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El 2017 para Venezuela y la crisis del poschavismo Opinión

El 2017 para Venezuela y la crisis del poschavismo

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Dada la radical desigualdad entre el capital y el Estado en el mundo contemporáneo, mantenerse en el gobierno no es garantía del avance de la izquierda; no así una comunidad fuerte y organizada que pueda resistir los ataques de un gobierno de derecha mejor que el fracaso de un gobierno de izquierda. Esa es la regla que da cuenta de cómo se va corriendo el cerco hacia el lado correcto de la historia.


Luego de la muerte de Hugo Chávez en el año 2013, a muchos nos surgió la pregunta sobre qué ocurriría en el Palacio de Miraflores después de él. El socialismo del siglo XXI estaba en duda por el antagonismo de los continuadores del proyecto: Nicolás Maduro y Diosdado Cabello. A pesar de ello, a tres años del fallecimiento de Chávez, el régimen logra mantenerse vigente, aunque cada vez con métodos más criticables y una fuerte degradación de su fuerza política.

Hoy Caracas está inmerso en una mesa de negociación que parece dirigida a comprar tiempo por parte del gobierno, aun cuando ha sido mediada por el Vaticano y los ex presidentes Rodríguez Zapatero, Leonel Fernández y Martín Torrijos, luego de una dura temporada de protestas y manifestaciones de la oposición.

Desde la posición de Chile, Venezuela ha pasado a ser un lugar ficticio, al que moderados y conservadores siempre encuentran motivos para atacar, y al que socialistas o comunistas intentamos defender sin tener muy claro qué está pasando efectivamente allí, como señalara Gabriel Delacoste. El gobierno de Maduro se ha transformado para el imaginario colectivo en la representación de los excesos del populismo, el desprecio por la democracia, el descontrol de la economía, convirtiéndose en una de las principales armas discursivas de la derecha y del centro en contra de la izquierda, en especial en estos tiempos difíciles del poschavismo, con el fin retórico de que se reniegue de él y así tener una prueba más de que el socialismo, en cualquiera de sus variables, lleva a la crisis.

Es por lo anterior que no decir nada sobre el chavismo pasa a ser una seductora idea para la izquierda, pero en particular para el socialismo chileno, con el objeto de evadir que se le apunte con el dedo. Abona a ello que, aun pasando la valla del silencio, la manera en que se ha estructurado la discusión se da en un terreno árido: se contrapone el respaldo a un gobierno de izquierda versus la especulación de una cuasiguerra civil. La confusión se profundiza si se pone sobre la mesa quiénes respetan la Constitución; quiénes apelan a la violencia como forma de acción política; o quiénes tienen un actuar democrático, dado que a partir de ellas se replican discusiones entre el bien y el mal. A pesar del laberinto del terror y la legalidad, ello no nos debe limitar a hacer lo que realmente importa en política: elegir un bando.

¿Cómo tomar posición ante la situación? Lo mejor es alejarse un poco de la coyuntura para ver la película con mayor claridad. Un camino es comprender que la actual crisis en Venezuela es algo que va más allá de la actual administración. Para ello se hace necesario recurrir a lo que ocurrió en 2002 en aquel país.

En esos años la oposición intentó sacar a Hugo Chávez a través de una huelga en la petrolera estatal PDVSA, promoviendo masivas protestas en las calles, realizando ataques a través de los medios de comunicación e hilando la rebelión de algunos sectores militares. Ese cuadro llevó al golpe de Estado que expulsó a Chávez del poder por dos días, tras los cuales, inteligentemente, se decantó en la organización de una mesa de diálogo con la oposición. La solución consensuada fue realizar el referendo revocatorio de 2004, el que acabó siendo un éxito para Chávez, quien consolidó su poder y empezó a transformar al país a través de la combinación del Ejército, la nomenklatura del Estado y la industria petrolera nacionalizada. De esa manera dio muerte al sistema político consensuado de 1958, a la clase dirigente anterior y a un modelo de desarrollo fallido.

[cita tipo= «destaque»]Es el sistema de 2002 el que hoy está en crisis: líder-renta-pueblo. Por ello se hace más complejo, ya que es la creación misma de la V República la que hace aguas.[/cita]

Hoy la crisis está montada sobre la base de lo construido a partir de 2002. Los sectores que giraban en torno del liderazgo de Chávez se encuentran debilitados. Ello, porque dos de los elementos fundamentales con los que contaba el otrora Presidente se están esfumando: uno son los ingresos del petróleo, abundante por los precios y a su plena discreción; el otro era la masa de apoyo popular que no empezó a menguar sino hasta 2012, golpeada por la corrupción y los problemas económicos. Es el sistema de 2002 el que hoy está en crisis: líder-renta-pueblo. Por ello se hace más complejo, ya que es la creación misma de la V República la que hace aguas.

A ello se suma el conflicto institucional entre el Legislativo controlado por la oposición con el Ejecutivo y Judicial sostenido por el oficialismo. Hasta el momento queda la alianza con el Ejército, pero habrá que ver hasta qué grado está comprometido; aún está por verse qué sucede con la clase dirigente bolivariana y lo que queda del PSUV ante el crecimiento de las disidencias internas; todo ello sin tener en cuenta que el contexto internacional también es adverso, con la pérdida de aliados estratégicos en Brasil y Argentina.

En este punto aparece el problema cuando los gobiernos de izquierda intentan quedarse en el poder más allá de lo razonable, dado que ello puede llevar a un enceguecimiento que termina explicando errores y crímenes injustificables. Estas decisiones son censurables desde múltiples puntos de vista, desde lo ético hasta lo pragmático, porque el costo de los autoritarismos es demasiado alto para mantener a la izquierda en el gobierno.

Ello, debido a que la izquierda no es el Estado, sino la capacidad de creer en que el colectivo explotado se puede organizar para la conquista de la igualdad, libertad, dignidad y bienestar, no tan sOlo avanzando en derechos sociales sino también en garantías políticas, civiles, económicas y culturales.

Profundiza en eso que, dada la radical desigualdad entre el capital y el Estado en el mundo contemporáneo, mantenerse en el gobierno no es garantía del avance de la izquierda; no así una comunidad fuerte y organizada que pueda resistir los ataques de un gobierno de derecha mejor que el fracaso de un gobierno de izquierda. Esa es la regla que da cuenta de cómo se va corriendo el cerco hacia el lado correcto de la historia.

Para 2017 los esfuerzos de la comunidad regional y de los partidos de izquierda deben ir para que Maduro logre sacar adelante una tregua que lo lleve al fin de su mandato o acepte someterse a las urnas para que el pueblo democráticamente decida su continuidad, sin que las faltas propias lleven al descontrol entre las clases oprimidas, ni menos al despotismo que destruya el legado de Chávez en la región.

¿Significa lo anterior que el chavismo ha muerto? En absoluto, pero su mejor momento parece haber pasado. ¿Significa que el poschavismo saldrá del poder o que los diálogos llevarán a una democracia como a la que aspira la oposición? Si bien pareciera ser que sí, ello no tiene por qué ocurrir necesariamente. Si el poschavismo está dispuesto a hacer reformas económicas, sacrificar líderes vinculados a la corrupción, negociar estratégicamente con algunos opositores, puede reconvertirse en un proyecto más cercano y amable, o en una nueva versión de la democracia de los acuerdos, como escribiera Tomás Straka.

En cualquier caso, pareciera que un nuevo sistema es el que está por nacer, solo que esperemos que sea para la paz y bienestar del pueblo venezolano.

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