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La ética del trabajo

Felipe Ruiz
Por : Felipe Ruiz Periodista. Candidato a Doctor en Filosofía.
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Más de alguno conocerá el estudiado ensayo del sociólogo Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Como se sabe, el análisis emprendido en dicho estudio revela la intrincada conexión del ascetismo religioso con el espíritu del “emprendimiento” del capitalismo. Se busca probar que ciertos valores ligados al esfuerzo, el tesón y la acumulación del capital, tienen directa relación con la lógica de la “retribución” y satisfacción de la religión, plasmada en el “favor” de Dios hacia sus gentiles.

Pasado ya más de un siglo de la publicación de dicho estudio, es claro que nuestra sociedad ha cambiado, que los valores ligados son otros (definitivamente, seculares) y que, siendo así, la ponderación de la religión con relación al trabajo es diferente.

No obstante aquello, y aterrizando a nuestra realidad, es claro que subsiste una relación intrínseca entre ética y trabajo; respecto de dicha relación, en la labor diaria del “rendimiento laboral” prima en Chile la idea de que quien más trabaja tiene mayor altura ética que el que trabaja menos. El esfuerzo se confunde, de tal modo, con la ambición; quien se queda a trabajar después de la hora de salida, quien redobla su carga laboral, posee, según un credo popular, un espíritu de emprendimiento superior al resto.

[cita] La ética del trabajo traspasa las fronteras de las ideologías y los partidismos y deja en claro la alarmante generalización de los sentidos de vida que el neoliberalismo ha incubado en nuestra sociedad. Somos una  sociedad secular, es cierto, pero la imposición de la autoridad traspasa clases, grupos y subsectores de la sociedad, convirtiendo al sujeto trabajólico en un ejemplo del rendimiento del tiempo y de la economía.[/cita]

¿Con qué fin se realiza dicho proceso? Con la idea generalizada en nuestro país de que lo único que genera un sentido de vida individual es el trabajo. En lo personal, no tengo mayores ambiciones económicas, ni me interesa “acumular capital” (ahorrar) para un hipotético proyecto futuro. Si alguien quiere llegar más lejos –adquirir una casa en un barrio de los faldeos, por ejemplo–, no creo que exista nadie que quiera negarle ese anhelo. Pues bien, no creo que quien no tenga esa aspiración posea una ponderación ética “inferior” por “no querer superarse”.

La ética del trabajo traspasa las fronteras de las ideologías y los partidismos y deja en claro la alarmante generalización de los sentidos de vida que el neoliberalismo ha incubado en nuestra sociedad. Somos una  sociedad secular, es cierto, pero la imposición de la autoridad traspasa clases, grupos y subsectores de la sociedad, convirtiendo al sujeto trabajólico en un ejemplo del rendimiento del tiempo y de la economía.

Nadie se toma muy en serio el hecho de que la ética proviene de “ethos”, que quiere decir comportamiento. Es así como la ética del trabajo juzga más bien una conducta que un modo de pensar. El sujeto “proactivo” es un ejemplo en tal caso, y el buen empleado (del día, del mes o del año, tanto más da) resalta de la “media”.

Es de este modo que la ética del trabajo se instala en Chile como un comportamiento ideal ejemplar, en relación a la rúbrica de la productividad y del rendimiento. Los “trabajólicos” parecen poseer un don especial dentro del neoliberalismo. Y son un ejemplo a seguir, vengan del sector político que vengan o del grupo de la sociedad de donde provengan.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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