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Porque la Ciencia y la Tecnología también le Importan a Chile, ¿dónde estamos y hacia dónde queremos ir?

Mario Durán Toro
Por : Mario Durán Toro Director Científico, INGMAT Centro I+D
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Puntos de partida para una reflexión como esta puede haber muchos, pero, en este caso, hay uno inexcusable y es:  ¿qué modelo de desarrollo hemos consensuado para nuestro país? ¿Cuál es nuestro paraguas para crecer y ofrecer una mejor calidad de vida a nuestra nación? ¡No lo tenemos! No hay acuerdo; es más, la discusión al respecto parece más bien precaria. Se trata de un detalle, pero qué detalle. Hoy ese debate, si es que existe, está circunscrito a un número reducido, aunque poderoso, que ha logrado capturar las decisiones.

Mientras tanto,en el ámbito de la Ciencia y la Tecnología, la gran mayoría ve con preocupación cómo Chile pierde energía y tiempo por la ausencia de una Política de Estado en estas materias. Y ahora, con la inquietud a flor de piel, han comenzado a marchar frente a La Moneda porque la Ciencia y la Tecnología importan. Importan para la vida de doña Rosa, importan a los estudiantes, importan a los trabajadores, importan a la industria e importan para la cultura.

Instalada la democracia, pese a los enclaves de la dictadura cívico-militar, se estructuró una primera propuesta Científica y Tecnológica para Chile con sólidas bases en los bastiones de inteligencia criolla que logró subsistir y recrearse, resistiendo el embate totalitario y sombrío de la política impulsada hasta ese entonces.

Los bríos y la mística de tal movimiento, ¡que vaya sí los tenía!, perduró una década e hizo progresos mayores. A comienzos de la nueva centuria, científicos, académicos, algunos pocos profesionales de investigación y otros actores sociales y políticos, se reunieron en “Chile-Ciencia 2000”. Cónclave que marcó el comienzo de una nueva etapa, el relevo del periodo postdictadura con el Leitmotiv de pensar el futuro bajo el prisma del quehacer científico y tecnológico. Muchas ideas fluyeron, grandes proyectos se dibujaron en el mapa del tiempo y enormes aspiraciones en investigación tomaron formas concretas en los diversos campos del conocimiento y el proceder docto. Hasta ahí, todo bien en lo general y grandes anhelos se instalaron en la mente y el alma de las comunidades universitarias y de investigación.

¿Qué pasó en adelante? ¿Cómo es posible que académicos, investigadores y estudiantes sientan hoy tal grado de malestar y sensación de maltrato? ¿Qué hicimos mal para que parte importante de nuestros jóvenes se sientan desesperanzados? ¿Cómo llegamos a tener parte significativa de nuestra ciencia supeditada a financiamientos con fecha de término? ¿Por qué las universidades no han logrado consolidar sus planes de investigación y desarrollo de largo plazo? ¿Por qué la comunidad científica percibe desorden en la gestión de Conicyt? Y tantas interrogantes más.

Propongo que, a través de una visión política, nos adentremos en estas preguntas. Porque más allá del absurdo 0,35% del PIB para ciencia y tecnología, la cuestión de fondo en estas materias en el Chile de hoy es un problema político. Es decir, ausencia de un modelo ideológico para el acontecer y el devenir de la Intelligenza Chilena. Existen por cierto otros asuntos de la gestión cotidiana que opacan el acontecer, como por ejemplo los roces de competencia y desinteligencias recientes en Conicyt, la pertinencia del otrora llamado Programa de Becas Chile, sin embargo, el denominador común a estos asuntos, que inclina la balanza, es lo político.

Sustentamos esta afirmación, en lo principal, por la ausencia de un Modelo de Desarrollo Consensuado que sea transversal entre las fuerzas políticas democráticas y representativas de nuestro país. En efecto, de haber una acción política común y mancomunada, una visión de futuro del largo plazo compartida y una definición mayoritaria y sentida del concepto Progreso de Chile, se impondrían entonces otras prioridades para la nación. Esto, en términos de la sustentabilidad ambiental, económica y social, en términos de la conformación y calidad de su matriz productiva, en términos de su convivencia social, en término de la relación con –y entre– las regiones, en términos de su inserción en el mundo global, entre muchos otros aspectos.

