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Escuelas de reingreso: el verdadero baile de los que sobran


“Hay que hablar con ‘el sectorialista’ de Hacienda”, es lo que todos los interesados en asegurarse una línea en el pre-presupuesto del Ministerio de Educación de 2018 intentan lograr por estos días.

Fines de abril es la fecha de entrega a Hacienda de la primera versión presupuestaria de cada uno de los ministerios, y ese personaje -el experto ‘sectorialista’- es quien decide qué se queda y qué se saca de la planilla Excell, pero el burócrata es un tipo de bajo perfil y no se muestra. En Educación, dicen que está más presionado que nunca, sobre todo porque el grueso del Presupuesto se está yendo a financiar las reformas, donde la gratuidad de la educación superior es una promesa política que el gobierno busca sostener a toda cosa, aunque esté resultando un verdadero saco sin fondo.

Las glosas para financiar la gratuidad en universidades e institutos profesionales y centros de formación técnica gratuitos para al menos el 60% de los estudiantes este 2017, alcanza a 747.902.125 millones de pesos. Frente a ese número enorme, político y noticioso, sostener la glosa 901 en el pre-presupuesto de 2018, destinada a la educación de adultos y a las escuelas de reingreso con sus modestos 9.727.316 millones de pesos asignados este año, es como una lucha de David contra Goliat. Basta con decir que representa apenas el 0,1% del presupuesto total de Ministerio de Educación. Pero antes de entrar en detalles, pongámosle cara y carne a este David.

El ítem educación de adultos se entiende por sí solo. Pero sólo los expertos saben qué significa el concepto “escuelas de reingreso”. En esa línea del presupuesto estamos hablando de los niños y jóvenes excluidos del sistema educacional, que son casi 80 mil en todo Chile. Antes se les llamaba “los desertores”, en una jerga medio bélica, pero la verdad es que no son ellos los que deciden abandonar o “desertar” de los estudios, sino el sistema el que los expulsa, los excluye, los descarta. Esto debido a que su situación de pobreza, vulnerabilidad, disfuncionalidad familiar, embarazo adolescente, consumo problemático de drogas, los aleja del promedio y los vuelve complicados para todos, sin mencionar los prejuicios que enfrentan en la comunidad escolar, por su aspecto y hasta por su manera de hablar.

Para seguir con la descripción, los excluidos del sistema son más hombres que mujeres -60 y 40% respectivamente-, el 67% tiene entre 14 y 18 años, ya que la “fuga” se produce entre octavo y primero medio, en el paso de la educación básica a la media y entre segundo y tercero medio, cuando la opción de ponerse a trabajar, aunque sea en una pega precaria, se vuelve más atractiva que estudiar. No son pequeños, ya que afortunadamente hoy en Chile todos los niños entran al sistema en niveles preescolares. A las salas cunas, a los jardines infantiles, a pre kínder y kínder, a primero básico, de manera continua, no como antes en que los ingresos eran más erráticos y de acuerdo a cada familia. Que los excluidos sean de mayor edad, tampoco ayuda a acercar el tema desde la simpatía, la emocionalidad y la preocupación que inspiran los más pequeños.

Liliana Cortés, asistente social y directora de Súmate, fundación perteneciente al Hogar de Cristo que administra 5 escuelas de reingreso dentro de las 11 experiencias piloto dedicadas a este tema que existen en el país, resume bien por qué este ítem no logra tener una subvención estable y, año a año, debe rogar por ser incluido en una glosa presupuestaria, de modesto monto: “La reinserción educativa es un tema invisible para el ministerio; siempre lo ha sido. Se lo come la reforma y además es poco sexy, porque revela la cara más fea del sistema. La matrícula nacional es de 3 millones de niños y jóvenes, de manera que los 80 mil excluidos no son importantes para nadie. Es mejor no verlos, esconderlos. No saber de ellos. Y como no marchan, no protestan, no son visibles, a nadie le importa que los saquen del presupuesto”.

[cita tipo=»destaque»]El ítem educación de adultos se entiende por sí solo. Pero sólo los expertos saben qué significa el concepto “escuelas de reingreso”. En esa línea del presupuesto estamos hablando de los niños y jóvenes excluidos del sistema educacional, que son casi 80 mil en todo Chile. Antes se les llamaba “los desertores”, en una jerga medio bélica, pero la verdad es que no son ellos los que deciden abandonar o “desertar” de los estudios, sino el sistema el que los expulsa, los excluye, los descarta.[/cita]

El Hogar de Cristo a través de las 5 escuelas de reingreso que tiene la Fundación Súmate asumió la reinserción de 2.300 estudiantes, lo que es apenas una raya en el agua frente a los 80 mil que están excluidos de la educación. Eso sirve para dimensionar el problema. Cada una de estas 5 escuelas tiene un costo anual de 400 millones de pesos y el aparecer en la glosa significa en plata un aporte estatal de 90 millones al año. Es decir, menos de la cuarta parte de lo requerido para funcionar, con el agravante de que está sujeto a la discrecionalidad política, que le quita o le pone, según cuál sea la reforma que requiera más recursos. “Lo ideal sería que se nos otorgara una subvención. Eso significaría un monto permanente, en vez de estar sometido a esta incertidumbre anual, porque así no podemos planificar. No podemos proyectar nuestra tarea, que no es fácil, porque nosotros trabajamos con los excluidos”.

Estas escuelas de reinserción no tienen más de 250 niños y jóvenes por establecimiento. Y no aceptan más de 20 alumnos por sala. Cuando se supera ese número, deben haber dos docentes a cargo. “Y hablo de profesores en propiedad, no de medios pollos”, precisa Liliana, quien hace ver lo costoso, especializado y complejo que es trabajar y reencantar a estos estudiantes excluidos. “Como dice Amanda Céspedes, acá hay que manejar firmeza y ternura en partes iguales. Los profes deben tener mucha flexibilidad para aplicar las normas, muy buen manejo grupal, deben ser inspiradores”.

“Dar con esos profes es como encontrar la virgen envuelta en un trapito”, le comentamos. “No, creas. Ahora mismo estamos postulando a dos profesores nuestros al llamado ‘premio Nobel de la Enseñanza’, que premia a los mejores docentes del mundo”, responde Liliana, que no pierde su objetivo central por estos días: no quedar fuera de la glosa 901.

Esa que considera a los 80 mil jóvenes y niños excluidos del sistema educacional. Si lo consiguen, tampoco es que puedan cantar victoria y bajar los brazos. Cada 30 de junio se da a conocer el primer presupuesto de la nación exploratorio para ser debatido en el Congreso. “Ahí nuestra lucha es conseguir el apoyo de un diputado, de un senador, idealmente de una bancada, para permanecer y tener recursos para seguir trabajando en 2018”, concluye Liliana Cortés, describiendo una lucha ardua, pero que es nada comparada con la batalla diaria que dan esos 80 mil niños y jóvenes excluidos del sistema, a los que nadie quiere ver y que bailan el baile de los que sobran.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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