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1986: el martirio de Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas

Hernán Cuevas Valenzuela
Por : Hernán Cuevas Valenzuela Investigador VRIM, Universidad de Concepción (UdeC) Investigador y Miembro Fundador del del Grupo de Investigación Interdisciplinaria sobre Ciudades Portuarias (GRIICIP, UdeC) Investigador y Miembro Fundador del International Institute for Philosophy and Social Studies (IIPSS)
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En las últimas semanas hemos presenciado el retorno del trauma colectivo de las violaciones de los derechos humanos ocurridas en Chile durante la dictadura militar de Pinochet. A ello contribuyó en parte el quiebre del eufemísticamente llamado “pacto de silencio” que protegió por más de 29 años a los culpables del “Caso Quemados”, uno de los más horribles crímenes perpetrados durante la Dictadura. Asuntos como la violencia política de estado, la tortura, la responsabilidad moral de quienes condujeron la Dictadura (y de quienes colaboraron con ella), han vuelto a tener presencia en la agenda pública y en los medios. También se ha vuelto a discutir acerca de si debemos otorgar algún valor explicativo, legitimatorio, o exculpatorio al contexto histórico. Las preguntas fundamentales vuelven a irritar nuestra conciencia colectiva.

¿Cómo lograr una mayor justicia? ¿Cómo podemos crear las condiciones sociales para que se repare –en la medida en que ello es posible aún- el daño provocado y se prevenga mayor sufrimiento? Y, finalmente, ¿cabe responsabilizar moral y/o políticamente a las autoridades electas en la nueva democracia por del trato que se dio a las violaciones de los derechos humanos acaecidas durante la dictadura?

La experiencia internacional acumulada enseña que junto con el reconocimiento de la verdad, la aplicación de un castigo efectivo para los agentes, y la compensación real para con las víctimas, también es importante promover actos públicos de carácter simbólico que involucran en sí mismos alguna medida de reconocimiento social, reparación y memoria colectiva. En todas estas dimensiones se ha avanzado en Chile, aunque de manera insuficiente y desigual. Muchos sostienen que en la dimensión simbólica se ha progresado más que en justicia y reparación efectivas. Pero eso no quiere decir que en materia de reparación simbólica la deuda de la sociedad con las víctimas de las violaciones a los derechos humanos y sus familiares haya sido saldada. Permítanme un ejemplo que me parece muy pertinente.

En 1999 se inauguró en la estación de metro Universidad de Chile la segunda entrega del grandioso mural Memoria Visual de Una Nación, del artista plástico chileno Mario Toral. Pero las circunstancias de su instalación final e inauguración son poco conocidas. Por medio de una investigación que entonces conducía, descubrí por azar que el pintor Mario Toral y su equipo habían realizado un friso que representaba el horrible crimen perpetrado contra dos jóvenes manifestantes que la opinión pública conoce como el Caso Quemados. Toral había titulado su representación como “1986. El Martirio de Rodrigo Rojas y Carmen Gloria Quintana”. El friso, me informé entonces, estaba prácticamente concluido y formaba parte del diseño del panel Los Conflictos. Este extenso panel, que trata varios hechos de violencia representativos de la historia política republicana de Chile, se haya situado actualmente en el andén norponiente de la estación de metro Universidad de Chile. Pero el friso alusivo al Caso Quemados no forma parte de él.

[cita]  Hoy, gracias a una donación de Mario Toral, al menos podemos apreciar el boceto de “1986. El Martirio de Rodrigo Rojas y Carmen Gloria Quintana” en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Pero el friso prácticamente concluido, del que hay fotografías, no tiene un paradero de público conocimiento. ¿No es este un momento propicio para conocer todas las aristas de lo que ocurrió con este friso? [/cita]

En el diseño del panel, el friso alusivo al Caso Quemados habría ocupado el espacio inferior a la representación del golpe militar, titulado “1973. El Bombardeo de La Moneda”. En su lugar, apreciamos hoy un texto atribuido a Bertolt Brecht. Este elemento textual, en su asintonía con la representación visual que domina el mural, es una muda huella de la violencia simbólica que implicó el cambio en el diseño del panel. ¿Cómo se explica su retiro del diseño y reemplazo en su lugar por el texto de Brecht? ¿Fue por razones puramente artísticas? ¿O por un juicio de interpretación histórica? ¿O fue tal vez fruto de un cálculo político que evaluó su oportunidad y conveniencia?

Cabe destacar que la inauguración de la segunda entrega del mural Memoria Visual de Una Nación(1999) coincidía con la detención del dictador Pinochet en Londres (octubre de 1998 – marzo de 2000). Como se recordará, la detención del dictador reavivó las memorias colectivas que dividen a los chilenos hasta nuestros días. En mi interpretación, el friso “1986. El Martirio de Rodrigo Rojas y Carmen Gloria Quintana”, que no llegó a instalarse, habría representado no sólo el horrible crimen a que se refiere de manera literal (Caso Quemados), sino también al conjunto de las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la dictadura de Pinochet. Dos personas vinculadas a la realización del mural a quienes entrevisté durante mi investigación sostuvieron que, presumiblemente, la presencia de una representación pictórica del crimen perpetrado contra Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas habría activado un nuevo frente conflictivo en un momento en que se percibía que la reconciliación nacional se hallaba amagada.

Tal vez ya es momento que conozcamos a qué se debió este cambio en el diseño del panel Los Conflictos. Cabe también preguntarse si tuvieron alguna responsabilidad en esa modificación Metro S.A., el Presidente de su Directorio, MetroArte y las autoridades del gobierno de entonces.

Hoy, gracias a una donación de Mario Toral, al menos podemos apreciar el boceto de “1986. El Martirio de Rodrigo Rojas y Carmen Gloria Quintana” en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos. Pero el friso prácticamente concluido, del que hay fotografías, no tiene un paradero de público conocimiento. ¿No es este un momento propicio para conocer todas las aristas de lo que ocurrió con este friso? ¿No merecen las víctimas y familiares de las violaciones a los derechos humanos un lugar en la representación de nuestra memoria visual de los conflictos constitutivos de la historia de Chile? Por el momento, sólo contamos con la huella del friso ausente que se expresa por medio de la extraña presencia de un texto atribuido a Bertolt Brecht.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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