[cita tipo=»destaque»]Más allá del absurdo 0,35% del PIB para ciencia y tecnología, la cuestión de fondo en estas materias en el Chile de hoy es un problema político. Es decir, ausencia de un modelo ideológico para el acontecer y el devenir de la Intelligenza Chilena.[/cita]

Consecuencia inmediata de lo anterior, sería la estructuración también de prioridades para el desarrollo científico y tecnológico del país, en el sentido más amplio de los conceptos anteriores. Áreas tan estratégicas y esenciales como minería, agua, energía, sociedad, seguridad, inmigración, manufactura, medio ambiente, modificaciones climáticas, etnias originarias, entre tantas otras, alcanzarían un ordenamiento y relato natural, y no estarían desatendidas como ocurre en la actualidad, dejadas a merced del mercado y de visiones e intereses particulares que imponen las reglas del juego, y sus orientaciones estratégicas, las que por lo general, no coinciden con los objetivos de la República.

Hay un imperioso sentido de urgencia. Asistimos una vez más, al fin de un ciclo de altos precios de nuestra principal fuente de ingresos: el cobre. Después de diez años de bonanza en los precios de este metal, es hora de preguntarnos si Chile en este periodo generó capacidades profesionales y madurez empresarial en minería e industrias afines. ¿Surgieron nuevos horizontes económicos y, por añadidura, nuevos espacios de cooperación internacional?, ¿aparecieron sinergias entre los diferentes actores de la economía nacional y entre estos y las universidades y centros de investigación?, ¿se creó conocimiento a través de la investigación científica y tecnológica que permita a Chile participar en las grandes ligas? Según las respuestas a estas interrogantes, sabremos las posibilidades reales de alcanzar la modernidad que tanto anhelamos.

¿Cuántos ciclos de altos precios le quedan a nuestro metal rojo? Difícil, y muy difícil decirlo, pero el avance de la tecnología en la recuperación de minerales (biolixiviación de súlfuros, por ejemplo), la creación de nuevos materiales (tema de investigación de altísima actualidad y prioridad en el mundo moderno), el reciclado de minerales y la huella de carbono, por citar algunos factores, nos pueden hacer padecer en un futuro cercano. Y esto sí atañe a doña Rosa, a los estudiantes, a los trabajadores, a la industria y a la sociedad en su conjunto.

En lo inmediato, lo acaecido estas últimas semanas en Conicyt con la renuncia del profesor Francisco Brieva a la presidencia, no es más que la muestra de una equivocada conducción de la Intelligenza Chilena por parte de las autoridades políticas y sus asesores, reafirmando nuestra tesis. Con ese hecho se traspasan, en el mal sentido, límites razonables que un país que aspira a ser desarrollado no se puede permitir.

Un grupo mayoritario y transversal de académicos, estudiantes de posgrado y profesionales de investigación pensamos que el problema hoy es político y debe ser abordado desde esa óptica. El símbolo de lo estrictamente gremial ha sido sobrepasado y es necesario corregir aquello a la brevedad.

Existe madurez en estos ámbitos y diversidad de propuestas políticas de acción que nos gustaría discutir, para lo cual se precisan iniciativas de debate y reflexión, avanzando a la vez –a falta de un Ministerio de Ciencia y Tecnología– hacia un Conicyt moderno, que sea un escalón en la senda que nos lleve a una estructura estatal de Ciencia y Tecnología definitiva.

Por cierto que hay personalidades, legisladores y otros ciudadanos realizando tareas y labores muy importantes en este ámbito. Sin duda de aquello, pero hoy es necesario sumar más voces al respecto, pues el anhelado desarrollo económico sustentable y competitivo de nuestro país, no se dará sin que nuestra participación sea adecuada y debidamente valorada.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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