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Colegios de élite chilenos y la exclusión como principio educativo

Mónica Peña
Por : Mónica Peña Académica e investigadora Facultad de Psicología Universidad Diego Portales.
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Los hechos acontecidos en el colegio Alianza Francesa de Vitacura, relativos al manejo institucional del porte de marihuana por parte de un estudiante de 17 años, que fueron visibilizados por el trágico suicidio de éste a días de haber sido suspendido y previamente detenido por carabineros en el mismo establecimiento, nos dan pie para reflexionar sobre las prácticas educativas de los colegios que conforman a la élite nacional.

Un colegio de élite, en un país altamente segregado como Chile, es un establecimiento educativo que no solo educa a quienes serán los encargados de tomar decisiones políticas, económicas y culturales del país, sino que además resguarda su privilegio a través de diversos mecanismos que permiten mantener el status quo y cuidar el privilegio de clase social, de género y de raza. Nuestro modelo educacional, segregado por clase social, ha resguardado a través de diversos mecanismos políticos, pero también sociales y culturales, la reproducción de una élite de clase alta, masculina y blanca, que ha estado a cargo de los destinos del país.

En Chile estas instituciones, que se han caracterizado por ser privadas, han cambiado fuertemente los últimos años. A pesar de lo poco diversa que nuestra élite es, hay ciertas diferencias entre estos establecimientos. Por más de un siglo los colegios que dominaron la escena fueron los católicos tradicionales de las Congregaciones Jesuitas, Verbo Divino y Sagrados Corazones. Durante la segunda mitad del siglo XX aparecieron en el mapa de la élite los llamados colegios de colonia, especialmente británicos, alemanes y franceses. Asimismo, la llegada de los colegios llamados neocatólicos, de congregaciones conservadoras como el Opus Dei y los Legionarios de Cristo, transformaron radicalmente el campo educativo de los más ricos y poderosos, volviéndose líderes.

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Un establecimiento de élite no sólo es aquel que cobra un alto precio y obtiene resultados de excelencia, sino que debe cumplir con otros requisitos. Por ejemplo, ubicarse en ciertos lugares geográficos, en el caso de Chile, en la zona oriente de Santiago. Sus estudiantes además acceden a carreras donde el poder tiene un lugar relevante, como Derecho e Ingeniería Comercial, en universidades también de élite: la Universidad Católica, la Universidad de Chile, y en el caso de Ingeniería Comercial, se agrega la Universidad Adolfo Ibáñez. Estas carreras en estas universidades de prestigio les permiten integrarse de manera legítima a grandes empresas, pero también al mundo de la política y del gobierno, independiente si es la derecha o la izquierda quien gobierna.

En otras palabras, la evidencia indica que la probabilidad de que un individuo hombre que pasó por un colegio y una carrera de élite tenga un cargo político o gerencial, es abrumadoramente alta, como ya anunciaba el 2013 un estudio del economista de Yale y académico, Seth Zimmerman. Por ello, resguardar quiénes serán esos individuos, orientados a esas tareas, organiza el trabajo pedagógico de estas instituciones. Asimismo, el académico e investigador chileno Sebastián Madrid, el 2016, describió el curriculum de estos establecimientos como “gerencial”, es decir, orientado a los negocios y el emprendimiento de nuevas empresas.

Un elemento fundamental de los colegios de élite son entonces las políticas y prácticas de exclusión, que operan de diversas formas y son un continuo durante la vida escolar de los estudiantes de estas instituciones. Lo poco que se ha estudiado en Chile en relación con estos establecimientos ha sido en torno a sus prácticas de selección. Un elemento importante de la identidad de las élites es la pertenencia, y ésta es dada fundamentalmente por el parentesco. Entonces, no es poco común que estos colegios no exijan solamente altas cuotas de incorporación sino fundamentalmente elementos que den cuenta de que se es parte de esa comunidad, siendo hijo o hermano de otro miembro, o bien, siendo recomendado por una familia que ya es parte del grupo. Es por ello que las fómulas de selección, arbitrarias del todo, ponen énfasis no sólo en pruebas para los niños que postulan, sino entrevistas a padres y familiares, pidiendo algunos fotos familiares y cartas de recomendación de otros miembros de la comunidad.

Si bien estas prácticas son internas y continuas. Los estudiantes pueden ser sometidos a normativas que muchas veces son arbitrarias y abusivas, donde el principal cometido del establecimiento es buscar la homogeneidad de los estudiantes, generar un cuerpo disciplinado -que no necesariamente tiene que ver con el orden militar clásico que algunas escuelas buscan, sino con el de parecerse entre sí-, y excluir aquello que no se ajusta a los estándares que la comunidad educativa considera fundamentales. Ahora bien, no es raro que las familias, incluso aquellas que son víctimas de estas prácticas, no sólo no denuncien abusos, sino que acepten y acaten las normas, porque la pertenencia al grupo es un valor más importante. El orgullo de la pertenencia y la identificación con los valores de la institución demuestran cuán existosas son éstas en su cometido, dejando un espacio muy limitado al disenso y la crítica. El dejar de pertenecer al colegio de élite es dejar de pertenecer a una comunidad de valores, reconocimiento y de redes sociales que garantizan el éxito de un sujeto en su vida laboral, económica y desde su perspectiva, familiar y personal.

Finalmente, ¿son los colegios de la élite tierra de nadie? Más bien lo contrario, son dispositivos altamente vigilados por grupos políticos y económicos, que sancionan a los miembros que no cumplen con sus normas. Esto corre no sólo para los colegios de élite sino para todos los colegios privados, donde la injerencia del Estado es la que está puesta en entredicho, ya que hace leyes para algunos colegios, pero para otros no, dando altísima discrecionalidad en el uso de las normas y las sanciones escolares en los colegios privados. La libertad de educación, pilar fundamental del modelo educativo chileno, es un principio que no puede estar por sobre los derechos fundamentales de las personas, independientes de la clase social a la que pertenezcan.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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