíbles y el fortalecimiento de las organizaciones comunitarias.


Hoy Atacama se bate entre escombros y moscas; 28 personas fallecidas, 59 desaparecidos y más de 29 mil damnificados nos muestran la magnitud de la tragedia. Y aunque el barro haya querido sepultar vivo nuestro Norte, aunque el hedor de alcantarilla esté siendo demoledor, hay algo que el lodo no logra pudrir: la fortaleza de los vecinos que se organizan, la generosidad de los voluntarios que se movilizan, la sabiduría de los viejos que aprendieron de otras catástrofes mucho antes.

Porque descubrimos que es en la carencia cuando más nos reconocemos y es ahí cuando no tenemos nada más que el contar unos con otros, reconociéndonos como en un espejo, para el orgullo y para la vergüenza. Al caminar por el barro nos topamos con algo más que hedor, infecciones y ruinas: nos encontramos con semejantes. Otros que también han tenido miedo, que también sobrevivieron, que también se sintieron solos y que tampoco tienen ya la vida asegurada. Somos capaces de conectarnos sin puertas, rejas ni muros. Nos reconocemos en la necesidad común y podemos darle nombre al prójimo descubriéndolo como alguien parecido, de la misma especie que uno mismo. Porque las catástrofes dejaron al descubierto otra clase de desastres más sutiles y que habían estado esperando este momento para hacérsenos patentes: el desastre de no habernos conocido a tiempo, de haber estado encerrados en nosotros mismos, mucho antes de que la gran ola nos reventara.

Pasado el shock visualizamos que en las experiencias límites aparecen las preguntas del sentido… quiénes somos, qué valía la pena y qué no, qué fue digno y qué fue mezquino en medio de nuestra rutina. En cada catástrofe nos vemos desafiados a asumir los aprendizajes pendientes de la última tragedia. Se nos vuelve a acercar la muerte y la soledad, la pérdida del familiar más querido, la rabia, el anhelo de creer en Dios o de querer a otros sin sentir por ello alguna vergüenza.

[cita] Hoy el norte de Chile necesita ayuda, no asistencialismo. Necesita una compañía de largo plazo que ayude a reparar los vínculos. De ahí vendrán los puestos de trabajo digno, la responsabilidad medioambiental, la educación de genuina calidad, los liderazgos creíbles y el fortalecimiento de las organizaciones comunitarias.[/cita]

Por ejemplo descubrimos que el debilitamiento de los lazos le ha costado muy caro a nuestro país. Constatamos que el modelo del «ser amigo de los amigos», o del decir «no es problema mío» fue incapaz de defendernos frente al aluvión, el terremoto o el tsunami. Confirmamos que ante los desastres naturales lo único que nos sacó adelante fue la conciencia de un destino común y el cuidado compartido de una vida extremadamente frágil. Experimentamos que sólo nos protege la solidaridad en su sentido más verdadero, no «la adhesión circunstancial a la causa de otro» (como pésimamente la define el diccionario), sino la certeza de que no podemos sobrevivir si nos desligamos unos de otros.

Los ejemplos son muchos y es un dato de la evidencia: las villas y poblaciones más expuestas al dominio de los narcotraficantes han sido aquellas en las que cada vecino e institución se encerró en su estrecho grupo de interés. Si el sacerdote sólo se preocupó de sus feligreses y el comerciante sólo de sus clientes; si el profesor sólo se ocupó de sus alumnos y los carabineros sólo de su carrera funcionaria, todo el resto del territorio quedó entregado, como tierra de nadie, al depredador de turno. Si cada cual privatizó su destino creció por todas partes el especulador que transformó la vulnerabilidad en un buen negocio y la condición humana en la fábrica de la próxima catástrofe: el que envenenó las napas con relaves, el que vendió tres veces más cara el agua, el que vació los escombros en los cauces del río y el que vendió pasta base con la sola precaución de que no la fumara su familia.

Hoy el norte de Chile necesita ayuda, no asistencialismo. Necesita una compañía de largo plazo que ayude a reparar los vínculos. De ahí vendrán los puestos de trabajo digno, la responsabilidad medioambiental, la educación de genuina calidad, los liderazgos creíbles y el fortalecimiento de las organizaciones comunitarias. Necesitaremos acompañar los aprendizajes hechos, no sólo recuperar la infraestructura. Requerimos urgentemente movilizarnos para construir viviendas, para asegurar el acopio y la distribución eficaz de los insumos de primera necesidad; es cierto que necesitamos limpiar el barro, pero todo esto lo haremos mejor si aprendemos de lo que nos llevó al desastre.

Todo esto no es retórica: en el Hogar de Cristo lo descubrimos a diario y lo aprendemos de los más pobres entre los pobres. El ejemplo lo están dando las casi 11 mil personas que en la Región de Atacama viven en pobreza (por ingresos o multidimensionalmente, según CASEN 2013), que aparentemente «no tienen nada» pero se ofrecen ellos mismos a sus vecinos. De esa conexión de unos con otros se aprende a reconstruir distinto, si acompañamos espiritual y humanamente ese potencial descubrimos juntos un cuerpo y un alma común. Aprendemos, por ejemplo, de los acogidos del Hogar en la Hospedería de Copiapó que son voluntarios en las calles y las casas aplastadas por el lodo. Se ofrecen ellos mismos porque tienen algo valiosísimo que entregar: la conciencia de depender unos de otros y de no sentir vergüenza por ser comunidad. Los que han caminado por el barro desde antes de la catástrofe pueden dar testimonio de la capacidad de ser familia estando en medio del barro. ¿No es una oportunidad para escucharlos a ellos? Ello nos ayudará también a vivir distinto la prosperidad que anhelamos.

Por eso como Hogar de Cristo queremos quedarnos cuando la catástrofe ya no sea noticia. Lo haremos apoyando material y espiritualmente los aprendizajes del desastre natural, en esas villas y poblaciones, junto a sus vecinos y organizaciones. Aprendizajes de una dignidad diferente que Jesús nos mostró a través de su amigo el Padre Hurtado. Aprendizajes que son parte de la justicia reparadora, esa justicia que nos debemos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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