Para la derecha pragmática, la candidatura piñerista es solo un espejismo que los votantes quieren usar para mejorar la gestión de la economía y seducirse con mejores expectativas de empleo. Una candidatura a través de la cual los ciudadanos expresan más sus frustraciones por las promesas incumplidas de la Nueva Mayoría que una real valoración por el conjunto de ideas. Si desde la soberbia tan propia de quienes se suponen superiores vuelven al Gobierno con la expectativa de ser queridos por ser quienes son y por la ideas que representan, no tardarán en sentir los efectos de su búmeran, mientras la centroizquierda se reagrupa para recuperar el poder en solo cuatro años más.
Como en la vida misma, en política no hay peor enemigo que la soberbia. Bien lo sabe la Nueva Mayoría, después de la bofetada ciudadana que recibió al querer bajar a los estudiantes de sus patines sin ofrecer al mismo tiempo una mejor pista que la subvencionada.
Descrita en términos simples, la soberbia es un sentimiento de superioridad respecto de los otros, una sobrevaloración de las capacidades propias que parece estar apoderándose de algunos insignes representantes del mundo de la derecha, conforme se acerca la elección presidencial y en la medida que el sector tiene altas probabilidades de ganar.
Hace unos días, con la arrogancia propia de quienes creen que por ser exitosos económicamente pueden decir lo que se les plazca, el presidente de la Bolsa de Comercio de Santiago señalaba que, de no ser electo Sebastián Piñera, «la probabilidad de que tengamos un colapso en el precio de las acciones es alta». El personaje quiso darse un gusto y hacerle ahora un guiño político a su candidato (ya le había hecho uno de varios millones), a la espera de, en una de esas, conseguir un ministerio desde donde consolidar aún más sus intereses y una tribuna desde donde vociferarlos.
Días antes, haciendo gala de su capacidad predictiva, Andrés Allamand nos decía que la derecha vivía su mejor momento, por lo que tendrían un gran resultado parlamentario. Simultáneamente, otras figuras del sector ya se candidateaban groseramente a ministros por los medios.
Y más recientemente aún, el jefe político de la campaña presidencial del sector, Andrés Chadwick, afirmaba que “la Presidenta ha decidido desconocer totalmente la realidad”, dejando ver que solo su sector es capaz de entenderla e interpretarla, abriendo de paso una puerta para la discusión sobre el legado bacheletista que más le resta que le suma a sus objetivos electorales.
Parece ser que la derecha no aprendió de la experiencia, que no registró la merma en la confianza popular que antes le significó esta actitud soberbia, reflejada en parcas rojas, pendrives y frases altisonantes, como que en veinte días habían tenido más logros que la Concertación en veinte años. La misma actitud que los llevó a perder el Gobierno. Una lección de humildad no aprendida que hoy vuelve a resonar ante la inminencia del triunfo.
[cita tipo=»destaque»]Parece ser que la derecha no aprendió de la experiencia, que no registró la merma en la confianza popular que antes le significó esta actitud soberbia, reflejada en parcas rojas, pendrives y frases altisonantes, como que en veinte días habían tenido más logros que la Concertación en veinte años. La misma actitud que los llevó a perder el Gobierno. Una lección de humildad no aprendida que hoy vuelve a resonar ante la inminencia del triunfo. Pero la soberbia es tan ciega como cegadora, y hoy parece seguir afectando a buena parte del entorno piñerista que se retroalimenta de un diagnóstico errado, cuyo supuesto es que la ciudadanía ha terminado por validar el modelo económico heredado de la dictadura, basado en el libre emprendimiento y en el abandono completo del Estado.[/cita]
Pero la soberbia es tan ciega como cegadora, y hoy parece seguir afectando a buena parte del entorno piñerista que se retroalimenta de un diagnóstico errado, cuyo supuesto es que la ciudadanía ha terminado por validar el modelo económico heredado de la dictadura, basado en el libre emprendimiento y en el abandono completo del Estado.
En esta arrogancia sustentada por las encuestas en que algunos se atrincheran, hoy no solo impera el juicio de que son preferidos por la ciudadanía para un próximo Gobierno, sino también el juicio de que sus ideas han triunfado definitivamente por sobre las de la centroizquierda. Y, de paso, pretenden, con este triunfo ideológico, expiar las culpas de una parte del sector por haber apoyado a la dictadura pinochetista.
Sin embargo, lo anterior es tan ciego como ingenuo. Estimo que el entorno más cercano al candidato lo entiende. Las preferencias que hoy los acompañan no son por su ideario anti-Estado y menos por sus formas desprolijas, cargadas de metáforas machistas y bastante clasistas. El entorno más próximo al candidato sabe que a Piñera la ciudadanía no lo estima particularmente y menos le cree que esté legítimamente preocupado por otros intereses que no sean los propios.
Para la derecha pragmática, la candidatura piñerista es solo un medio, un espejismo dirán algunos, que los votantes quieren usar para mejorar la gestión de la economía y seducirse con mejores expectativas de empleo. Una candidatura a través de la cual los ciudadanos expresan más sus frustraciones por las promesas incumplidas de la Nueva Mayoría que una real valoración por el conjunto de ideas, la visión de la sociedad que proponen y las figuras que encarnan a la derecha política.
Entender y aceptar este hecho es un punto de partida que el bloque piñerista debiera asumir si pretende esta vez sentar las bases de un proyecto político con real arraigo ciudadano, abandonando su natural deriva cavernaria. Si desde la soberbia tan propia de quienes se suponen superiores vuelven al Gobierno con la expectativa de ser queridos por ser quienes son y por la ideas que representan, no tardarán en sentir los efectos de su búmeran, mientras la centroizquierda se reagrupa para recuperar el poder en solo cuatro años más.
En este contexto, Piñera, el más astuto y menos ingenuo de todos, debe estar esperando el mejor momento, el más oportuno, para sacar a los mercaderes del templo que pretende acondicionar para un segundo Gobierno.